Yo tuve un compañero de piso con un concepto muy personal de la limpieza, y mira que yo no soy nada delicado.
Eramos tres. En la cocina por ejemplo, el tema platos. Cada uno fregaba lo que ensuciaba. Eso tiene un problema, que si uno no friega, te quedas sin vajilla para comer. Optamos mi otro compañero y yo por comprar varios platos para cada uno y guardarlos aparte. Cuando ya nos hartamos de ver toda la vajilla sucia sobre la lavadora, se la metimos en la bañera. Tardo unos días en lavarla, también en ducharse.
El chaval no tenía olfato, y se dejaba el gas abierto más de una vez. Yo llegué el último al piso, y el váter no era váter, era todo costra. Mi compañero limpio tenía un mini aseo el cabronazo que había ganado por sorteo. Cuatro botellas de agua fuerte y mucho frotar fue lo que me costó devolverle el color natural. Así llegaba a mi casa y le hacía reverencias al váter de mis padres. De hecho le decía a mi madre que no me pusiese plato, que me sirviese los garbanzos directamente en el váter.
La ropa se pasaba días lavada en la lavadora. Ya cuando habías ensuciado toda tu temporada otoño-invierno te tocaba sacarla al menos para poder lavar tu. Es indescriptible a lo que huele eso, prefiero no hablar más.
La casa estaba llena de yogures vacíos con colillas por los rincones. Su parte de la nevera era la foto de la enciclopedia del reino protista.
Los vecinos venían a quejarse porque los gritos de madrugada eran insoportables cuando se quedaba a dormir su novia. Yo por suerte dormía al otro lado de un pasillo de 30 metros( si, el piso era un pasillo de 30 metros al que le iban saliendo las habitaciones a los lados), pero mi compañero, el limpio, dormía pared con pared, y bien finita. Contaba que algunas noches se despertaba aterrado y emparanoiado y encendía las luces, pensando que estaban copulando en su cama con él.
Al final se fue, a vivir con su novia, pobres. Y nos vino un alemán, Norbert, un gran tipo.