Por qué nunca más compraré un coche que no sea eléctrico



FERNANDO PINA 3 SEP 2016 - 10:14 CEST

Me suelo desplazar en bici por Madrid y llevaba un tiempo pensándolo. Probé uno hace cuatro años, pero pensé que aún no era el momento. Al final, hace un año y medio me compré un coche eléctrico y he pasado de oír el rugido del motor al canto de los pájaros. Aunque en España todavía es una aventura hacer viajes largos, tengo clarísimo que no vuelvo a comprar en mi vida, jamás, un coche que funcione con gasolina o gasoil, con combustibles fósiles.

Cuando hablamos de coches eléctricos mucha gente los visualiza como carritos de golf, pequeños, sin potencia y con poca autonomía. Hoy ya no tienen nada que ver con aquello. En 2013 se produjo un cambio radical y en 2017 se espera una revolución en parte gracias a la misión de Tesla y otros fabricantes, con baterías con las que se podrán conducir más de 300 kilómetros sin problemas. La mayoría de los actuales ya tienen carga rápida (en media hora están suficientemente cargados) y pueden circular entre 130 y 180 kilómetros con una recarga, de sobra para un uso urbano o para quienes viven en la periferia de una ciudad, como yo ¿Cuántos conductores hacen diariamente más de esa distancia en una ciudad?

Siempre he estado bastante metido en el mundo del automóvil; soy ingeniero industrial y trabajé hace años en la planta de Opel de Figueruelas. Pero a la vez soy un ecologista ferviente y estoy radicalmente en contra de aumentar la emisión de los gases de efecto invernadero y contaminantes tóxicos a la atmósfera, por eso soy un firme defensor de este tipo de vehículos. Por ahora somos pocos los pioneros, los “early adopters” -circulan unos 12.000 vehículos eléctricos, y este año se prevé una venta de 3.700 unidades- pero somos como una comunidad. Entre nosotros hay mucha camaradería, tenemos una asociación de usuarios (AUVE), grupos de WhatsApp, foros, hacemos quedadas, y ofrecemos enchufe y apoyo al compañero que lo necesite.

En otros países los coches eléctricos son bastante más comunes, también porque se ha desarrollado mucho más la infraestructura de puntos de carga. A mí me da una envidia tremenda cuando veo en Noruega y otros países del norte de Europa un lugar para recargar de forma rápida cada 20 o 50 kilómetros. Aquí un viaje por carretera requiere bastante planificación. De los 30.000 kilómetros que tiene mi coche, casi todos los he recorrido en la Comunidad de Madrid, excepto un viaje que hice a Alicante. Es posible hacerlo, pero hay que llevar localizados los puntos de recarga rápida, averiguar si están operativos, etc, con aplicaciones como electromaps.

En ciudad con el coche eléctrico se ahorra dinero. Según el apoyo de cada ciudad no se paga aparcamiento en zona regulada, ni peajes, ni impuesto de matriculación ni casi el de circulación (tenemos un 75% de descuento). Se puede acceder a zonas restringidas solo para residentes o taxis y circular yendo solo por el carril BUS-VAO, reservado solo a autobuses o coches con alta ocupación. Cargarlo es gratis en sitios como centros comerciales. En casa lo enchufo por la noche y me cuesta un euro por cada 100 kilómetros, con tarifa supervalle y por supuesto con energía 100% de origen renovable. El mantenimiento es casi inexistente, sale por unos 50 euros al año al no tener aceite, ni refrigerante, ni bujías, ni filtros de motor que haya que cambiar. La simplicidad del motor eléctrico de inducción y sus mínimos desgastes reducen las averías y a la batería, una vez que su capacidad se reduzca para uso en vehículos, se le puede dar una segunda vida como estacionaria para autoconsumo en viviendas....

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