Informado de los movimientos y las corrientes,
Melchor se alinea con los que creen fundamentalmente en la bondad del ser humano,
las personas podrán elegir lo correcto una vez que tengan la educación suficiente. La cultura es necesaria para darse cuenta de los problemas del mundo y cómo solucionarlos.
Desde que había empezado a visitar con asiduidad la cárcel Modelo de Madrid, Melchor se daba cuenta del desamparo de los presos y de sus familias, sabe de sus problemas y soledades, de sus desesperos, sin poder trabajar y obligando a los familiares a buscar recursos para el penado. En el sindicato, Melchor habla, recolecta, dirige campañas. La organización no debe dejar desamparados a los suyos, jamás los luchadores deben dudar del apoyo de los demás, más afortunados con la libertad. La redención es la palabra clave.
... además, polemiza con los compañeros. Por sus actuaciones para liberar presos, o en la FAI, donde Melchor milita en la corriente antiatracos
Melchor tiene fama de hombre radical, que admite muy mal las críticas, tozudez ésta del que se cree en la razón, y eso provoca continuos roces. A su favor, su tremenda honradez y consecuencia.
Lleva la pistola al cinto, una pistola que le han dado en el sindicato y que lleva siempre descargada. Pero a diferencia de muchos en aquella hora,
Melchor no odia. Es quizá de los pocos que, a pesar de haber sufrido cárcel y sinsabores, no odia. Siempre ha tenido alegría de vivir, y eso
se nota, se contagia. Y tampoco siente miedo, antesala del odio.
Muchos libertarios creen que van a construir el mundo nuevo que llevan en sus corazones y del que se desterrará el odio y la venganza.
Cuatro días después del levantamiento, Melchor, viendo el desborde, lo que está sucediendo, las furias sin control, se dedica a salvar a personas perseguidas : él, con Celedonio Pérez, con Salvador Canorea y algunos miembros más de Los Libertos.
Los Libertos, el grupo de Melchor, siempre se ha dedicado a las ideas, receloso de la pérdida de principios con la masiva afiliación de los últimos años, efecto de la radicalización de los conflictos sociales.
Y como lo suyo es la acción directa, actúa. Poco después del inicio de la guerra, el 23 de julio, Melchor, junto con Celedonio Pérez, Luis Jiménez y otros miembros de Los Libertos, incautan el palacio del marqués de Viana, en la céntrica calle del Duque de Rivas. El palacio será refugio de muchísimas personas, entre ellos curas, militares, falangistas, funcionarios de prisiones, industriales, patrones. La labor de Melchor se irradia desde allí. Extiende avales, salvoconductos y documentos que sirven a personas y personalidades de distinta condición social, muchas sospechosas de apoyar la rebelión de los militares golpistas, para que puedan salvar su vida y enseres.
Melchor Rodríguez
pertenecía a la corriente del anarquismo humanitario y tuvo en la guerra civil la prueba más dura a la que se puede enfrentar un libertario : defender la vida de sus enemigos acérrimos, de aquellos que seguramente no dudarían -y de hecho no dudaron- en liquidar sin remordimientos a sus oponentes obreros. La faceta humanista es consustancial al anarquismo, pero varios grupos ácratas de Madrid, entre ellos "Los Libertos", el grupo al que perteneció Melchor desde sus inicios en la FAI, ponían especial énfasis en ello.
Es cierto que no sólo fue Melchor Rodríguez el que salvó la vida a miles de personas en el Madrid asediado por las tropas franquistas. Y que su labor de responsabilidad de las prisiones republicanas madrileñas entre noviembre de 1936 y marzo de 1937 fue propiciada por muchos dentro del anarquismo y fuera de él -Colegio de Abogados, Tribunal Supremo, Cuerpo Diplomático, funcionarios de prisiones-, pero
sin su decidido carácter, sin su voluntad, su desprecio del peligro y sin unas firmes ideas en las que asentarse,
Melchor no hubiera podido salvar a más de 11.200 personas -número de presos en las cárceles de Madrid-, además de haber refugiado en su casa a casi medio centenar y pasar a otras a Francia.
... detuvo las sacas y los fusilamientos en la retaguardia madrileña, salvando a miles de personas entre sus adversarios ideológicos. Diferencias de opinión con el ministro le llevaron a dimitir durante quince días, espacio en el que continuaron algunos fusilamientos. Repuesto en el cargo de Delegado especial de prisiones, se mantiene en él hasta marzo de 1937, echando un pulso a los responsables de orden público de la Junta de Defensa de Madrid, donde Santiago Carrillo primero y José Cazorla después, con la inestimable ayuda de Serrano Poncela, obedecían los consejos de los asesores soviéticos de limpieza de la retaguardia.
Esta actuación le valió a Melchor muchas críticas y acusaciones de ayudar a la quinta columna por parte de los comunistas. Después de la guerra, Melchor se percataría de que su secretario, Juan Batista, y algunos otros de sus subordinados, habían pertenecido a esa quinta columna y se habían aprovechado de toda su labor.
... lo primero que tiene que hacer ese anarquista que no cree en las cárceles es potenciar el papel de los guardianes, hacer que recobren la confianza, que crean en la justicia republicana, ponerlos de su lado. Sabe que su tarea va a ser ingrata y que en el camino va a perder la estimación de muchos de los suyos, que no pueden comprender cómo ahora defiende a sus enemigos.
Melchor Rodríguez fue una figura clave para devolver a la República el control del orden público y las prisiones. Aseguró el orden en las cárceles y devolvió la dignidad a la justicia. Bajo su mandato mejoraron las condiciones de los 11.200 reclusos de Madrid y su provincia, hasta el punto que los presos comenzaron a llamarle "El Ángel rojo", calificativo que él rechazaba. Creó una oficina de información, el hospital penitenciario y mejoró la comida de los detenidos.
Muy pronto tuvo que sortear un sinfín de peligros y penalidades y arriesgar varias veces su propia vida en el empeño. Hasta doce veces estuvo a punto de morir en la contienda, como él mismo contó de su propio puño en algunos de los documentos que se conservan en el archivo del Instituto Social de Ámsterdam. De ellas, hubo media docena de intentos de asesinato, y aunque Melchor siempre calló los nombres o los responsables de esos intentos de eliminación, no es difícil adivinar que la mayoría provenían de las filas comunistas.
En el comienzo de la larga noche del franquismo y del
anarcosindicalismo clandestino, fue un firme apoyo del comité nacional de Marco Nadal.
Siguió actuando a favor de los presos políticos, utilizando para ello los amigos personales que tenía en el aparato de la dictadura, a pesar de las críticas recibidas por ello de algunos de sus mismos compañeros o desde la izquierda. Entre esos amigos estuvo el demo-cristiano y presidente de la editorial católica Javier Martín Artajo (autor del sobrenombre de "El ángel rojo") y el falangista y Ministro de Trabajo José Antonio Girón, los únicos que abogaron, sin éxito, por los presos ante Franco.