No es que los postres con lácteos sean necesarios para la felicidad, aunque la verdad es que a mí el que sean malos para la salud no me hubiera motivado suficientemente a dejarlos. Si todas esas guarrerías fueran veganas me pasaría el día zampándolas (me terminé un bote de helado de soja con sabor a chocolate en un día).
Por cierto, tengo una anécdota... curiosa.
Cuando era pequeñita, mis amigas y yo solíamos inventarnos personajes y escribir historias o hacer cómics sobre ellos.
El caso es que hoy, rebuscando entre mis papeles viejos, me encontré una historia que escribí con mi mejor amiga. Era sobre dos hermanas de sedosas melenas pelirrojas y ojos azules; inteligentes, guapísimas, carismáticas... en fin, básicamente representaban todo lo que queríamos ser. Y me sorprendió que entre esos millones de estupendíficas y poco creíbles virtudes, ponía también que las susodichas eran vegetarianas (concretamente veganas, aunque de pequeña conocía la palabra) y habían adoptado a nosecuantas criaturitas a las que les daban comida vegana.
Si es que en el fondo, siempre he sido una veganita de corazón