-¿Es esta la batalla más importante para la defensa animal?
La ILP es una cuestión histórica sea cual sea el resultado, porque ha demostrado que es posible trasladar el deseo de los ciudadanos al ámbito político, abrir un debate al respecto y someter el asunto a votación. Y tiene que ser un ejemplo y un aliciente para no detenernos y trabajar en ese sentido en todo el País. Viendo las reacciones del mundo taurino, nos damos cuenta de que iniciativas como esta les ponen muy nerviosos, porque representan para ellos un riesgo real de prohibición de la tauromaquia. Se pueden reír de las consignas de una concentración, de las pancartas, de los actos simbólicos con personas desnudas y banderillas clavadas, pueden hacerlo del apoyo de la cantante Alaska, pero la sonrisa se les hiela en el rostro cuando saben que todo depende de una votación de la que puede nacer una Ley. En ese instante, es cuando sacan a relucir todas sus armas, algunas inconfesables por lo ruines, y toman conciencia de que el movimiento animalista no es, como pretenden hacer creer, una pandilla de chalados sin nada mejor que hacer.
-A nivel nacional o europeo es arduo y lento cambiar legislaciones, pero una ordenanza municipal no es tan complicado de conseguir que se apruebe ¿Cómo podemos luchar cada uno en nuestro municipio para mejorar las vergonzosas leyes de protección animal?
A pocas cosas temen más los políticos que a la mala prensa. Lo primero es denunciar en los medios cualquier situación de indefensión, desamparo, sufrimiento o abandono a la que estén expuestos los animales, aunque en principio no constituya una infracción legal, pero sí es una afrenta moral y su difusión, contribuye por una parte a que los ciudadanos sean conscientes de un problema en el que tal vez ni habían reparado, así como a que los políticos dejen de considerar el silencio social como un cómplice de sus vergonzosas actuaciones. Por otra parte, ante el menor indicio de transgresiones legales por parte de la Administración, hay que presentar la demanda pertinente en la instancia adecuada. Entiendo que esto conlleva el riesgo de tener que asumir gastos, por eso conviene que siempre sea interpuesta por colectivos o asociaciones y para estos casos, lo deseable es que cuenten con un fondo económico que permita afrontar los gastos. Creo que por zonas, deberían de crear los diferentes grupos animalistas, sean protectoras, colectivos ecologistas o asociaciones contra el maltrato, un depósito de dinero común con aportaciones de todos en función de sus posibilidades, para después gestionar de forma unánime estas denuncias contra la administración. Y hay que salir a la calle a expresar nuestra repulsa por cuanto ocurre, de nuestra apatía nace a menudo su sensación de impunidad. Inundar los periódicos con cartas, las emisoras de radio con llamadas, los colegios con charlas organizadas por las AMPAS, los correos municipales de atención al ciudadano con quejas, convocar marchas y concentraciones. Tengamos en cuenta que es una labor lenta y que van a intentar desanimarnos, por las buenas o por las malas, pero hay que seguir adelante y aunque sólo sea por razones electoralistas, al final no les quedará más remedio que escuchar nuestras demandas. Si se logra poner de acuerdo para actuar de forma conjunta a todos los grupos ecologistas y animalistas del entorno, la difusión y la asistencia a las protestas serán notables, así como numerosa la colaboración de muchas personas en esa denuncia continua en los medios de comunicación.
-¿Cuál es tu opinión sobre el vegetarianismo? ¿Es una herramienta contra el sistema de producción de alimentos de hoy día? ¿Es un eslabón más de la cadena si quieres decir no al maltrato? ¿Es una apuesta por otro tipo de alimentación más respetuosa?
Desde el punto de vista del respeto a los animales, el vegetarianismo implica acabar con la forma de maltrato y de muerte más extendida y posiblemente, la más cruel de todas. No es un eslabón más, yo creo que es el final del proceso porque seguramente, representa el logro más difícil de alcanzar. Supone enfrentarse a milenios de educación y de hábitos, hacerlo también a las industrias más poderosas del Planeta y a toda una red de negocios e intereses inmensa, que no estará dispuesta a renunciar a esta forma de obtener beneficios. Pero antes de llegar a eso, hemos de pasar por conseguir que la gente tome conciencia de lo que suponen para otras criaturas sus costumbres alimentarias, así como demostrarles que no conlleva riesgos para su salud una dieta sin productos de origen animal. Y voy más allá, porque aunque muchas veces escuchemos como justificación la famosa frase de “hay que comer de todo”, lo cierto es que más que contra la amenaza de supuestas carencias nutricionales que desemboquen en enfermedades, estamos enfrentándonos a cuestiones de placer sensorial. Aun dejando muy claro y avalando con datos científicos que, por ejemplo, las proteínas vegetales pueden sustituir a las animales, no se les va a convencer, y es que a lo que los consumidores no quieren renunciar realmente, es a sentir en su boca el sabor del chorizo o de las gambas a la plancha. Después, se puede disfrazar como se quiera.
