Saludos,
Hace poco cayó en mis manos una novelita corta, publicada por la editorial El Parnaso (y de venta en librerias e Internet) de Ángel Padilla (por cierto, un escritor vegano). Su título, "Mundo al Revés". Empecé a leerla sin demasiada confianza porque el inicio, debo reconocerlo, no me enganchó particularmente. Pero conforme avanzaba, con la premisa de que estaba ante un relato animalista, encontré una suerte de "Rebelión en la granja" en clave antiespecista. La fantástica historia, que imagina un cataclismo mundial en el que las tornas se dieran la vuelta y los humanos fuéramos dominados por animales, no puede ser más cruda. En algunos momentos la dureza de las descripciones pone los pelos de punta y traen a la mente imágenes difíciles de soportar.
El libro toca todos los principios de la lucha animalista desde la perspectiva de un relato de fantasía. Aunque lo recomiendo vivamente a todos los vegetarianos, veganos y a todos los amantes de los animales, me parece un estupendo libro para regalar a personas algo más ajenas al tema, pues serán ellas quienes, ojalá, puedan llegar allá donde estamos nosotros empujadas por la lectura de este libro.
Hace un año o así apareció otro libro similar "Juicio a los Humanos" (de Eduardo Jáuregui) que también partía de una premisa similar a "Mundo al Revés", pero donde el primero es demasiado taimado e infantil, el segundo es una patada a la conciencia.
--Un fragmento de "Mundo al Revés"
UN FRAGMENTO DE MUNDO AL REVÉS
[...]
El chimpancé Reflejo entró en su vivienda y abrió la jaula de florecidos barrotes de bambú del humano futbolista, el cual estaba arrellanado en el suelo de césped azul en actitud apesadumbrada y pensativa. Vestía el, ya muy descosido y hecho jirones, uniforme de su equipo, compuesto de un pantalón corto rojo oscuro y una camisa a rayas rojas y blancas. ¿Zapatillas? Andaba descalzo. Sólo quedaban de sus botas de fútbol algunos cómicos fragmentos repartidos por la azulada hierba de su prisión. El humano tenía el cabello amarillo tan despeinado y en punta, que parecía que una descarga eléctrica recorría en silencio y sin tregua su organismo. Cuando la inquieta mirada del animal colisionó con el balón, se puso en pie de un salto, con nuevo amanecer iluminando la noche de sus ojos y una naciente sonrisa encendiendo sus labios rosados, todo esto contrastando grotescamente con su tiznado rostro azul saturado de moraduras y heridas de diversa índole.
- Toma, chaval. ¡A jugar! –exclamó Reflejo, y le echó el balón.
El humano futbolista comenzó entonces a darle iracundas patadas a la pelota, ejecutando movimientos acrobáticos al regatear el balón a contrincantes invisibles, golpeándolo con el empeine del pie para generar un efecto que, debido a la pequeñez del habitáculo, no se producía y tan sólo el esférico rebotaba enloquecido aquí y allá en la jaula. Gritaba cosas incomprensibles (algo así como “e cago en la mieda”), pero parecía contento y agradecido. En el interior de su ancha camiseta listada se podía ver que colgando de su pecho oscilaba la copa de oro, un anexo de carne y metal de su propio ser que, en sus largos periodos de descanso, le impedía acostarse boca abajo. Tanto corría detrás de la pelota, en un sitio tan reducido, que multitud de veces golpeaba ésta en su cuerpo, en su cabeza, en su cara, produciéndole contusiones y heridas (recordó Reflejo que una vez se les murió un humano futbolista debido a que de un balonazo demasiado potente le reventó la cabeza); pero el humano futbolista siempre pateaba el balón como si le fuera la vida en ello, intentando colar la pelota en la diminuta portería el mayor número de veces, con el rostro empañado de sangre fruto de un rosario de heridas, hasta que las fuerzas le fallaban y entonces caía exhausto al suelo, inmóvil y con la mirada fija en algún punto de la nada, como si su alma le hubiese abandonado para seguir correteando sin descanso, pero esta vez pateando al sol en el ilimitado campo de fútbol de la bóveda celeste. Tener un humano futbolista resultaba caro: tres cabelleras al mes, pero valía la pena: “Uno se ríe mucho –pensaba Reflejo- viendo gozar al humano futbolista, en su jaula, con su pelota, su portería y su copa de oro. Y ¿qué otra cosa podría necesitar un H F más que una pelota y tres comidas al día? Además, dice papá que, de soltarlos en la selva, los humanos futbolistas mueren sin saber procurarse el alimento o, indefensos -su único arma es el balón-, caen devorados por leones u otros animales, entre ellos, nosotros. Así que somos sus salvadores y sus amigos”.