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Los animales y el círculo de la moral
En este artículo voy a plantearles un problema filosófico. Es un problema que todos ustedes se han planteado, a buen seguro, en muchas ocasiones, y del que los filósofos se llevan ocupando desde los orígenes mismos de la filosofía.
Marta Tafalla (Para Kaos en la Red)
En este artículo voy a plantearles un problema filosófico. Es un problema que todos ustedes se han planteado, a buen seguro, en muchas ocasiones, y del que los filósofos se llevan ocupando desde los orígenes mismos de la filosofía. Si lográramos comprender bien este problema, y solucionarlo, muchas de las injusticias que tienen lugar en nuestro mundo desaparecerían.
El problema filosófico al que me refiero es el siguiente. Desde que el homo sapiens sapiens existe en este planeta, en todas las épocas y en todas las culturas se da una clase de personas, afortunadamente pocas, cuyo comportamiento hacia los demás está dirigido exclusivamente por el más puro egoísmo; personas que consideran a todos los seres humanos y a todos los seres vivos meros instrumentos a su servicio, a los que usan y de los que abusan a su antojo, a los que dominan, explotan, maltratan y destruyen. Son personas capaces de hacer daño a cualquiera que se cruce en su camino, ya sea para conseguir sus objetivos o por simple placer, sin que después los perturbe el menor remordimiento. Tales sujetos son a veces criminales, mercenarios en algún ejército, pero también pueden ser nuestros vecinos, gente de apariencia normal, de la calle, que son sistemáticamente malos amigos, padres tiránicos, pésimos compañeros de trabajo.
Existe otra clase de personas, también escasa, que tiene el comportamiento contrario: intentan ser justas, o incluso más aún, intentan ser buenas y generosas con todo aquél que se encuentran a lo largo de su vida. Se esfuerzan por ser buenos padres o madres de familia, fieles amigos, compañeros en los que confiar, vecinos amables, ciudadanos responsables, ecologistas convencidos, rescatadores de animales abandonados. Son personas que se alegran con las alegrías de los demás y a las que entristecen los problemas ajenos, para los que siempre están dispuestos a ayudar en la búsqueda de una solución.
Estas dos clases de personas, ambas minoritarias, se sitúan en los dos extremos del espectro. Entre estas dos clases nos encontramos todos los demás, la mayoría de nosotros, la inmensa mayoría de los homo sapiens sapiens que se vienen sucediendo en este planeta desde hace ciento cincuenta mil años.
Lo que nos define moralmente a esta amplia mayoría, es que tenemos un comportamiento contradictorio, paradójico: con algunas personas y a menudo también con algunos animales somos justos y buenos, nos preocupamos por ellos, los protegemos, los cuidamos si están enfermos, mantenemos las promesas que les hemos hecho, pero en cambio, al mismo tiempo, y sin que nuestra identidad se desmorone o nuestra racionalidad se derrumbe ante tamaña contradicción, podemos ser injustos, crueles, viles y despiadados con el resto de seres que pueblan el planeta. Podemos comprar para nuestros hijos juguetes fabricados por niños en condiciones de esclavitud, podemos comprar productos de belleza que han costado el sufrimiento y la muerte a miles de animales, desentendernos de la más que probable extinción de 15.000 especies o despreciar a un África que día tras día se hunde un poco más en el abismo del olvido. Y ser a la vez el doctor Jekyll y Mister Hide en nuestra vida cotidiana ni nos quita el sueño por las noches ni nos hace pensar siquiera que tenemos un grave problema.
Y éste es el problema filosófico que quiero plantearles hoy aquí: ¿cómo puede una misma persona cuidar de sus hijos con toda dedicación, conmoverse por el sufrimiento de un amigo, donar parte de su sueldo a médicos sin fronteras, y a la vez, tolerar el dolor más atroz de otros, o incluso despreciar a esos otros que sufren, o incluso alegrarse por ello?
Esa contradicción se da en una variedad infinita de formas y grados, y encontraríamos los ejemplos más diversos. Cada persona tiene su círculo moral: los que pertenecen a él son los suyos, aquellos que le preocupan y a los que está dispuesto a cuidar. Los que se encuentran fuera de ese círculo, en cambio, no merecen la menor atención, o aún peor, son tan despreciables que se merecen ser explotados, esclavizados y destruidos. Esos círculos pueden ser de muchos tipos y de muchos tamaños, y cada cual tiene sus criterios para decidir quién está dentro y quién fuera. Para muchas personas pertenecen a su círculo los miembros de su nación o su raza, y el inmenso resto de la humanidad no tiene la menor oportunidad de entrar. En la Alemania nazi, un ciudadano alemán podía ser un buen padre de familia, excelente vecino, y trabajar en un campo de concentración maltratando sistemáticamente a los prisioneros. En nuestra sociedad actual, un médico puede dedicar seis días a la semana a salvar vidas de pacientes cuya suerte le conmueve, puede ser pacifista y progresista, un marido sincero y un padre comprensivo, incluso encariñarse con los perros de sus hijos, y al mismo tiempo, cada mañana de domingo, coger la escopeta con sus amigos y salir a cazar.
Existen infinitos casos y pueden ser muy distintos, pero la contradicción es la misma en todos ellos. ¿Cómo es posible ser a la vez justo e injusto? ¿Cómo es posible ser por la mañana un amigo comprensivo y a las cinco de la tarde convertirse en un torturador de toros? ¿Por qué nos afecta el sufrimiento de algunos seres hasta rompernos el corazón, y en cambio el dolor de otros nos deja fríos, lo olvidamos al instante, o incluso disfrutamos con él? ¿No es como si nuestra capacidad moral sufriera una terrible esquizofrenia? Tenemos un abismo en nuestro interior que separa lo mejor y lo peor de nosotros, y en cada uno de nuestros días somos capaces de saltar alegremente de uno a otro lado sin percibir la profundidad de nuestro vacío.
Este es el gran problema de la filosofía moral. Las personas que aceptan el maltrato de animales en la industria de alimentación, en la experimentación o en las fiestas populares, o las personas que lo practican ellas mismas o que disfrutan con ello, no son seres malvados de los pies a la cabeza. Saben lo que es la justicia, la bondad y la responsabilidad, y las practican con otros. Pero no son capaces de incluir a esos animales en su círculo moral. Igual que los racistas o los sexistas no incluyen a algunas personas.
Esto también nos permite ver algo importante. La cuestión moral de la protección de los animales no es una cuestión secundaria, marginal para la filosofía o para la sociedad. Sino que los problemas filosóficos que implica son los mismos de la filosofía moral en general. Que maltratemos a animales se parece mucho a que maltratemos humanos. La razón de que lo hagamos es exactamente la misma.
Los filósofos han desarrollado teorías muy complejas para resolver el problema del círculo moral, pero no les voy a hablar de ninguno de ellos, porque creo que la mejor explicación de este fenómeno no la dio un filósofo, sino un naturalista: Charles Darwin.