El precio de la hostilidad en los debates en el antiespecismo
Recientemente he seguido unos debates acerca de una cuestión relativa a la estrategia a seguir
por parte de quienes se oponen al uso de animales. Aunque mi interés en materia de
estrategias no se reduzca a este fin, sino que se extienda a las vías de acción a seguir para
combatir el especismo, el debate me pareció que tocaba temas relevantes, por la estrecha
relación entre ambos objetivos.
Pues bien, el caso es que su desarrollo en seguida me trajo a la mente otras discusiones acerca
de qué vía de acción resulta más conveniente seguir. Y ello fue así no sólo por el contenido de
lo que vi que se estaba debatiendo, sino por el modo en el que estos debates tienen lugar.
Aquí voy a hablar de esto. En concreto, voy a comentar algo que es muy común en los
debates entre antiespecistas: la hostilidad. O, si se prefiere, la falta de amabilidad. No me
referiré con esto solamente a los casos en los que quienes debaten no se respetan entre sí.
Apuntaré asimismo a aquellas situaciones en las que, aunque no se falte al respeto al
interlocutor o interlocutora de turno, se le hable de un modo no amable, que pueda desagradar
a este o esta. Situaciones muy comunes, en las que muchos y muchas hemos incurrido a
menudo, por nuestra inmadurez, nuestra falta de vista o de capacidad.
Una analogía
Alguna vez he leído que los activistas antiespecistas se deberían tratar mutuamente con
consideración por los mismos motivos por los que estos mismos afirman que se debe tratar
con respeto a los animales no humanos. Esta analogía puede que sea correcta, pero no es la
que aquí voy a destacar. Hay otra que me gustaría poner de manifiesto que no apunta a
razones morales, como en el caso que acabamos de ver (que puede que haya quien no
comparta), sino estratégicas. Es una analogía muy sencilla, que os expongo a continuación.
Consideremos la lucha por difundir un modo de vida sin usar animales no humanos. Hay
quien, a la hora de promover este, se dirige a la gente de manera agresiva, ofensiva. Los
resultados que se pueden conseguir de este modo no es que sean muy pobres, sino que son
normalmente negativos. Es peor que no hacer nada. El motivo no es difícil de adivinar. Es
posible que haya a quien que le digan que es un asesino torturador e inmoral por usar
animales le lleve a abandonar tal uso. Pero lo habitual es que no sea así en absoluto.
Lo normal es que eso le lleve a reafirmarse en sus posiciones, a seguir utilizando animales
y a no querer oir nunca más un discurso que cuestione dicho uso.
Ante esto, es común que la gente que trabaja en el antiespecismo intente transmitir su mensaje
de un modo no agresivo, sino con buenas maneras, para conseguir que quienes nos escuchen
no se pongan a la defensiva y rechacen lo que digamos ya de partida, sino que puedan tener
una actitud receptiva.
Por este motivo, resulta enormemente chocante que se proceda de un modo radicalmente
distinto cuando no nos dirigimos al público general, sino a quienes comparten nuestro punto
de vista antiespecista (o, al menos, nuestra oposición a la utilización de los animales no
humanos). Y es que hay un contraste muy llamativo entre las formas con las que se procede
en cada caso. Cuando los antiespecistas debaten entre sí, se olvidan, de repente, de todo lo que
tienen en cuenta cuando se dirigen a la opinión pública en general. Y se ponen a argumentan
prescindiendo de cualquier miramiento o atención por las personas a quienes se dirigen.
Lo peor que podemos hacer si queremos convencer a alguien de algo
El motivo por el que el contraste al que acabo de apuntar es llamativo no es difícil de adivinar.
Así como no vamos a convencer a alguien de que no use animales diciéndole que es un
asesino, no vamos tampoco a convencer a nadie de que deje de poner en práctica una
determinada estrategia o táctica ridiculizándole, acusándole de ser cómplice de la explotación
de los animales no humanos o haciendo que se sienta atacado de otras maneras. Por el
contrario, así como quienes utilizan a los animales se verán reafirmados en su uso al verse
atacados, quienes siguen una determinada estrategia considerarán que la opinión de quienes
los critican carece de valor alguna.
