Se llamaba "Sol" y había heredado de su madre el virus de la leucemia felina. Estaba bien, y no había manifestado la enfermedad, por lo que podía vivir muchos años con buena salud.
Pero vivía en el jardín, y para que no se convirtiera en un foco de infección tuve que elegir entre dormirle para siempre, o que viviera el resto de su vida encerrado en casa. Elegí la primera opción y me arrepiento cada día de esa decisión. Siempre que le recuerdo, tengo la impresión de que yo le maté y me quiero morir también. Han pasado más de 10 años y nunca le olvidaré.