Estos abultados salarios se han conseguido mediante la elevación de la demanda de controladores y la restricción de su oferta, fenómenos que no han sido ajenos a la presión sindical y a su capacidad de hacer daño al dejar de prestar un servicio esencial difícilmente sustituible (la unión hace la fuerza, especialmente en un monopolio público como éste). Los propios controladores decidían de forma casi unilateral cuántos eran necesarios durante cada turno en cada dependencia (las configuraciones de referencia, con cantidades a mi juicio infladas y exageradas porque prácticamente siempre solía sobrar personal, a menudo se abrían sectores no estrictamente necesarios y las horas efectivamente trabajadas estaban lejos del límite reglamentario). Dada la limitación de horas a trabajar por convenio (1.200 anuales) se programaban grandes cantidades de horas extra.
Algunos controladores se han presentado ante la opinión pública como responsables trabajadores que sacrificaban su tiempo libre, su familia y su salud (el famoso presunto estrés laboral) para hacer las horas extra y salvar la navegación aérea, al turismo y al país: la verdad es que se aprovechaba cualquier oportunidad para generar esos servicios adicionales y se hacía cola para hacerlos y cobrarlos suculentamente. Simultáneamente el sindicato reclamaba con gran cinismo ante la opinión pública más controladores, justo lo contrario de lo que realmente quería (cualquier economista puede explicar cómo a los gremios les interesa restringir la competencia para elevar sus ingresos y mejorar sus condiciones).
Quizás por la bonanza económica o para evitar problemas políticos los ministros y los directivos anteriores de Aena cedieron ante la presión sindical, básicamente las amenazas de dejar de hacer esas infladas horas extra y quizás también retirar a los profesores de la escuela y parar en seco los procesos de formación. Otras medidas eran y son las típicas de las huelgas de celo: utilizar el reglamento y los procedimientos (estos últimos de nuevo decididos y aplicados según el criterio de los propios controladores) como excusas para ralentizar el tráfico (los controladores aéreos insisten mucho en la seguridad, la cual invocan constantemente y aprovechan para meter miedo al personal, pero de lo que no pueden presumir en general es de eficiencia).
Francisco Capella, controlador aéreo.
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