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#42 – Pedaleando por Madrid; haciendo política y haciendo deporte.

21
JUN
Después de un último programa dedicado a la tortura, una tormenta de verano centrada en los presos libertarios con largas condenas en EEUU y otra sobre los CIE´s, nos ha parecido oportuno parar y centrarnos en algo que es capaz de aunar componentes críticos y una esencia lúdica que nos arrastra hasta los mejores años de nuestra infancia: la bicicleta.

Eso sí, trataremos de averiguar cómo se llevan la bici y la ciudad de Madrid, para lo que nos acercaremos en busca de consejos y experiencia a una tienda-taller del barrio de Lavapiés que funciona en régimen de cooperativa, hablaremos de seguridad, de tiranía automovilística y de bici piquetes en las huelgas generales. También entrevistaremos, fuera y dentro del estudio, a diferentes ciclistas que hacen de la bici su medio de transporte cotidiano y nos cuentan cómo son sus diferentes experiencias en la ciudad. Nuestra intención ha sido la de recoger testimonios que permitan dar cuenta de qué significa pedalear día a día por las calles de Madrid (para lo bueno y para lo malo), a la vez que animar a todos los que estáis indecisos a agarrar la bici y desplazarse con ella en mitad de la jungla de asfalto.

Queremos recordaros que hemos montado una rifa de dos bicicletas para financiar tanto el proyecto de Cabezas de Tormenta, como el de la publicación anarquista impresa Todo por Hacer. El sorteo será el 29 de junio, así que todavía estáis a tiempo de comprar papeletas. Podréis encontraros con alguno de nosotros el próximo jueves 27, en la tradicional Bicicrítica que se realiza desde las 20 horas en Madrid (Cibeles).

En nuestra sección de reseñas se hará una crítica de Díaz, una película que está a día de hoy en cartelera, y que traemos a nuestro programa con motivo de la detención del compañero italiano Francesco “Jimmy” Puglisi, condenado a 14 años de prisión tras el proceso por “devastación y saqueo” relacionado con la revuelta de Génova del 2001, fue secuestrado el 5 de junio en Barcelona por la Policía Nacional (os dejamos un enlace la dirección actual que tiene en la cárcel de Soto del Real).

Os dejamos con el texto que redactamos para la cabecera del programa:

Aquí tenéis uno de los sonidos más hermosos que se pueden encontrar en esta descorazonada ciudad. Entre una vorágine de descomunales máquinas alimentadas con combustible fósil. Van y vienen, configurando el mapa de Madrid a su imagen y semejanza. Las casas, las calles y, en definitiva, la vida se amoldan a sus exigencias. En el principio de todo estuvo y está el tránsito motorizado.

De pequeño coleccionaba pequeños coches reproducidos a escala; incluso unas navidades fui obsequiado con un parking de cuatro plantas donde guardarlos. Mi padre siempre me transmitió su admiración por el automóvil como seña identitaria y tarjeta de presentación. Recuerdo conversaciones en el patio en las que los críos poníamos en común los coches que tenían nuestros padres; no sé si se seguirá haciendo, pero lo cierto es que es un síntoma inequívoco del mundo en el que vivimos. El coche es inoculado desde nuestra primera infancia, nos es introducido desde siempre y con la intención de perdurar para siempre. Se cuela en nuestras fantasías, en nuestros sueños, en nuestros cuerpos. Hay miríadas de diminutos automóviles circulando a toda velocidad en el citoplasma de nuestras células. Coche, vehículo, automóvil, carro, buga, De Pedro Picapiedra a James Dean. Volantes y pedales de aceleración. Revolcones en la parte de atrás. El ser humano monta en coche, el ser humano es humano por montar en coche.

Sin embargo, si nos remontamos a los primeros momentos de la invasión, si viajamos mentalmente a nuestros primeros años de vida, encontraremos un antídoto, un aliado, una máquina real, sin simulaciones ni escalas, una máquina mágica, que se mueve simple y llanamente porque tú haces que se mueva. Cerrad los ojos y buscadla, está ahí, en el trastero, en el garaje, en una esquina de la terraza, bajo un plástico sujeto con pinzas de la ropa. Primero tiene tres ruedas, luego dos grandes y dos mucho más pequeñas acopladas a los laterales, más tarde, y para siempre, dos ruedas gemelas, dos bielas con sus sendos pedales, una cadena. Pensadlo bien, es un artefacto perfecto. Hermosamente sencillo y funcional, todo su encanto se reduce a un único sustantivo: autonomía. Pedaleas y avanzas. El esfuerzo se traduce en kilómetros. Recorridos que puedes hacer en una hora caminando llegan a convertirse en un cuarto de hora con las manos agarrando el manillar. El mundo se expande. Veranos en el pueblo, aventuras más allá de la frontera del barrio. Aumenta la distancia con padres y adultos pedalada a pedalada.

En mi caso, como en tantos otros, se produjo una grieta al llegar a cierta edad. Se abandonaron los juegos, ya no se montaría en bici solo por montar… ya solo se haría en el marco estricto del “deporte”. Los años pasan, te vas de casa. Una, dos, tres… una docena de casas distintas. Son muchas las veces en las que te planteas recuperar tu vieja bicicleta de acero en la próxima visita que les hagas a tus padres. A veces no te cabe, a veces la casa tiene un carácter irremediablemente temporal, a veces no hay dinero para ponerla a punto. Un día las cosas cuadran, un día te animas. Bien sea porque las horas frente al ordenador del trabajo dilatan tus perezosas masas musculares, porque la basura política incrementa el precio del transporte público de manera exponencial, o, quizás, porque alguien te ha susurrado un maravilloso secreto: hacer de adultos lo que nos fascinaba de pequeños no solo es saludable, no solo nos da paz en mitad de este nicho de asfalto, sino que es algo absolutamente irracional para el sistema.

“Cuando el día se vuelva oscuro, cuando el trabajo parezca monótono, cuando resulte difícil conservar la esperanza, simplemente sube a una bicicleta y date un paseo por la carretera, sin pensar en nada más”. Arthur Conan Doyle.

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