¿Por qué el médico veterinario decide que su paciente debe morir?
1) Porque lo considera incurable.
2) Porque las escasas posibilidades de curación no justifican los esfuerzos de todo tipo que deberían realizarse.
3) Por ahorrarle a su paciente sufrimientos "supuestamente inútiles.
4) Porque el propietario lo pide.
El pronóstico de incurabilidad es pronunciado con frecuencia muy llamativa, tanto que cabría cuestionarse la utilidad de tantos años de estudios realizados por los veterinarios dado que, aparentemente, sólo son atendibles las enfermedades que no revisten verdadera gravedad.
Como médico veterinario debo confesar que pronosticar incurabilidad, especialmente si el diagnóstico va acompañado de algunos estudios complementarios y la sentencia se pronuncia con gesto académico, es una salida elegante llena de ventajas, a saber:
a) libera de la responsabilidad de enfrentar un tratamiento con probabilidades de fracasar y los fracasos, aún en casos gravísimos, siempre provocan cierta pérdida de prestigio.
b) Alivia el esfuerzo de trabajo y dedicación que significa un enfermo grave.
c) En caso de ser aceptada la eutanasia por el dueño (cosa muy probable) se termina en un instante con un "caso problema", quedando más tiempo disponible para las vacunaciones y caos sin gravedad que son la fuente más importante de ingresos fáciles.
Personalmente, cuando ante un caso muy grave se me requiere un pronóstico definitivo suelo responder que solamente podemos estar seguros de lo que conocemos con certeza y este tipo de conocimiento certero es tan escaso entre los hombres que podemos asegurar que lo que conocemos es ínfimo en relación con lo que no conocemos. De modo que nadie, absolutamente nadie, puede tener la certeza, la seguridad, de que un paciente indefectiblemente morirá. Dicho de otra manera, solamente podremos asegurar la incurabilidad de un paciente cuando éste haya muerto.
Todos los milagros son simples evidencias de nuestra ignorancia. Yo sigo asombrándome cada vez que presencio la curación de un caso que, de acuerdo con el diagnóstico de enfermedad clínica perfectamente realizado, debería darse por perdido. Del mismo modo, me asombro ante el desenlace fatal de casos que estaban aparentemente bien controlados.
De manera que podemos preguntarnos: ¿debemos condenar a muerte a un animalito simplemente porque ignoramos la forma de curarlo?
Nuestra misión como médicos es luchar por la vida del enfermo, tratando siempre de curarlo o al menos, de aliviarlo, con todos los medios disponibles, poniéndonos de su lado y no del lado de la enfermedad y de la muerte.
Todo ser vivo tiene el derecho de ser favorecido por el "milagro" y no podemos negarle su oportunidad.
Con demasiada frecuencia se olvida la consulta entre profesionales y muy especialmente se olvida recurrir a otro tipo de medicina no convencional y aún a los métodos tachados de mágicos o curanderiles, como si el dogma científico fuera más importante que la vida del enfermo.
¿Cómo podemos traicionar a quien nos pide ayuda y confía en nosotros? ¿Es que el orgullo personal, la necesidad de prestigio y consideración o aún el interés material valen más que la vida y el bienestar de nuestro paciente?
Profundizando un poco más, afirmo que los hombres, cualquiera sea el grado de autoridad científica, social o cultural que hayamos alcanzado, no tenemos el derecho de destruir aquello que somos incapaces de crear y cuyo profundo misterio desconocemos: la VIDA.
Y como en la situación que estoy analizando cuando hablo de vida me refiero específicamente a la del paciente, analizaré la condición de este "tercer personaje", a quien considero el más importante.
Si él pudiera hablar y le preguntáramos su opinión ¿qué diría?. Si el pudiera...Pero... ¿no puede? ¿Cuántos de nosotros y cuántas veces nos hemos detenido a escuchar su voz? Todos los animales son capaces de hacernos saber qué quieren, qué sienten, especialmente si convivimos con ellos, y en el caso de los animales enfermos esta expresividad se conserva y aún se exalta en algunos casos, resultado casi obvio que, aparte de la expresión y la actitud, cada síntoma es un pedido de ayuda.
Ha sido observado además que los animales son capaces de cierto "voluntarismo" en relación con su vida, tal el caso de los perros que por haber muerto su amo "deciden" morir también (cada lector debe conocer alguna historia de estas).
En lo que a mi respecta, me ha sido relatado por un allegado inmediato al protagonista y testigo presencial, un escalofriante episodio de supervivencia voluntaria. Trataré de resumirlo.
Un hombre, por razones de trabajo debe viajar por un tiempo. Su perro, ya viejo, queda en su casa en compañía de su familia. En ausencia del amo el perro enferma gravemente y el médico veterinario que lo atiende pronostica un desenlace fatal a corto plazo, llegando incluso a proponer la eutanasia para evitar lo que se consideraba una agonía inútil. Los familiares prefieren no tomar ninguna determinación sin el consentimiento del amo, quien al serle comunicada la novedad decide regresar.
