Sólo plumas y sangre quedan en el pasto artificial, y aun en las paredes del ring donde se libran las peleas de gallos. La gente se ha ido y las luces se han apagado. Luego de una tarde en la popular “riña” de gallos, algunos felices, otros tristes, con dinero o sin él, pero todos los asistentes cargados de la adrenalina que este tipo de entretenimiento genera casi todos los días en República Dominicana.

Es domingo y, en un barrio cercano de la capital dominicana, la gente ha acudido para participar del deporte nacional.

Los seguidores quizás no lo sepan; pero los primeros gallos que llegaron a esta pequeña isla viajaron con Cristóbal Colón (www.gallospedragliofarm.com). De esos años datarían las peleas que hoy espantan a los defensores de los animales, los que aún poco pueden hacer frente a una costumbre muy arraigada.

Como hacen con las carreras de caballos, los diarios locales anuncian las mejores peleas del día y el origen de los criaderos; las expectativas son grandes. Ésta es la actividad que más aficionados tiene en el país caribeño que la considera parte de su patrimonio histórico y cultural.

Las estadísticas locales indican que existen alrededor de 900 galleras en todo el territorio dominicano, conocidas como coliseos, y se estima que más de 20 mil familias dependen directamente del sangriento negocio de los gallos.

En el gallero, en medio del nerviosismo por los combates, la gente explica, cuando se le consulta, que estas “riñas” de gallos son un deporte “como cualquier otro”. Y se desentienden de que afuera se eleven voces que las consideran un salvaje, cruel e innecesario maltrato de animales domésticos.

Los gallos de pelea son criados y entrenados para los enfrentamientos y, aunque muchos ven las peleas como puro entretenimiento, las cantidades de dinero que llegan a apostarse pueden demostrar que de “puro” no tienen nada. Algunos asistentes afirman que ha habido días en los que la apuesta alcanzó en pesos dominicanos el equivalente a algunos miles de dólares. Lo que está claro es que este deporte o maltrato de animales beneficia los bolsillos de apostadores que son capaces de seguir sus buenos pálpitos.

El origen de las peleas de plumíferos va hasta Asia, específicamente China, hace unos 2.500 años, pasa por la India, Europa y llega a América. Aunque la Iglesia Católica, que arribó también con Colón, eleva sus quejas de tanto en tanto, la práctica se ha extendido con más o menos respaldo de las autoridades.

Hoy, está prohibida en la ciudad de México, donde los “palenques” han hecho historia, como documenta, por ejemplo, el cine de ese país. En Cuba es legal. Y en Bolivia hay lugares, como San Ignacio de Moxos (Beni), en los que esa práctica se defiende como parte de la cultura local, al grado de que marca su presencia estelar en el programa oficial de la fiesta patronal.

Anticonstitucional

No hay una ley nacional que sancione este tipo de peleas, hace notar Susana Carpio, presidenta de la sociedad protectora Animales SOS, con sede en La Paz. “Sin embargo —aclara—, el artículo 302 de la Constitución Política del Estado (CPE), que define las competencias exclusivas de los municipios autónomos, delega a éstos la protección de los animales domésticos y silvestres”.

“Es muy común ver, en ciertas regiones como Yungas, el norte paceño, Cobija o Trinidad, a chicos que salen de sus casas con un gallo en la bolsa, tal cual hacen con un balón o su ropa deportiva quienes van a jugar fútbol”, hace el paralelo Carpio. Lo que sí sucede hoy, en todas las capitales de departamento —las últimas en sumarse han sido Trinidad y Cobija—, así como en El Alto, es que los respectivos gobiernos municipales han emitido ordenanzas que castigan los actos de crueldad contra los animales, de manera que las peleas de gallos están prohibidas en esas jurisdicciones. “De cualquier manera, se celebran; tenemos datos de que en varios lugares, Tembladerani (zona oeste de La Paz) uno de ellos, hay apuestas de este tipo”.

Basta darse un paseo por internet para conocer de las ofertas de animales (gallos) que pueden venderse en 100 y 500 dólares, según su entrenamiento y peleas ganadas, para sospechar sobre cuán difundida está la práctica en Cochabamba y La Paz, sólo para citar lugares con normativa.

De vuelta en Santo Domingo

Los gallos entrenados para la pelea no saben sino atacar y a muerte. Los humanos se encargan de colocarles unos espolones de plástico (en otros países se usa el metal) que bien sujetados a sus flacas piernas les sirven para lastimar al enemigo. De rato en rato, los brincos parecen más un doloroso coqueteo que aprontes agresivos.

Gotas de sangre tiñen la arena que se va alfombrando de livianas plumas. Los picos también son un arma. Los animales se agreden hasta que uno de los dos queda tendido. La gente que ha seguido la pelea con muestras de nerviosismo estalla en júbilo o decepción, según por qué ejemplar se haya jugado. La pena, si la hay, es por el dinero perdido, pues el combatiente caído ya no importa. Rápidamente las apuestas quedan saldadas y los gritos de los gallos enjaulados hacen coro para seguir con los combates.

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