...Siglos después, el gran filósofo medieval Maimónides (1186-1237) sugirió una estrategia totalmente distinta para entender las razones ocultas por detrás de las reglas alimenticias. Según él, las prohibiciones dietéticas se debían a razones estrictamente médicas: ``Insisto, pues, en que todos cuantos alimentos nos han sido prohibidos por la Ley constituyen un nutrimento malsano''. Y particularmente decía sobre la prohibición de comer cerdo, que ``la razón principal de que ante la Ley sea abominable es que este animal es muy sucio y se alimenta de cosas mugrientas''. Sin embargo, él no veía significado alguno en las características específicas mismas de los animales: ``En cuanto a los signos característicos (de un animal puro), a saber: para los cuadrúpedos, rumiar y tener la pezuña dividida, y para los peces, estar dotados de agallas y escamas, importa tener en cuenta que la existencia de estos signos no constituye la razón de ser permitidos como alimento, ni su ausencia, para su prohibición. Son simplemente señales que sirven para reconocer los de la especie buena y distinguir los de la mala'' (Guía de Perplejos, Tercera parte, cap. 48 [edición preparada por D. Gonzalo Maeso; Madrid: Editora Nacional, 1983, p. 531]).
Luego de los intentos poco satisfactorios de resolver el interrogante por parte de filósofos y exégetas, en los últimos años también los antropólogos se abocaron al problema de las reglas dietéticas del Levítico. Un ejemplo en este sentido es la británica Mary Douglas (1921-2007), quien argüía que ``el principio subyacente de la pureza de los animales consiste en que se han de conformar plenamente con su especie. Son impuras aquellas especies que son miembros imperfectos de su género, o cuyo mismo género disturba el esquema general del mundo'' (Pureza y Peligro. Un análisis de lo conceptos de contaminación y tabú [Madrid: Siglo XXI de España Editores, 1973] p. 79). (Nota: Según el esquema del mundo adoptado por el Levítico, el mundo era tripartito: la tierra, las aguas y el firmamento.) Y de aquí, pues, que ``cualquier clase animal que no está equipada con el género correcto de locomoción en su propio elemento sería contraria a la santidad (...) Así, cualquier ser acuático que no tenga aletas ni escamas es impuro (11:10-12)'' (idem).
En suma, según la tesis de esta antropóloga, ``las leyes dietéticas serían entonces semejantes a signos que a cada instante inspiraban la meditación acerca de la unidad, la pureza y perfección en Dios. Gracias a las reglas sobre lo que hay que evitar se daba a la santidad una expresión física en cada encuentro con el reino animal y en cada comida.
La observancia de las leyes dietéticas habría sido, entonces, parte significativa del gran acto litúrgico de reconocimiento y adoración que culminaba con el sacrificio en el Templo'' (op. cit., p. 81).
Sean cuales fueren las razones de las leyes dietéticas, las mismas se convirtieron ya en tiempos antiguos en signo distintivo de los judíos. El ejemplo más antiguo lo hallamos en la historia de Daniel: ``Daniel, que tenía el propósito de no mancharse compartiendo los manjares del rey y el vino de su mesa, pidió al jefe de los eunucos permiso para no mancharse'' (1:8.). Y dicha práctica alcanzó tan distinguido lugar en la conciencia de Israel, que en la época de la helenización forzosa, en tiempos del rey seléucida Antíoco Epífanes (175-164 a.e.c.), el quebrantar las prohibiciones de la Ley relativas a los alimentos equivalía a la apostasía (ver 2 Macabeos 6:18-7:42).
Sin embargo, ya en la antigüedad hubo judíos que pusieron en tela de juicio la doctrina bíblica sobre lo puro y lo impuro. Según el relato neotestamentario, Jesús le enseñó a sus discípulos: ``¿También vosotros estáis sin inteligencia? ¿No comprendéis que todo lo que entra en la boca pasa al vientre y luego se echa al excusado? En cambio lo que sale de la boca viene de dentro del corazón, y eso es lo que contamina al hombre. Porque del corazón salen las intenciones malas, asesinatos, adulterios, fornicaciones, robos, falsos testimonios, injurias. Eso es lo que contamina al hombre; que el comer sin lavarse las manos no contamina al hombre'' (Mateo 15:16-20.). Y no habría de pasar mucho tiempo hasta que los seguidores de Jesús terminarían por quebrantar las regulaciones dietéticas (Hechos 10:9-16; 11:1-18), marcando así de manera práctica y concreta el comienzo de la separación entre judíos y cristianos.
¡Shabat Shalom!
Dr. Adolfo Roitman
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