Retrato de un día en la granja.

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RETRATO DE UN DÍA EN LA GRANJA


Prólogo

Ahora mismo hay millones de tripas en el suelo. Huele a sangre. También hay gritos.
Chillidos. Berridos. Jadeos. Balidos.
Y eco. Mucho eco.

Pero eso no es lo peor. Lo más terrible es que hay tanto silencio que logra tapar al ruido. Y lo oculta.

Y el silencio se sangra. ¿No oyes esas gotas de sangre descompuesta resbalando en los labios? ¿No oyes como grita?

Está todo encharcado. Caras. Hocicos. Huesos. Gotean sangre. Se les caen las tripas por la tierra.

I.- El rebaño.

Hay miembros amputados. Ovejas que se arrastran a tres patas. Balidos asustados. Cuernos hundidos en la arena. Heridas en la piel.
Un hijo a punto de ser huérfano. Una madre, con el sexo colgando saliéndose del cuerpo, se arrastra por las piedras.

Un cordero se rompe la vida en una esquina. Se muere sin que nadie se piense entre sus sesos. Se pudre como caduca un paquete de carne picada en un estante de una carnicería. No importa. Pasa a formar parte de ese porcentaje de artículos defectuosos previsto que no llega a dañar los beneficios de la empresa. Un 30% de productos en mal estado que van hacia la muerte a rastras, vomitando, tiritando, enfermxs, con el dolor arrancándoles de cuajo las entrañas.

Y cerca, un niño juega. Sólo juega y se ríe. Huele a carne quemada. Y no hay sol. Ni verde. Ni campos floridos. Ni balidos que suenen a nostalgias.

Nos engañaron los cuentos. Nos engañaron.

II.- El gallinero.

Plumas ensangrentadas. Cuerpos decapitados. Picos cortados. Dedos amputados. Patas de gallo recubiertas de sangre colgando de los hierros.
Vis a vis de tortura. Un polvo controlado. Alumbrar nuevas presas que vienen a nacer ya al corredor de la muerte.
Se calienta la hoguera. El plumaje amarillo se mutila de rojo. El piar se transforma en crepitar de huesos y de plumas. Un cuerpo mutilado que rota sobre un hierro incandescente.
Cámaras de tortura. Ruido. Patas que se atropellan sobre un tobogán de piensos, de excrementos, de sangres y de pieles desgarradas que caen a jirones entre los barrotes.

No hay un granjero afable ni un gallo reluciente que corra por un prado. No hay luz en el granero. No hay alas que se batan sin miedos en la pista. Sólo un montón de rejas. Y un titilar de muerte descompuesta en todas las esquinas.

Nos engañaron los cuentos. Nos engañaron.

Epílogo.

Hay demasiado en juego en este juego absurdo. Ese caer de estómago en el suelo. Esa sangre que crepita en el fuego. Esa quema de brujas que no entienden de magias, ni de fuego ni de muertes. Apuñaladas, asesinadas, desgarradas, cortadas, mutiladas, sin nombre.
Esa inquisición indiscriminada. Esa locura de muertes y de ruido.

Es necesario luchar. Es necesario.

Orejas cortadas. Rabos cortados. Picos cortados. Plumas cortadas. Voces cortadas.

Orejas sangrando. Rabos sangrando. Picos sangrando. Plumas ensangrentadas. Voces amamantadas con todas esas sangres.

Y callan como perros con bozales. Como ovejas con un cuchillo clavado sobre el cuello. Como gallinas decapitadas en su último intento de huída sin sentido.

Callan. Y se llenan las tripas de todas esas sangres. Y es como si más allá no hubiera nada. Pero duele. Joder si duele. Y ellxs se inmunizan al dolor. Como un soldado que asesina se inmuniza a la muerte. Porque es la muerte ajena.
Basta con enterrarse los dolores.
Olvidarse.
Cerrarse los ojos y la angustia.
Crearse estas historias. Y creérselas.

Inventarnos todos estos cuentos... dejar que nos engañen.

[Cotorra]