Lo escribí hace un rato mientras me comía una naranja. Espero que os guste... y que comais más naranjas!! :-)

Volví a sentir ese vacío ritual que se apodera del cuerpo durante el día -y a veces también durante la noche- y un instinto primario y natural de llenarlo, recorrió mi médula espinal, propagándose hasta la última fibra nerviosa encendiéndome los sentidos y manteniéndome despierta y lúcida como sólo cuando sentimos hambre podemos estar.
Me dejé llevar por el fortuito placer de deleitarme en una imaginacion rebosante de apetitos, pues siempre me resulta gratificante dejar hacer a la mente antes de lo tangible.
Pasado el momento de transitorio deseo y ensoñación, me encaminé hacia la cocina y cogí de la nevera, una naranja.
Una sola y anaranjada naranja.
Volví con ella sobre mi camino, y me senté.
Aun que tenía hambre, quise tomarme mi tiempo para disfrutarla.
Su forma redondeada y su suave dureza encajaban a la perfección en la palma de mi mano. La abrazaba ligeramente cerrando mis dedos alrrededor de sí.
La observé unos momentos y vi en ella círculos de fuego sobre la arena mojada de una playa. Una hoguera. Un fuego. Calor. El Sol.
Calor en mi retina, calor en mi estómago.
Retiré su piel y íntimas gotitas de su líquido interior bañaron tímidas, mis dedos. Era el rocío de la mañana, posándose sobre un árbol. Frescura y humedad. Lluvia. Agua.
Mi boca se volvió fuente.
Separé los gajos uno a uno, sólo por el placer de escuchar el rumor de las partes conformantes de un todo, separándose y volviendose individuales para un fin. Y sentí su textura sedosa y delicada acariciándome la yema de los dedos. Mi cuerpo también se disociaba y se dividía en varias partes para prepararse para cumplir su función.
Me llevé el primer gajo a la boca y mastiqué. Agua helada y tierra caliente.
Seguí masticando y me maravillé en silencio de la cantidad de vidas y historias de las que está hecha una naranja.
A medida que comía, tambien bebía. Comer y beber a la vez, todo en un solo alimento.
Cogí otro gajo y en él vi la luna pendiendo de un cielo blanco y naranja, llena de ríos con forma de arterias que irrigan su interior. Tambien mi cuerpo es un río de agua o a veces, incluso un mar de sal.
Sonreí y me lo comí buceando entre los secretos de esa luna.
Así, seguí comiendo y viajando, gajo tras gajo a todos y cada uno de los lugares a los que la naranja me llevaba.
Cuando sostuve el último gajo entre mis dedos, supe que mi viaje estaba llegando a su final. Saboreé en mi saliva ese regusto dulce y amargo, contradictorio y hermoso de una despedida, dejando que toda esa esencia se evaporase despacio, de mi paladar, cerrando los ojos, guardando ese instante. Tal y como mi cuerpo se queda también con la gratitud de los alimentos que recibe, y los acoge en su seno, haciendolos formar parte de él.
Tal y como un pintor crea su obra y a sus ojos es hermosa y perfecta, y desea que para los demás así sea, porque ha puesto algo suyo en cada pincelada.
Tal como la vida misma y su fugacidad, llena de momentos que terminan.