Las escuelas, consideradas como lugares que habitualmente juzgan y estratifican a los seres humanos, han jugado un rol significativo en el cultivo de la sumisión a principios autoritarios y jerarquizantes. Una crítica rotunda y sin ironías diría que las escuelas jamás fueron pensadas para educar y formar a un cuerpo políticamente activo de ciudadanos, sino para inculcar hábitos de obediencia y puntualidad dentro del orden industrial emergente; que los arquitectos del sistema educativo americano tenían una preocupación obsesiva por la productividad industrial y el orden social, y que las escuelas fueron diseñadas para crear una masa laboral absolutamente obediente. John Taylor Gatto, autor de "Dumbing us Down", lo resumió de esta forma: "las escuelas enseñan exactamente lo que se diseñó para lo que fueron creadas y lo hacen muy bien: cómo ser un buen egipcio y permanecer en tu puesto de la pirámide."
¿Necesitamos escuelas? No. Los niños al menos no. Mejor dicho, ocurre justamente lo contrario. La cuestión más pertinente que sigue latente desde hace ciento setenta años es: ¿quien necesita escuelas?. Bueno, está claro quien va a perder su puesto si los niños dejan de ir a la escuela. Profesores, administradores y corporaciones que proveen de materiales y servicios que nunca se llegarían a comprar fuera de las escuelas, como libros de texto y esos menús escolares tan "nutritivos". Actualmente los profesores, al menos los mejores, no necesitan más la escuela que lo que lo necesitan los niños. Sin embargo, mientras que ser profesor suponga suplantar a los padres o a la guardería, las comunidades necesitarán a los profesores puesto que muchos padres no están particularmente interesados en una vida con hijos. Necesitamos desesperadamente profesores que entiendan que cuidar a los niños, fomentar su crecimiento, y hacerlos socialmente aceptables es una labor de conciencia.
Si enseñar significa "impartir conocimientos o habilidades específicas", pero no una "instrucción sistemática" (definición de educación del diccionario Webster), también pienso que los profesores pueden ser útiles, incluso críticos, pero solo en un contexto donde el estudiante inicia la relación y tiene control sobre la amplitud y la duración de ese compromiso. Este tipo de relación sería muy diferente de la asimetría autoritaria que se encuentra en las escuelas; los profesores en la escuela tienen el derecho a mandar y, correlativamente, el derecho a ser obedecidos.
Una relación donde los estudiantes contraten libremente a sus propios tutores y hagan sus propios planes de estudio sería algo diferente. La antigüedad del tutor no podría volverse en arrogancia o abuso sin que supusiera una multa. A pesar del grado de conocimiento que el presunto tutor pueda tener en su respectivo campo de conocimiento, si su talento no está compensado con amabilidad y respeto, su rol instructivo se convertiría en algo más escabroso; los estudiantes que están desilusionados podrían volver su atención hacia otro sitio.
En mi opinión, esta es la única relación educativa posible. Sería un gran logro que los propios alumnos estuvieran tan impresionados por su trabajo que desearan no perder guía y apoyo de su parte. En una comunidad donde este tipo de relaciones son tan valoradas, la calidad de la enseñanza y del maestro estarían en continua mejora a través de la auto-corrección. Se deberían otorgar honores a los profesores que fueran requeridos de ayuda e instrucción, y que los malos profesores fueran marginados hacia el olvido.
