La estufa de mis abuelos.
De niño me quemé con ella.................
Andaba yo jugueteando y, viendome venir, la abuela puso una silla entre la estufa y yo y se sentó en otra a montar guardia mientras me veía jugar. Yo seguía a lo mío y mirando con curiosidad el flan que estaba cerca de la estufa que, recién sacado de la nevera, lo había dejado allí para que no me estuviera tan fríos.
Imagino que en alguna de las volteretas y cabriolas infantiles pase, o por encima o por debajo de la silla, lo cierto es que mi cuerpo se fue inclinando hacia donde no debía. Sentí un dolor como una puñalada seca en la mano, luego me oí a mí mismo chillar, y luego sentí la oportuna mano de la abuela cogiendome de la camiseta y tirando de mí hacia atrás y al instante la piel de mi mano desprendiéndose de mi cuerpo.
Le guardé rencor a la estufa casi una década
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Luego............., poco a poco hicimos las paces, sobre todo cuando estaba apagada.
Un día mi de primavera cuando la estufa aún no estaba retirada por el verano pero estaba apagada, mi abuelo me explicó cómo había que manejar las hornillas con el gancho y ya me sentí capaz de mirarla sin un doloroso recuerdo y, como todos los niños, sintiendo que había crecido ya.
Tuvo que pasar otra década en la que la estufa y yo no nos mirábamos y mi abuela se ocupase de ella para que, un día, necesitase de verdad de ella en un invierno frío, crudo en el ni la cama de colchón de lana abrigaba porque la humedad se había metido hasta el somier.
Mi abuela, ya desde su cama, me explicó cómo encender fuego. Parecerá absurdo pero nunca lo había hecho, sólo visto.
Cuando conseguí encender mi primera estufa y sin ahumar la casa entera, el olor de la leña ardiendo se convirtió en el olor del hogar, ahí es donde comprendí esa expresión.
Todo el esfuerzo de recoger la leña, el esfuerzo de encender y mantener limpia la estufa a cambio de calor. La razónn de ese esfuerzo para poder hacer que la comida que entre caliente y entre hasta el alma en medio de una noche fría. Cocinar en la estufa cuando el gas fallaba............. reunirse junto a ella para reconfortar el cuerpo con las llamas y con la conversación el alma.
El olor de las manos de mi abuela, sus jabones, su cocina y su estufa, sobre todo su estufa son recuerdos que ahora, mientras escribo, parece que estoy viviéndolos de nuevo.
Al morir mis abuelos la casa se vendió y la estufa se quedó allí.
Pensé en traerla conmigo pero en aquel momento pensé que les haría más falta a quienes compraban la casa y que en la mía era "un trasto".
Hoy me da pena no tenerla cerca. Tenerla en una esquina del salón como la tenían los abuelos, con todos sus achiperres cerca.
No obstante de la estufa guardo algo más que recuerdos.......... una cicatriz, ya casi invisible en, como decía mi abuela, el haz de la mano de cuando siendo niño me escapé de entre sus faldas y me golpee contra ese trozo de metal a veces frío y a veces incandescente que hoy me trae recuerdos, cariño y me hace sonreir y querer aún más a mi abuela
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Si hay algún olor que me recuerda a ella es el olor de la leña quemándose y el de las brasas vivas para el brasero.
Alex