... ... insisto, es falso que el libro de Darwin se escribiera como una “teoría de la evolución”. Darwin solamente hablaba del origen de las especies (la especiación). El término “evolución” no aparece en su libro hasta la sexta edición, por sugerencia del ya mencionado Thomas Henry Huxley. En segundo lugar, porque Spencer no se basó en Darwin, sino Darwin en Spencer. En La estática social, obra publicada en 1851, Spencer habla de la evolución biológica que, insisto, ya era conocida en el ámbito académico, y extrapola los conceptos evolutivos a las sociedades. A él le corresponde el concepto de “supervivencia del más apto” (el más “adecuado”, para ser fieles al idioma original), y Darwin así lo cita en su libro. En tercer lugar, si nos molestamos en leer El origen del hombre, otro falso título que nos han transmitido, veremos lo que opina Darwin de la mujer, de los negros y los “pueblos primitivos” en general, de los obreros y los pobres, y cual era su “solución” a los problemas sociales. El darwinismo social es puro darwinismo. En El origen de las especies, Darwin dice que su planteamiento «es la doctrina de Malthus aplicada con multiplicada fuerza al reino animal y vegetal», y en su Autobiografía cuenta que fue leyendo a Malthus cuando encontró «una teoría sobre la que trabajar». Si alguien se molesta en leer a Malthus, discípulo de Adam Smith, por cierto, verá qué “entrañables” son sus ideas sobre la sociedad, especialmente sobre los pobres (en la red hay versiones completas en español del Ensayo sobre el principio de la población).
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El libro de Darwin (especialmente la primera edición, pero también las otras seis que fue modificando, “asesorado” por Huxley, Hooker, Lyell…) era (es) un texto confuso de un aficionado, basado en la cría de animales domésticos, especialmente de palomas, lleno de especulaciones que son una mezcla de ideas lamarckistas, “neutralistas”, populares, y fenómenos absurdos “que le habían contado”, y con graves carencias científicas con respecto a lo que ya se sabía sobre la evolución, que hicieron que los científicos evolucionistas (los entonces llamados “lamarckianos”) proclamaran lo absurdo de extrapolar las actividades “antinaturales” de los ganaderos a la naturaleza.
Pero aquí entra en escena Sir Thomas Henry Huxley, conocido como “el bulldog de Darwin”. Por los textos que leí en mi formación (o en mi “deformación”) había adquirido la idea de que era, simplemente, un científico más, defensor de las ideas darwinistas, pero buscando información y reuniendo datos dispersos (véase en la red el artículo “El poder y el Papa Huxley” en la Enciclopedia Británica,), he encontrado lo siguiente: Huxley era un hombre extremadamente poderoso, que «ayudó a crear un nuevo orden social en el que la ciencia y el profesionalismo reemplazarían a los clásicos y el mecenazgo». Tenía plaza en diez “comisiones reales”. Fundó, junto con Sir Joseph Dalton Hooker, otro poderoso protector de Darwin, y, al igual que Huxley y los demás, eugenista convencido, el X-Club, en el que junto a otros influyentes científicos figuraba Herbert Spencer, con el objetivo de «promover el darwinismo y el liberalismo científico». Durante diez años, el X-Club controló la Royal Society. Huxley fue presidente de la Geological Society, la Ethnological Society, la British Association for the Advancement of Science, la Marine Biological Association y la Royal Society, y fundó, junto con Hooker, la revista Nature. El X- Club «fue acusado de ejercer demasiada influencia sobre el ambiente científico de Londres». Naturalmente, al “incomprendido” Darwin, le hicieron socio de las más importantes sociedades científicas. Y también naturalmente, las voces de los (verdaderos) científicos críticos con el darwinismo fueron acalladas.
En cuanto al siguiente paso para acallar las críticas a la idea de la selección “natural”, y al cambio gradual, que eran negados por los más prestigiosos genetistas, es decir, el invento de la “genética de poblaciones” basado en la “genética de la bolsa de alubias” (o, lo que es lo mismo, las probabilidades de sacar cara o cruz en una moneda lanzada al aire), todos los implicados en su “creación”, desde el primero hasta el último, eran eugenistas, la repugnante ideología que preconiza el impedimento de la reproducción de las personas “no aptas”, con “genes malos”, como se puede comprobar si se busca en Internet los Eugenics records, en donde figuran, como miembros importantes, un buen número de hijos de Darwin. Es decir, también en la creación de la llamada Síntesis “moderna” estuvo implicado el componente ideológico, en el que el cambio (“ascenso”) gradual y, sobre todo, la selección “natural” son fundamentales.