Mientras tanto transcurren los días, el perros está en un estado de sopor comatoso, no come ni bebe, apenas respira. Nadie, incluido el médico veterinario, se explica cómo es posible que siga viviendo. Ya debería estar muerto. Transcurre en esas condiciones casi una semana. Finalmente el amo regresa y el perro, que había estado "inconsciente" todos esos días, al entrar aquél levanta la cabeza y lo mira. El amo se acerca y, llorando lo acaricia. En el momento de recibir la caricia el perro muere.
¿Cómo es posible que propietario y veterinario decidan, a veces tan ligeramente, el destino de una vida como esa?
Alguien podría decir, y de hecho lo he oído varias veces, que es "inhumano" permitir el dolor "inútil en un perro que ni tiene esperanzas de salvación".
Ya he mencionado la relatividad y subjetividad del concepto de incurabilidad, de modo que agregaré otra afirmación: creo que no existe ningún dolor físico que supere al que produce la certeza de la muerte artificial inminente producida con la complicidad de quien se ha amado tanto.
Pocas personas ignoran que los perros perciben nuestra actitud aunque no hagamos absolutamente nada, de manera que es evidente que "saben" qué es lo que vamos a hacer cuando empezamos a hacerlo. Cuando llamamos a nuestro perro para salir a pasear éste viene inmediatamente, pero cuando lo hacemos para bañarlo (si es que el baño no le gusta) se esconde aunque nuestro tono de voz sea el mismo. Cuando lo llevamos al consultorio del veterinario se resiste a pasar por el lugar, aunque el camino sea el mismo que recorremos para ir a la plaza. Y cuantos ejemplos más.
¿Cómo podemos pensar entonces que él no sabe que vamos a matarlo?
El lo sabe y ningún sufrimiento físico es comparable con la angustia que éste hecho le produce. Quien haya mirado los ojos de un perro en ese trance no olvidará jamás esa mirada. Yo no la olvidaré. Como tampoco olvidaré jamás el último caso en el que llegué a practicar la "eutanasia".
Se trataba de una perra con una encefalitis en período depresivo que se encontraba en coma desde hacía 48 horas. Cuando en complicidad con el dueño, convencidos de que era lo mejor, tomamos la nefasta decisión y preparé la jeringa y al inclinarme sobre mi paciente para inyectarla empezó a sacudirse tratando, aún inconsciente, de incorporarse para escapar.
Estoy absolutamente convencido de que ella supo lo que yo iba a hacer.
Y si ellos conocen nuestras intenciones... ¿cómo vamos a abandonarlos justamente cuando más nos necesitan? ¿No somos capaces de dedicarles algunas horas, días o aún semanas de nuestro esfuerzo, cuando ellos hubieran sido capaces de dar la vida por nosotros?
Estoy mencionando exclusivamente a los perros, pero esto se debe exclusivamente a que es una de las especies que tiene un mayor contacto con el ser humano y por lo tanto, estamos familiarizados con ellos. Todos, absolutamente todos los seres vivos sufren la muerte y digo la "muerte" y no su propia muerte exclusivamente. Como ejemplo de esto bastaría con remitirse a las extraordinarias experiencias relatadas en el conocido libro "La vida secreta de las plantas".
Lo único que conocemos de la vida son sus manifestaciones y una de las principales características observadas en la sustancia viva es su lucha constante por la conservación de esa vida.
Cada célula, cada ser unicelular, cada partícula de protoplasma está luchando por conservarse viva, por disponer del mayor tiempo posible para alcanzar sus "metas biológicas".
Entonces, ese animalito que estamos planeando matar, ¿no se sentiría feliz, a pesar de los dolores de una enfermedad que lo está derrotando, de saber que estamos a su lado, luchando por su vida hasta último momento?
Cada ser vivo tiene su tiempo, su tiempo para nacer y su tiempo para morir.
No conocemos las leyes que rigen la multitud de circunstancias que conducen al nacimiento de un nuevo ser, de un ser único, inédito, irreproducible, y la multitud de circunstancias que determinan el final de esa vida única e inédita.
Matar es sólo eso, matar. Destruir la vida. Jamás debemos aceptar que la muerte, la muerte artificial, la muerte provocada pueda producir algún beneficio.
Todo ser vivo tiene el derecho de vivir hasta su último instante, de disponer de todo su tiempo y de alcanzar su "propio fin", su muerte natural. Y esa es la única, la verdaderaeutanasia. Todo lo demás es asesinato.
"No matarás" nos dice uno de los mandamientos y eso significa también "no matarás en tu corazón", es decir la profunda y verdadera actitud vital de respeto a la maravillosa creación en la cual estamos incluidos.
Con otras palabras, sólo el amor puede salvarnos.
Dr. Juan Agustín Gómez