II
No sé si han leído a Darwin. No suele formar parte de los planes de estudio de ninguna asignatura, ni en la educación secundaria ni en la universitaria. La comunidad científica considera correcta su teoría de la evolución y continúa trabajando en ella; toda persona culta sabe que las especies no fueron creadas tal como hoy las conocemos, sino que son el resultado de un proceso evolutivo; sabe que todas las especies están emparentadas y comparten un mismo origen, y que eso incluye nuestra propia especie. Pero la mayoría jamás ha leído los textos de Darwin ni sabe con exactitud qué es lo que dicen. Y esa ignorancia resulta sorprendente, dado que Darwin fue el primer científico capaz de responder a la pregunta ¿de dónde venimos? Parece que ese sería un motivo para que la obra de Darwin encabezara todas las listas de lecturas, y sin embargo no es así. Probablemente, la gente no tiene el menor interés en saber de dónde venimos, o prefiere positivamente no saberlo.
Y si la mayoría de personas desconocen la teoría científica de Darwin, menos saben aún que, una vez Darwin hubo formulado esa teoría científica, publicada en el libro El origen de las especies el año 1859, se ocupó de pensar las implicaciones morales de su descubrimiento y de formular una filosofía moral. Darwin dedicó mucho tiempo a leer a los grandes filósofos morales, sobre todo a Hume y a Kant, y a formular su propia teoría moral. La publicó en 1871 en un libro que lleva por título El origen del hombre, y que debería ser de lectura obligada en todas las escuelas.
Es en ese libro donde Darwin propuso la expresión que yo he venido usando hasta ahora del círculo de la moral, y donde nos ofreció una explicación de por qué nuestras actitudes morales están encerradas en un círculo, y se basan en a quién incluimos y a quién excluimos. La explicación de Darwin, sintetizada, es la siguiente. La moral no es algo eterno, existente por sí mismo, que ya existiera en este planeta antes de la llegada de los seres humanos. La moral tal como nosotros la entendemos, la bondad, la justicia, todo eso nació con la especie humana, es un producto evolutivo, se desarrolló como se desarrollaron nuestras manos, nuestra posición erguida, la inteligencia o el lenguaje. Se desarrolló como una estrategia de supervivencia, una forma de vivir y de convivir mejor.
La moral humana se desarrolló cuando el ser humano todavía estaba emergiendo de la animalidad y convirtiéndose en lo que hoy es. Nació a la vez que se desarrollaba la inteligencia, el lenguaje, se aprendía a hacer instrumentos de caza, se decoraban las cuevas con pinturas o se enterraba a los muertos. Fue entonces cuando el ser humano comenzó a desarrollar las nociones de justicia, responsabilidad, los sentimientos morales como la culpa y el perdón, la simpatía o la compasión. Fue entonces cuando el ser humano aprendió a ser altruista, a compartir la comida, a ayudar a los demás, a cuidar de los enfermos, adoptar niños huérfanos.
Pero en aquel momento en que nació la moral humana, los seres humanos vivían en tribus, en grupos familiares de entre 15 y 30 personas que compartían un mismo hogar, la actividad de la caza y la recolección, y el cuidado de los hijos. Esas personas se ayudaban en todo porque eso hacía su vida más segura, más confortable y más placentera. Cada miembro de la tribu daría su vida por los demás, cuidaba de ellos, les era fiel. En esa tribu entraba su familia, quizás también parientes lejanos, a veces otros humanos con los que no tenía vínculos de sangre pero con los que había creado una relación de amistad. E incluso algunos animales de compañía, perros, o algún otro animal adoptado de cachorro. Pero su moral se acababa con los límites de la tribu, tenía el mismo tamaño que su tribu. Quienes no formaban parte del grupo, del círculo, podían ser maltratados, torturados, esclavizados, sin que ello causara el menor remordimiento.
