Otras consecuencias indeseables
Por otra parte, hay que decir que este no es el único motivo para no debatir de modo
desagradable con otros y otras activistas antiespecistas. Hay también otras razones. Una de
ellos, quizás la más importante, consiste, simplemente, en que ello causa desagrado
gratuitamente. El decir algo de forma hostil, cuando se podría decir de forma amable, no
añade ningún tipo de información de utilidad al mensaje que se está transmitiendo. Es algo
totalmente innecesario, pues. Y es algo negativo aunque sólo sea porque le agría la vida a los
y las activistas (lo cual acaba siendo no sólo malo para ellos y ellas, sino también para el
activismo que realizan). De manera que debería ser algo a evitar incluso aunque no tuviese
otras consecuencias negativas (lo cual, como hemos visto, no es tampoco el caso: sí tiene
otras consecuencias muy negativas).
Y además, es que los y las activistas con quienes disentimos no se merecen que les hiramos.
No se merecen que les hagamos daño simplemente porque hayan llegado a la conclusión de
que la mejor forma de ayudar a las víctimas del especismo sea hacer X en lugar de Y. Esto,
obviamente, no quiere decir que no haya análisis mucho más completos y acertados que otros.
Los hay, y por eso es tan necesario debatir, como he apuntado arriba. Pero la cuestión es que
nadie se vuelve un ser moralmente reprobable por no haber sabido acertar en su análisis de la
situación. Ni tampoco se vuelve necesariamente irracional por ello. La realidad a la que nos
enfrentamos es muy compleja. Es comprensible, ante esto, que nuestros análisis varíen, y que
algunos puedan equivocarse. Pero aunque nuestro análisis sea el correcto y las posiciones que
defienden nuestros interlocutores equivocadas, ello no es una razón para creer que carezcan
de capacidad de comprender las cosas. Simplemente, han cometido algún error de apreciación
o análisis (si es que efectivamente son ellos quienes se han confundido). Esto es una razón para
argumentar a favor de un análisis distinto y para intentar convencerlas de que cambien su
posición, pero no para ridiculizar a estas personas, demonizarlas u ofenderlas.
¿Qué buscar al debatir?
En consecuencia, podemos plantearnos para qué debatimos. Podemos hacerlo, simplemente,
porque nos gusta expresar lo que pensamos, o porque queremos hacer manifiesta nuestra
antipatía por nuestros interlocutores. En ese caso, lo dicho arriba nos será indiferente. Pero
supongamos que el motivo por el que queremos debatir es otro. Supongamos que lo que
sucede es que alguien sigue un determinado tipo de estrategia o táctica y consideramos que
sería mejor para los animales no humanos que siguiese otra vía de acción. Si esa es nuestra
motivación, debatir con él o ella de modo amable es probablemente la única forma de
conseguir que cambie de proceder. Si, en cambio, discutimos con unas formas que hieran o
desagraden a esta o este activista, lo que conseguiremos será lo opuesto a los que buscamos.
Estaremos, así, promoviendo aquello que consideramos que es menos positivo para los
animales no humanos, que es que no cambie de vía de acción. En línea con lo indicado arriba,
no sólo no lograremos convencerle de que haga esto, sino que crearemos en él o ella una
resistencia a hacerlo. Nuestros resultados serán peores, en este sentido, que si no hubiésemos
hecho nada, que si no hubiésemos entrado a debatir la cuestión en absoluto.
Otros casos que nos pasan también factura
Me gustaría añadir que, además, esto no sucede solamente en lo que atañe al debate acerca de
las estrategias y/o tácticas a seguir. Ocurre también en muchos otros casos en los que se dan
diferencias de posiciones entre activistas antiespecistas. Esto se da de forma clara, por
ejemplo, en lo que atañe a las relaciones entre las distintas organizaciones antiespecistas, o a
las relaciones de las y los activistas dentro de una misma organización. Esto tiene una serie de
consecuencias absolutamente nefastas para el movimiento. Causa mucho malestar entre la
gente activista. Ocasiona un enorme gasto tiempo y energías en enfrentamientos. Erosiona las
posibilidades de salir adelante de muchas iniciativas. Anula muchas sinergias que se podrían
dar en el seno del antiespecismo. Etcétera.
Todo ello reduce notabilísimamente la capacidad de impacto del antiespecismo. ¿Hasta qué
punto? Es muy difícil calcularlo. Pero me temo que en una medida muy alta. El coste para el
activismo supuesto por todo esto es mucho más alto de lo que nos podemos imaginar.
Supongamos que trabajas 10 horas al día por el antiespecismo. Imagina que, de la noche a la
mañana, pudieses conseguir el mismo resultado de cara a ayudar a los animales no humanos
trabajando solamente 6 horas (o, si lo preferís, 8 horas, para hacer un cálculo muy por lo
bajo). Las otras horas las podrías dedicar a pasártelo bien, o, mejor aun, a ayudar aun más a
los animales (que es lo que creo que harías). Pues bien, no sería de extrañar que la reducción
de nuestra efectividad por los motivos indicados llegase a tales niveles (ni incluso que los
superase ampliamente). Ese es el precio que pagamos por descargar nuestra ira libremente,
por decirles a quienes nos leen o escuchan lo primero que se nos pasa por la cabeza sin
autocontrolarnos para no causar desagrado, por no tomarnos el tiempo en decir de un modo
distinto las cosas, por no preocuparnos por entender por qué los demás actúan de un
determinado modo y de qué manera se podrían plantear cuestionar las suposiciones que asumen.
No es un precio nada barato.
Oscar Horta
OHorta (a) dilemata.net
http://masalladelaespecie.wordpress.com