“La teoría del decrecimiento es revolucionaria”
Inés Ordóñez: ¿Cómo está desarrollándose el curso “El cambio climático: un desafío tecnológico y económico”?.
David M. Rivas: Muy bien, como era de esperar. Hubo que reducirlo con respecto a la idea original porque nos obligaron a apretar el cinturón y tuvimos que renunciar a dos de los tres ponentes que venían de los Estados Unidos. La crisis se nota en todos los ámbitos.
I.O.: ¿Participan en el curso escépticos o contrarios a la tesis de que se está produciendo un cambio climático?.
D.M.R.: Sí, alguna persona hay pero no es fácil encontrar científicos que mantengan ese criterio con argumentos serios. Sí hay políticos o economistas que niegan el hecho del cambio climático, pero son muy escasos los físicos o los climatólogos que lo pongan tan siquiera en duda.
I.O.: Hay quien afirma que el catastrofismo es muy rentable, que muchos científicos viven de esto.
D.M.R.: La mayor parte de los científicos e investigadores que trabajamos sobre el supuesto de que el cambio climático se debe a la acción del hombre, o como poco que está siendo acelerado por ella, desarrollamos nuestra actividad en universidades y centros de investigación, la mayoría de ellos de titularidad pública. ¿Cuánto puede ganar al año un profesor de tipo medio?, ¿cuarenta mil euros, setenta mil como mucho?. ¿Y cuanto uno de los más reconocidos del mundo?, ¿doscientos mil, quinientos mil?. Ahora, ¿cuál es el beneficio de una petrolera o de una multinacional química?. Con que solamente pagaran a sus científicos en nómina una parte ínfima de esos beneficios estaríamos hablando de una cantidad mayor que la suma de todos los sueldos de los universitarios del mundo. Esa es la pregunta: ¿cuánto cobran los negacionistas?. Y esta es otra: ¿cuánto dinero perderían las multinacionales de aplicarse con dureza los acuerdos internacionales al respecto?. Para que se haga una idea: las pérdidas de British Petroleum solo en los tres meses que se mantuvo el vertido del golfo de México ascendieron a trece mil millones de euros. Sospechar de un científico con un sueldo similar al de un trabajador cualificado del metal y treinta o cuarenta veces inferior a un ejecutivo de una multinacional es algo repugnante.
I.O.: Pero también hay un gran negocio en el sector ambiental.
D.M.R.: Efectivamente. Pero, ¡qué cosa más curiosa!: en un mundo capitalista en el que la avaricia es virtud se ve muy mal que haya gente que gane dinero regenerando el medio ambiente o protegiendo la naturaleza. Yo prefiero que mis alumnos de administración de empresas ganen dinero reforestando una sierra o criando ganado en forma extensiva que hormigonando playas. También es verdad que incluso están haciendo negocio las mismas empresas que contaminaron previamente. Por ejemplo, muchas empresas químicas se pasaron al sector ambiental y tienen grandes beneficios. Es más, algunas trabajan en tecnologías limpias en nuestros países mientras siguen usando tecnologías muy sucias en el mundo subdesarrollado. Pero esas son las contradicciones y las perversiones del sistema económico, no del ambientalismo.
I.O.: Y la crisis afectará también a esos sectores.
D,M,R.: Las empresas de producción ecológicamente sostenible, como las de agricultura ecológica o las de turismo ambientalmente responsable, no sufren prácticamente la crisis, sino que están incrementando su peso en el mercado. A lo que sí afecta muncho la crisis es a la política ambiental en general y a la conciencia de la gente. Hace dos o tres años, en plena euforia económica, todo el mundo estaba preocupado por el medio ambiente, exigiendo que se dejase de edificar tanto, sobre todo en la costa. Ahora todo el mundo pide que vuelva la actividad, a cualquier precio e independientemente de lo que destruya. Cuando vienen mal dadas tendemos a sacrificar el medio ambiente en beneficio de una mayor renta. Es fácil caer en el engaño de que la opción es “o árboles y pajaritos o puestos de trabajo”.
I.O.: Las restricciones ambientales pueden generar paro. Si una empresa cierra porque se ve obligada por una ley ambiental los obreros se quedan sin trabajo.
D.M.R.: En la Unión Europea se crean casi tres puestos de trabajo gracias a la política ambiental por cada algo menos de uno destruido por restricciones ambientales. Es verdad que si una empresa cierra no van a generarse nuevos puestos de trabajo al día siguiente. Cuando la Unión Europea erradique el PVC, que lo hará, los trabajadores de esas fábricas no van a convertirse en guardias forestales en dos días, eso es evidente. Pero este problema no es una particularidad de la política ambiental. Lo que hay que hacer es buscar paliativos temporales. Cuando las minas o los astilleros cerraron por razones comerciales se articularon políticas sociales para paliar los efectos negativos, por no hablar del PER del campo andaluz, que usted conocerá bien. ¿Por qué los motivos ambientales no han de ser tratados de igual forma?. Si una empresa cierra porque está envenenando a la ciudadanía, ¿por qué no se recurre a la política social y laboral?. ¿Por qué a la política ambiental se le exige lo que no se exige a las políticas comercial o monetaria?.
I.O.: Hoy han discutido sobre la teoría del decrecimiento. ¿Es usted partidario de una política de ese tipo?.
D.M.R.: La teoría, o más bien teorías, del decrecimiento es relativamente nueva por lo que no puedo ser un entregado militante de la misma. Pero es una visión muy necesaria en el debate actual y, por lo que voy estudiando, me parece que comparto la parte central de sus postulados. Hay tres leyes que nos muestran la física y la biología que no podemos olvidar porque son inexorables: todo está relacionado con todo, todo va a alguna parte, nada puede crecer indefinidamente. Esta última es la que ahora toca analizar: si nuestro planeta es finito, nada puede ser infinito. Pero la ciencia económica predica el crecimiento constante. No sólo lo predica sino que el capitalismo nada más que puede mantenerse bajo el paradigma del crecimiento. El capitalismo es como la bicicleta: solo está en equilibrio si avanza.
I.O.: ¿Estamos entonces ante una teoría revolucionaria?.
D.M.R.: En cierto modo sí. Ya lo había sido el crecimiento cero de hace treinta o cuarenta años y lo es el desarrollo sostenible que se generalizó desde principios de los noventa. Es posible que el decrecimiento sea la teoría que, radicalizando los términos, sea la nueva alternativa de esta década que comienza.
I.O.: Prestigiosos economistas dicen que todo esto es ridículo y que lo que hay que hacer es ajustar el modelo.
D.M.R.: Tener prestigio no es tener razón, ni mucho menos ser sabio. Schopenhauer decía que una idea que triunfa pasa primero por dos etapas: en la primera es ridiculizada y en la segunda es atacada violentamente. Lea usted lo que “prestigiosos” intelectuales de finales del XIX y primeros del XX decían del descanso dominical, de las ocho horas de trabajo o del derecho a la huelga. Aquello era poco menos que el final de la civilización y la ruina de los países. Por no hablar del sufragio universal o, más tarde, del voto femenino. Lea, lea usted a esos “prestigiosos” intelectuales. Sentirá una mezcla de risa y escalofrío.
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