¿Pero que pasa con los buenos profesores que hay en las escuelas?. ¿Y qué hay de las escuelas?. De nuevo, los que desescolarizamos no nos damos cuenta del hecho de que miles de personas cariñosas trabajan en las escuelas como profesores, cuidadores y administradores. Sin embargo, creemos que la lógica abstracta de las escuelas y las instituciones y, especialmente, de las escuelas como instituciones al servicio del estado (ahora redefinidas para adaptarse a las necesidades de sus patrocinadores corporativos) sobrepasa las contribuciones que cualquier individuo pueda hacer para ayudar a los niños para dirigir sus propias vidas con dignidad e integridad. Las escuelas públicas no pueden hacer esto porque los criterios de objetivos cuantitativos y las exigencias de una clase de "copistas" de, por ejemplo, veinticinco alumnos enseguida requiere medidas de subyugación de estudiantes. Aunque se suele creer que las escuelas privadas mejoran en mucho estos detalles, realmente, raramente lo hacen. Detrás de su fachada elitista, ideologías variadas, e incluso con un currículo centrado en el alumno, las escuelas privadas no son inmunes a los peores defectos de las escuelas públicas: el intento de dirigir y restringir las vidas de los niños.
Como ya lo expresara Grace Llewellyn en su libro "The Teenage Liberation Handbook", "la abrumadora realidad de las escuelas es el CONTROL". Puesto que las escuelas controlan a los niños mediante el establecimiento de estándares para que sean o no sean superados, y como escribió John Taylor Gatto, "mediante la apropiación del cincuenta por ciento del tiempo total del joven, mediante su enclaustramiento con otros jóvenes de su misma edad, mediante el toque de sirenas para empezar y terminar el trabajo, mediante los requerimientos para que piensen lo mismo a la misma hora de la misma manera, mediante su graduación como graduamos a los vegetales por su grado de maduración y otras tantas estupideces". De esta forma los padres acaban descubriendo que un lento y orgánico proceso de auto-conciencia, auto-descubrimiento y cooperación es lo que se necesita para que cualquiera crezca y se desarrolle con toda su humanidad intacta.
En fechas tan tempranas como 1839, Orestes Browson, uno de los más agudos críticos del sistema escolar, escribió que aquellos en favor de la institucionalización de los niños habían olvidado que los niños eran "mejor educados en las calles, por la influencia de sus cercanos, en los campos y las laderas, por la influencia del paisaje que les rodeaba y los cielos eclipsados ... por el amor y el respeto, o la cólera y las inquietudes de sus padres, por las pasiones afectos que veían manifestarse, las conversaciones que escuchaban, y sobre todo por el interés general, hábitos, y tono moral de la comunidad". Las escuelas quitaron el potencial de los barrios y comunidades de ser, como siempre lo habían sido, las mejores escuelas para la vida cívica y reforzaron la más detestable característica de las sociedades clasistas, la separación del aprendizaje de las experiencias vitales.
Bajo el pretexto de ofrecer a los padres un servicio, que los padres están a menudo obligados a aceptar-a veces hasta a punta de pistola-, las escuelas debilitaron a las familias y reemplazaron gran parte del "placer y libertad" de los niños por una clase. El sistema, de esta forma, proveyó una justificación para la gravar fiscalmente a sus ciudadanos y un mecanismo para fabricar conformidad a las necesidades del orden industrial emergente. Ignorantes de la historia de la resistencia a su implantación que supusieron sus primeros años de extensión como sistema obligatorio, la mayoría de los padres de hoy están agradecidos por este servicio prestado que disminuye su riqueza y libertad. Este proceso ejemplifica el significado de lo que Noam Chomsky llamó "la creación de ilusiones necesarias"; en este caso, la indignación histórica de los padres contra la escuela obligatoria se transmutó hacia una valoración de los "expertos" que saben mejor.
Si las escuelas no hubieran hecho nada más daño que quitar tiempo y libertad a los niños que de otra forma hubieran tenido que utilizar a toda la comunidad como una fuente de aprendizaje, ya sería suficientemente depresivo. Pero es que, además, mediante la imposición de estándares contra el que progreso de los niños es medido, las escuelas perjudican la auto-estima de los niños -y no solo de aquellos que no encajan con su modelo de desarrollo, sino a todos los niños ya sean calificados como que "progresan" o "no progresan" adecuadamente. Las escuelas ridiculizan la ideología igualitaria y causan más daño a la dignidad de los niños cuando se les requiere que compitan para su promoción, recompensas y puestos de privilegio en el podio de seres "superiores".