Si hablamos de sostenibilidad de recursos y de acabar con las hambrunas y con la sed en el Planeta, seguir con la producción de carne es el mejor modo de que nada cambie. Pero esto tampoco es un asunto que preocupe demasiado en el primer mundo, en el que las muertes de seres humanos por desnutrición y deshidratación se antojan tan lejanas y ajenas, que ni siquiera forman parte de la lista de preocupaciones del ciudadano instalado en el espejismo de un bienestar económico.
El vegetarianismo es una opción posible, saludable y la más respetuosa para todas las especies, incluida la nuestra, pero es una meta muy lejana. Por eso, y que nadie me acuse de bienestarista, que no lo soy, creo que la estrategia más pragmática es conseguir que se promulguen en primer lugar leyes que obliguen a mejorar las condiciones de vida de los animales destinados al consumo. Estos cambios pueden llevar a que muchos industriales de la alimentación acaben por cambiar de negocio, y es que cuando no pueden disponer de explotaciones masivas en las que lo único que cuenta en obtener mucho producto en el menor tiempo posible y minimizando los gatos, entonces ya no encuentran tan atractivo su negocio. Esto es ya una realidad en países como Austria, donde por ejemplo han cerrado no pocas empresas de gallinas ponedoras, porque no les resultaba viable económicamente cumplir las condiciones de espacio y salubridad que les exige la Administración.
Y una cuestión que considero muy importante: el oscurantismo sobre lo que ocurre dentro de granjas y mataderos es un aliado fundamental de la tragedia a la que están sometidos estos animales. Hay que destapar lo que pasa detrás de esos muros, informar a la sociedad sobre el terrible estado en el que permanecen día tras día y divulgar lo espantoso, cruel y prolongado de su agonía durante el sacrificio. Hay que intentar remover las conciencias, aunque estemos embrutecidos, no podemos dejar de luchar por ello.
-Esa imagen de hippies para los que abogan por la defensa animal es un cliché fácil de asociar cuando se trata de una minoría ¿Por qué otros movimientos y asociaciones, como por ejemplo las ecologistas, normalmente no se posicionan fuertemente en estos temas? ¿Es cuestión de distribución de causas? ¿No seríamos más fuertes todos a una? A fin de cuentas está claro que están realmente relacionadas, según la FAO, la ganadería es uno de los peores cánceres del planeta.
La culpa de ser considerados una minoría es en gran parte nuestra, porque en el fondo tenemos un miedo infinito a enfrentarnos al Sistema, que es lo que hacemos en el fondo. Está claro que nuestros oponentes van a tratar de ridiculizarnos, de hacernos pasar por “chupapiedras”, como me llamaron un día, y de poner a la Sociedad en contra de nosotros. Pero, ¿nos hacemos valer?, digo más, ¿nos hacemos temer? Mientras sólo seamos dos docenas de individuos que se quedan en ropa interior frente a una plaza de toros, o nos concentremos cincuenta frente a un circo con animales, continuará esa estrategia de mostrarnos como cuatro majaretas escapados de Woodstock. Y no digo que todas esas acciones no sirvan para nada, al contrario, son necesarias y cumplen una labor muy importante en esta causa, pero no podemos quedarnos sólo en ellas porque el esfuerzo será entonces en vano. Repito lo de antes, cuando en vez de vernos únicamente en las calles sosteniendo un megáfono, se dan cuenta de que estamos en un Parlamento, como ha ocurrido en Cataluña, ya perdemos la condición de “iluminados” para pasar a ostentar la de “peligrosos” para sus intereses. Hay que trabajar en las calles pero también en las leyes, con abogados, con reuniones con políticos, con denuncias y ejerciendo una presión continuada y efectiva en todos los medios.
A los colectivos ecologistas y animalistas los une mucho más de lo que los separa y está claro, que han de ser capaces de aunar esfuerzos y formar un frente común, si quieren tener alguna posibilidad de éxito. Esa certeza está cada vez en la mente de más activistas y así, a día de hoy, ya tenemos los primeros proyectos en los que dentro de un programa político, van de la mano los puntos ecologistas y animalistas en formaciones que engloban ambos movimientos.
Continua...