Por lo que respecta a su influencia en el ordenamiento socioeconómico actual, no parece necesario recurrir a un análisis muy profundo sobre la vigencia y el éxito de las ideas de Adam Smith y sus discípulos (el individualismo, la competencia, la “supervivencia del más apto”, el “egoísmo”, etc.), y en lo que se refiere al determinismo genético de los darwinistas y a sus aplicaciones, no quiero dar la impresión de que pretendo adoctrinar a nadie, así que me limitaré a sugerir la posibilidad de informarse en Internet sobre las “filantrópicas” actividades de los grandes magnates mundiales, por cierto, fervientes darwinistas.
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Los postulados de los darwinistas actuales, que son una selección (por tanto, artificial) de algunas ideas de Darwin y una “adecuación” de otras, añadidas a otras de nueva creación, han tenido, desde mi (tal vez discutible) punto de vista, unas consecuencias muy negativas en distintas ciencias de la vida y en las ciencias sociales. Las concepciones reduccionistas, competitivas, el determinismo genético... han tenido serias repercusiones en disciplinas como la medicina, la psiquiatría, la psicología, la sociología... pero sería largo de documentar.
Lo que resulta más patente y más dañino es la desconexión darwinista entre los organismos y el medio ambiente: las características de los organismos (incluso las del comportamiento humano) están, según ellos, determinadas en “los genes”, y es el ambiente, un agente pasivo, el que “selecciona” los genes más adecuados, por medio de una implacable competencia a todos los niveles de la vida. Resulta una aberración describir las relaciones ecosistémicas entre los seres vivos, entre el mundo orgánico e inorgánico, cuyas interrelaciones son extremadamente estrechas y complejas y en la que todos sus componentes son necesarios para su funcionamiento equilibrado, en términos “empresariales”: “competencia”, “coste-beneficio”, “explotación de recursos”... La implantación de esta concepción darwinista (victoriana) de la vida, de la realidad, ha tenido unas consecuencias tremendamente negativas en las relaciones de los seres humanos entre sí y con el ambiente, con las características de las “profecías autocumplidas”: la naturaleza no era así; había muchas sociedades que no eran así. Pero han conseguido que las sociedades se hayan convertido en un inhóspito campo de batalla en el que el individualismo, la competencia, y la soledad son las que rigen las relaciones humanas; igualmente han conseguido convertir a la naturaleza en un ente inerte en el que sus componentes son, simplemente, “recursos naturales” y en la que todos son “competidores”, en un ecosistema en creciente degradación, cuyo desequilibrio pronto conducirá a que la vida de los seres humanos se convierta en una verdadera “lucha por la supervivencia” si no reaccionamos a tiempo.
Hablaré de mi visión personal (y por tanto discutible), y habría que comenzar por la formación: a mí no me dieron una formación propia de científico, es decir, la que se basa en el cuestionamiento permanentemente de las teorías admitidas para buscar los puntos débiles a fin de profundizar en el conocimiento (como hacen continuamente los físicos, los químicos, los matemáticos). Lo que me dieron fue un adoctrinamiento incuestionable.
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El otro problema es la especialización. Cada científico trabaja en su campo de acuerdo a lo que le han enseñado y no tiene conexión con los nuevos datos de otras disciplinas que resultan contradictorios con las bases teóricas que utiliza en su trabajo. Para muchos especialistas (lo he comprobado) la evolución resulta una especie de curiosidad sin tener en cuenta que los procesos evolutivos son los que explican los fenómenos biológicos actuales (por qué hay virus integrados en los genomas y qué hacen, por qué hay elementos móviles y cómo reaccionan a las agresiones ambientales, etc.). Pero, sobre todo, insisto en que el problema fundamental de la formación y de la investigación en la Universidad es la concepción de la ciencia como una herramienta para el desarrollo y la “competitividad”, lo que ha convertido a la investigación biológica en una loca carrera, mayoritariamente financiada por empresas privadas y, por tanto, con ánimo de lucro, por conseguir “descubrimientos” y “patentes” que tengan una aplicación, es decir, un rendimiento económico. Lo preocupante es que están trabajando al margen de los conocimientos derivados de la investigación “básica”, es decir, no “aplicada”. Y las manipulaciones de procesos que no se conocen suficientemente, y que, por tanto, no se pueden controlar, pueden tener consecuencias peligrosas. No se puede “derrotar” o corregir a la naturaleza. Es infinitamente más poderosa que los hombres, y todavía estamos muy lejos de comprender muchos de sus procesos fundamentales. Ahora, con toda la nueva información de que disponemos, es cuando deberíamos reunirla, trabajar sobre ella para intentar comprenderla y, en consecuencia, respetarla: reconciliarnos con la naturaleza.
Pero, como sabemos, los cambios que se avecinan en la universidad van encaminados a “formar especialistas adecuados a las necesidades del mercado”...
Autor:
José F. Gómez Sánchez
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