Sin embargo, no somos ni los hombres de las cavernas, ni los hombres de las cavernas son como nosotros. Más, en cuanto a lo esencial se refiere, algún rastro debe sobrevivir en nosotros de ellos, y no puede ser otro que el de nuestros instintos más básicos. ¿Y no preferimos obtener nuestro sustento de una fuente que no nos arrastre a contemplar el asesinato de un ser humano, o la muerte de un animal? Por supuesto que preferimos no-sacrificar al que será objeto de nuestro sustento, y por supuesto que quisiéramos que la carne que nos ofrendamos proviniera de algún lugar fantasioso en el que el excesivo precio de la vida de alguien más no deba ser pagado. Sin embargo, la realidad nos impide un mundo en el que podamos obtener lo que se nos ha enseñado que es placentero comer y que por ende es lo más correcto para nosotros mismos, ya que hemos sido condicionados para buscar siempre como fin ultimo el placer y/o la felicidad/plenitud del SER.
No en un sentido religioso, moralista o con complicación conceptual alguna. Sencillamente, como mejor podamos llegar a sentirnos. Esto puede asegurarse de cualquier ser humano a lo largo de la historia.
Como no existe forma alguna de evitar que paguemos el precio ignominioso del sacrificio de la vida de otro SER, decidimos pagarlo. Para poder continuar consumiendo el producto de la caza, a pesar del maravilloso descubrimiento de la agricultura. E incluso, en un nefasto y absolutamente repudiable suceso, creamos algo para brindarnos con el fruto que exige la necesidad egoísta por mantener nuestra sed de sangre y carne satisfecha, diseñamos el mas macabro de los inventos del hombre: La ganadería, el campo de concentración, el lugar del exterminio de la vida, sistematizado, alienante y absoluta y completamente movido por el mórbido deseo de satisfacer un gusto que no es ni innato ni substancial, si no que se justifica completamente en una necesidad artificial, implantada alienígenamente por alguien mas en nosotros, tal como se hace con el soldado o el mercenario al punto que se aficionan a matar.
Porque la carne nunca fue una necesidad substancial si no solo una medida desesperada de tiempos desesperados. De haber tenido la posibilidad, la humanidad se habría salvado por otro medio distinto del de la muerte. Fue solo una condición extrema, y desafortunada, la que nos arrastro hasta aquel punto.
Y con el nacimiento de la ganadería, se perpetúa en evidencia eterna uno de los mayores signos de nuestro espíritu: La eterna búsqueda por hacer menos dolorosa y traumática la industria que nos ofrenda sus libaciones, sus regalos de carne y sangre, sus festines de muerte. Esta eterna búsqueda por hacernos menos angustioso el proceso de obtener nuestro tan desesperado deseo por carne se traduce en una necesidad por hacer que los individuos que deben pagar el precio mas alto, sufran menos, que los animales insertados en los circuitos inhumanos de producción de sangre, carne y vísceras no se vean expuesto a una violencia demasiado extrema, y que halla la menor expresión de crueldad posible.
Por supuesto, esto es un absurdo. ¿Existe una manera humana de matar? Indiscutiblemente no. Sin duda alguna existe menos dolor en una muerte rápida y limpia que en una lenta y tortuosa. Más ninguna de las dos es más humanamente aceptable, ninguna de las dos ofende menos nuestra esencia y nuestro espíritu siempre en búsqueda de la libertad de la no-agresión. Toda muerte violenta es en si misma beligerancia y agresión desproporcionada, no importa que eufemismos se utilicen para referirse a ella. Deseamos no matar, diseñamos maneras más rápidas, más sistemáticas, menos dolorosas, de matar. Sin embargo, siempre persiste en nosotros la percepción del dolor de los animales, de los SERES. Deseamos desde lo mas profundo de nuestras almas, nosotros que aun dejamos que el espíritu humano se manifieste, que no se mate ni se dañe en nuestro nombre. No quiero, y nunca quise, no necesito, y nunca necesite, no pido, y nunca pediré, que se mate en mi nombre o por un vicio a mi nombre. Jamás pediré que alguien más se sacrifique por mí. No soy un cobarde, no tengo temor, no necesito de la muerte de alguien más para vivir.
Al margen de los seres humanos que aun se corresponden con su esencia, con aquello más natural y mas substancial correspondiente a nosotros como seres humanos, existe todo un genero de SERES desafortunados, tan humanos como nosotros, que sin embargo, han caído en desgracia, y han nacido en el sistema del engaño y la depravación. ¿Y cual es este?
No tiene nombre propio. No esta localizado, no es particular, no esta específicamente identificado. Es cualquier sistema, cualquier forma de gobernar, cualquier forma de exigir, fomentar o formar, a los seres humanos, bajo preceptos artificiales, construcciones culturales, que los alejan de su espíritu y de su esencia. Cualquier estructura social que forme a sus individuos para matar justificándose en valores morales nulos y completamente engañosos, falsos, que no se sustentan en lo único que podemos llamar real y verdadero, aquello que es común para todos nosotros, aquella sensibilidad que en todos nosotros vive y permanece presente.
El gusto por la carne es una construcción social, es una necesidad implantada en nosotros que no se corresponde con nuestro espíritu. ¿Y porque deberíamos aceptar entonces como tal dicho artificio antinatural?
Mas halla del bien y del mal, existe aquello con lo cual nosotros nos identificamos, y con lo que nos sentimos a gusto. Con un sentido de lo correcto, podemos saber si debemos hacer algo o no, volviendo entonces al principio de todo. Nuestro espíritu nos dice que es lo que realmente es verdadero en nosotros, correcto, y nadie más. ¿Es realmente el gusto por la carne algo que hemos escogido ejerciendo nuestra libertad, o se nos exige su consumo abusivamente, y en detrimento de lo único que es real y verdadero en nosotros?
Jamás hemos escogido comer carne por gusto o por necesidad. Solo en una remota época de la que no queda rastro alguno nos vimos arrastrado a ello. Más no ahora, que ya no es necesario, y que entendemos que nunca ha sido justo. Aun cuando verdad y mentira sean relativas, aun cuando bondad y maldad sean terreno pantanoso, cuando se trata de nosotros mismo y de mirar en nuestro interior todo aparece muy claro, y la respuesta es obvia. Ni deseamos matar a alguien cada día por el resto de nuestras vidas para poder vivir, ni la mayoría de nosotros esta en capacidad de hacerlo. Son unos pocos quienes nos obligan a una realidad abominable como esa.
Yo me resisto, abro mis ojos y mi alma de par en par, y busco en las estrellas, en la tierra, y en mi interior por la verdad sobre mi mismo y lo que soy. He descubierto que no soy un asesino, ni un matador de animales, ni que deseo que se me ofrende sacrificio alguno. No lo necesito, no lo quiero, y no lo acepto. Existe una enorme tarea en ello, una lucha muy larga y muy ardua.
Pienso extenderlo mas, argumentar mas cosas, construir un solo texto enorme que sea completamente blindado e infalible...
Acepto toda la ayuda que quieran prestarme para ello.
Saludos.