Dentro del círculo se tejen fuertes lazos de responsabilidad moral. Cada cual se siente responsable de los otros, sabe que debe ayudarles si le necesitan. Sabe que tiene deberes hacia ellos, y que también tiene derechos frente a ellos. Firmes lazos de reciprocidad, de respeto mutuo, crean lo que llamamos una comunidad moral. De ese tejido se alimentan luego las normas de convivencia, las leyes, la institución judicial. Naturalmente, un día uno puede mentir o robar a un miembro de la tribu, pero eso suele despertar remordimientos, sentimientos de culpa y deseos de reconciliación. En cambio, los seres que existen fuera del círculo no nos despiertan el menor sentimiento moral; no son seres frente a los que tengamos responsabilidades, sino sólo instrumentos que usar, esclavos que explotar.
Eso era así para nuestros antepasados cazadores-recolectores, y los antropólogos han podido comprobar que sigue siendo así en las culturas de cazadores-recolectores que todavía sobreviven en algunos rincones del planeta. El origen de nuestra moral es tribal, y el problema es que cada uno de nosotros sigue pensando la moral en términos tribales. Seguimos pensando en términos de los nuestros y los otros, los que incluimos y los que excluimos.
Así pues, esa esquizofrenia moral en la que viven la mayoría de los seres humanos tendría una explicación natural, biológica. Pero que sea natural no quiere decir que sea insuperable. Al contrario, que conozcamos las raíces de nuestro problema nos ayudará a vencerlo. Darwin era optimista y creía que existía la posibilidad de un progreso moral, que las personas eran capaces de ampliar voluntariamente su círculo moral. Y creía que, de hecho, a lo largo de la historia de la humanidad se había producido un cierto progreso. Con la sucesión de las generaciones, muchos de esos círculos morales se habían ido ampliando más allá de la tribu para acoger a muchos más seres. Se trata de un progreso lento y difícil, pero Darwin creía ver que existía. Nuestra capacidad para la reflexión, la educación, el cultivo de los sentimientos morales, el viajar, conocer a personas de otras culturas, irían convenciendo a las personas, en cada generación, de ampliar un poco más su círculo moral.
En la historia de la humanidad, poco a poco, los límites del círculo se extendieron más allá de la tribu para abrazar a una ciudad de miles de habitantes, a una nación con millones de miembros, o incluso a toda una raza, con miles de millones de personas dispersas en países distintos. En ese proceso de ampliación, ha habido límites muy difíciles de superar. La raza es uno de ellos. El sexo es otro. Hay un momento significativo en la historia de la humanidad: cuando en el siglo XVIII los colonos europeos fundaron los Estados Unidos de América, fueron los primeros en incluir una declaración de derechos humanos en la fundación de un Estado. Esos padres fundadores eran intelectuales y políticos progresistas y tolerantes. Pero los derechos que se concedieron eran sólo para los varones blancos de origen europeo y cierta posición social. Los pobladores nativos de América eran tratados como animales y se les regalaban mantas infectadas de viruela para que murieran. Los negros eran objeto de comercio y esclavos en las casas de los blancos. Las mujeres mera propiedad de sus maridos. Los animales salvajes, cazados y exterminados. Las grandes riquezas naturales de Norteamérica, preservadas durante milenios por sus pobladores originales, comenzaron a ser destruidas.
Sin embargo, un siglo después, Darwin era optimista. Muchas personas defendían ya la abolición de la esclavitud, algunas activistas por los derechos de las mujeres comenzaban a ser escuchadas, e incluso nacía una cierta conciencia ecológica. Darwin confiaba en que pronto toda la humanidad quedaría abrazada por un solo círculo moral que nos uniría a todos, de forma que cualquier ciudadano de cualquier país del mundo, fuera de la raza, la nación o la religión que fuera, se sentiría afectado si cualquier otra persona era tratada de forma injusta o sufría una gran desgracia.
La esperanza de Darwin pareció realizarse cuando el año 1948 la ONU promulgó la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Muchas personas viven hoy creyendo firmemente en esa universalidad. Aunque basta con mirar un telediario para comprender que en la práctica esos derechos no se respetan, al menos, podemos hablar de universalidad, y tenemos instrumentos para exigir el respeto de esos derechos.