Además de los estudios propiamente lingüístico-antropológicos, existen trabajos de otras ciencias sociales que incluyen comentarios y notas sobre la relación entre la lengua y la visión del mundo de un pueblo o nación. Son una muestra del peso que aún poseen las ideas sobre la correlación entre lengua y cultura en muchos autores. Como ejemplo, podemos citar un libro de divulgación sociológica de Amando de Miguel, titulado Los españoles. Sociología de la vida cotidiana,[2] que dedica varias páginas a analizar algunos aspectos de la mentalidad española a partir de datos lingüísticos. Afirma el sociólogo metido a lingüista que
la vertiente hipócrita de la mentalidad que prevalece en España [...] se muestra también en el lenguaje. Es curiosa la voz «desengaño», de difícil traducción a otros idiomas cercanos. Se emplea para denominar las verdades que uno obtiene de las duras experiencias de la vida. Es el mismo sentido negativo que se da a la palabra «desmentido» para indicar una declaración oficial y solemne que trata de atajar un error de información o un rumor. En ambos casos la verdad se presenta como una negación de la mentira. Una impresión como ésa se encuentra metida en las entretelas de la conciencia española.
Es cierto que las palabras desengaño y desmentido significan etimológicamente ‘negación de la mentira’, porque de hecho, en ambos casos, la idea que se desea expresar es precisamente ésa, el hecho de negar una falsedad. En el primer caso,
alguien está engañado bajo una apariencia falsa y en un momento determinado descubre la mentira de la situación en que se halla. En el segundo, alguien difunde una mentira, una calumnia o una información que no se desea que sea hecha pública, lo que obliga al afectado a emitir un mensaje que aclare la verdad. Las dos palabras se han creado con el prefijo negativo des- unido a palabras que denotan la idea de falsedad, -engaño y -mentido (de mentir), utilizando un procedimiento morfológico que expresa la noción de negación de la base. La verdad se presenta aquí como negación, precisamente porque es una verdad a la que se llega tras descubrir una mentira y negarla. La idea que se desea expresar no es simplemente la de ‘verdad’, sino la de ‘negación de la mentira’, que es diferente, y las palabras desengaño y desmentido reflejan perfectamente, por medio de sus componentes morfológicos, esa noción negativa. No se trata de nombrar a la verdad en sí misma, para la que el español dispone de palabras como verdad, veracidad, autenticidad, exactitud, etc., sino de expresar una negación de la mentira. Si poco aceptable es pensar que desengaño y desmentido reflejan la visión de la verdad como negación propia de los hispanohablantes, menos lícita es la idea mantenida por De Miguel de que estas dos palabras son un reflejo de la hipocresía española.
Analiza el autor otro dato lingüístico del que extrae algunas conclusiones sobre la mentalidad española. Es la existencia de las perífrasis verbales deber de + infinitivo, que expresa posibilidad, y deber + infinitivo, que denota obligatoriedad. Para De Miguel, la similitud formal de ambas construcciones y la confusión habitual entre las dos estructuras, que los hablantes suelen intercambiar, reflejan una penuria lingüística que es muestra del escaso interés de los españoles por distinguir dos conceptos muy diferentes, como son el de la moralidad (lo que debe ser) y la posibilidad (lo que puede ser). Aduce De Miguel otro ejemplo en la misma línea de confusionismo semántico. Es el uso polisémico del adverbio seguramente, que posee dos sentidos: probabilidad (‘quizás’, ‘acaso’) y certeza (‘sé con seguridad’). El autor va más lejos al afirmar:[3]
Esta mezcla desorganizativa de planos significa mucho. Indica que en la cultura española domina una suerte de voluntarismo fatalista –si cabe la contradicción al hablar de tan contradictorios elementos– por el que confunde el futuro deseable con el probable y a veces con el necesario. Es lógico que una cultura así confíe tanto en la lotería, en los juegos de azar. El español piensa: «El gordo de la lotería debe de ser un número terminado en 9». Espera una probabilidad más o menos sentida y al tiempo un deseo porque, casualmente, el número que juega termina en 9. No sólo un deseo, sino el reconocimiento de una necesidad. Se entiende ahora que para mezclar todos esos sentimientos, le dé lo mismo decir «debe ser» que «debe de ser». La confusión entre la realidad y el deseo es característica de una mente que desvaría, precisamente la enfermedad que aquejaba a don Quijote y cada vez más a Sancho Panza. Por eso son también nuestros héroes nacionales.