Lo más lastimoso de todo esto es que seguramente hay muchos y muchas que podrían
abandonar el uso de animales si se les hubiese planteado la cuestión de otro modo, y que, sin
embargo, no lo han hecho porque se les habló de modo agresivo. Y, del mismo modo, hay
activistas antiespecistas que podrían cuestionar y cambiar sus estrategias o tácticas si se les
presentasen de modo amable los argumentos para ello, pero que, al sentirse atacados o
atacadas, no lo harán.
Así, la experiencia parece mostrar que debatir de modo amable constituye una condición
prácticamente imprescindible para que nuestros argumentos puedan ser no ya aceptados, sino
simplemente escuchados. Y es muy raro que alguien escuche realmente lo que se le transmite
de forma desagradable.
Pensemos en lo que nos pasa en nuestro propio caso
Es muy fácil entender el modo en el que esto es así. Sólo tenemos que pensar, para verlo con
cierta claridad, en que, al igual que nosotros y nosotras podemos tener una opinión formada
acerca de qué vías de acción es mejor seguir, y podemos querer comunicarla a otra gente,
también hay otra gente que tiene un punto de vista al respecto y nos lo desea transmitir. Y,
pensemos, ¿cuál es nuestra reacción cuando alguien intenta ridiculizar lo que decimos, cuando
nos responden de modo agresivo o simplemente cortante, cuando nos hacen acusaciones que
consideramos hirientes? ¿Hace ello que lo que nos estén diciendo nos resulte más
convincente? ¿Nos vuelve más receptivos o receptivas a aceptarlo? ¿Fomenta nuestra
autocrítica y nuestra disposición a dejar de lado aquello que defendíamos y abrazar, en
cambio, lo que ahora se nos presenta?
La respuesta, por supuesto, es que no. De sobra lo sabemos. Más bien sucede al revés. A no
ser que tengamos serios problemas de autoestima, es algo que nos afecta psicológicamente,
reduciendo nuestra disposición a aceptar lo que nos están diciendo. De hecho, hay a mucha
gente a quien se la anula por completo.
Y no es de extrañar que así sea. Ya no sólo por el sentimiento de rechazo que nos despierta el
que se nos trate de forma desagradable en un debate. Sino también porque, si cuando nos
atacan, hieren y/o presentan como idiotas aceptamos lo que nos dicen, parece entonces que
estamos también considerando aceptable que se nos ataque y se nos hiera, y admitiendo que
somos, efectivamente, idiotas. Y la mayoría de la gente tiene, obviamente, una muy fuerte
resistencia a admitir algo así. De hecho, no pocas veces ocurre que alguien lee una crítica a
algo que ha expresado en la que se le ridiculiza y se ve convencido o convencida por los
argumentos, pero, pese a ello, sigue manteniendo sus posturas iniciales sin variación por puro
rechazo ante la ridiculización de la que ha sido objeto.
Muchas veces es como si no debatiésemos, o peor
Esto nos muestra la gravedad de la situación. Los debates acerca de cuál es la mejor estrategia
y las mejores tácticas a seguir de cara a combatir el especismo y/o el uso de animales no
humanos son muy, muy necesarios. Sin estos, nuestra capacidad de evaluar la eficiencia de las
vías de acción que seguimos se ve notablemente disminuida. Y los debates llevados adelante
con agresividad, pueden tener unos resultados no ya equivalentes, sino en muchos casos
peores a los que obtendríamos si el debate se hubiera dado en absoluto. O sea que a menudo
es como si no se debatiese, o aun peor.
Esto tiene algunos matices importantes, claro está. Incluso aunque al debatir sin amabilidad
cerremos toda posibilidad de que nuestros interlocutoras o interlocutores acepten lo que
digamos, quizás podamos convencer a terceros que contemplen el debate desde fuera. Pero
tales efectos positivos podrían conseguirse igualmente sin proceder del modo indicado. Y, por
otra parte, puede suceder también que estas terceras personas se vean espantadas ante nuestros
malos modos aunque no nos dirijamos a ellas, y tengan una reacción parecida a la de quienes
son el objeto de nuestra argumentación. También ellas rechazarán lo que digamos sin ni
siquiera considerarlo.
Oscar Horta
OHorta (a) dilemata.net
http://masalladelaespecie.wordpress.com