Por qué ya no intento ser un hombre “de verdad”
,John Stoltenberg es un activista, académico, autor y editor norteamericano, comprometido con el feminismo y la erradicación de la violencia sexual. Fue el compañero de vida de Andrea Dworkin. Sus obras incluyen ensayos, artículos y novelas, entre los que se incluyen: “Negándose a Ser Hombre: Ensayos sobre Sexo y Justicia” (Refusing to Be a Man: Essays on Sex and Justice),”El Final de la Hombría: Parábolas sobre Sexo y Personalidad” (The End of Manhood: Parables on Sex and Selfhood) y “¿Qué tiene de sexy la pornografía?” (What Makes Pornography ‘Sexy’?), entre otros.
Este artículo fue escrito originalmente por invitación de Consolidated para el fanzine relacionado con el álbum Business of Punishment.
Siempre me sentí distinto de los otros tipos, toda la vida. Siempre había algunos que eran “más hombres”, que tenían más “hombría” que yo. Un día, leí un libro feminista que me cambió la vida. Básicamente decía que no existían los “hombres reales” y las “mujeres reales” y que el género era una ficción social. Fue entonces que dejé de sentirme tan ansioso sobre si podía estar a la altura de lo que se esperaba como estándar de hombría. Y fue entonces que descubrí una nueva fortaleza personal.
A lo largo de los años esa fuerza creció, hablando con muchos varones que también habían sido criados en esta creencia de “La Hombría” y por lo tanto, intentaban con todas sus fuerzas ser “hombres de verdad”. Todos los hombres con los que hablaba creían que había otros hombres con más Hombría que ellos, más Hombría de la que ellos podrían aspirar a tener.
Y entonces pensé: Si todos los que están tratando de ser un “hombre de verdad” creen que hay otra gente por ahí que tiene más hombría que ellos , entonces, o bien hay algún tipo por ahí con más hombría que nadie, y tiene tanta hombría que jamás tiene que probarla o demostrársela a nadie, porque jamás está en duda, o eso de la hombría no existe, y es solamente un engaño y un delirio.
Al ver tipos tratando de probar sus fantasías de hombría -ya sea ensuciando mujeres, burlándose de los queers, o humillando personas de otras razas y religiones – me di cuenta de que estaban haciéndome daño a mí también, porque su miedo y odio de todo lo que no tuviera esa hombría estaba anulando partes de mí que yo valoraba.
Y ahí sentí la conexión con el feminismo. Quiero una humanidad que no se mida contra un estándar basado en el culto a la masculinidad. Quiero una personalidad que no niegue partes de mí solo porque no tienen “hombría”. Quiero la valentía para confrontar las cosas que los hombres han hecho en este mundo que han sido dañinas para las mujeres y que además no han dejado lugar seguro alguno para el “yo” que espero ser.
El tipo de conexión sexual que siempre quise tenía que ver con la igualdad y la justicia. Siempre pensé que esa era la parte más sexy del sexo – el sentimiento más profundo que pudiera ser posible entre dos personas. Pensé que el sexo y la justicia debían estar intrínsecamente unidos, aun antes de conocer la palabra “feminismo”.
Cuando comencé a ver cómo la pornografía hace que la dominación y subordinación se vean “sexy” – que es el exacto opuesto de la justicia y la igualdad, eso también me afectó de una forma personal. Se me había enseñado que la dominación era lo que hacían los “hombres de verdad” cuando tenían relaciones sexuales, que la dominación era lo que se suponía que yo tenía que hacer en la cama. El hombre tenía que ser el conquistador, el cogedor poderoso. Bueno, a mí eso nunca me salió del todo bien, y me sentía un fracaso.
Cuando comencé a oír a amigas mujeres que habían sido golpeadas, que habían sido violadas, fue muy perturbador. Todavía lo es. Entiendo desde adentro algo de lo que los hombres hacen a las mujeres, y parte de eso no es parte de mí para nada. Pero solamente porque el odio sexualizado no es una gran parte de mí no quiere decir que no sea real en el mundo. Gran parte de la sexualidad masculina se tuerce y convierte en algo muy hostil, la animosidad es casi una pre-condición para los sentimientos sexuales y la violencia es como el juego previo. Eso es completamente ajeno a mí – no es algo que me pueda imaginar haciendo – pero sé que debo tomar con seriedad el hecho de que sucede, y de que muchos hombres lo hacen porque los hace sentir hombres “de verdad”.
Cuando me siento realmente centrado, es como si mi personalidad, mi “yo” no tuviera género. En el mundo, por supuesto, se me percibe como hombre; vivo con los beneficios y privilegios del significado social de mi anatomía. Pero el camino de mi vida consiste en negarme a ser un hombre. Ni siquiera creo que la hombría exista. La única manera de probar la hombría de uno es ganar una pelea, o dominar a alguien – algo tan tonto que ni vale la pena mencionar. Y cualquiera que intente conectarse con esa “masculinidad profunda” a través del mito, será inevitablemente decepcionado – porque la hombría es el mayor de todos los mitos.
Hoy mi vida tiene que ver con tratar de hacer lo correcto, lo mejor que pueda. Puedo errarle, pero siempre mantener contacto con las consecuencias de mi elección, siempre saber lo más que pueda sobre a quién va a afectar mi elección y permanecer atento a eso. Experimento mi auténtica personalidad, mi verdadero “yo”, solamente en la historia de mis elecciones, en la acción, en la manera en la que hago las cosas y en la responsabilidad que acepto por haber actuado o por no haber actuado. Descubrí que la clave no es tomar decisiones bajo la premisa de si eso me hará “más hombre”. Por el contrario, tomo decisiones porque parecen lo más justo de hacer, lo que más considera las personalidades, los “yos” de todos, incluyendo el mío propio.
© John Stoltenberg. Traducido con permiso del autor por Lenina D’ Aca.