Caminando atrás del elefante, están media docena de hombres que cantan una tonada como si marchasen manteniendo un paso mientras azotan la parte trasera del elefante con cañas de bambú. La parte más delicada de la piel en el elefante, se encuentra en la raíz de la cola y es ahí donde las cañas golpean sin piedad y azotan y cortan, minuto tras minuto, hora tras hora. Al principio, el animal sobresaltado por todo el jaloneo, golpes y gritos, no se da cuenta que la paliza con las cañas de bambú lo están hiriendo. Entonces, al acostumbrarse al movimiento las heridas comienzan a punzar. No puede voltear su cabeza porque los hombres que le tienen atada su trompa se la lastiman. Tampoco puede correr porque lo harían tropezar. Solamente sigue adelante derramando lágrimas de sus ojos, gimiendo, acatarrado de su trompa por el calor del día, bajo el candente sol.
Entonces, baja su cabeza y grita una vez con un largo, estremecedor y ahogado lamento...
Su corazón, su espíritu... está roto.
Ahora, él ya no trata de correr, ni siquiera de tener resguardada su trompa. Está a merced de los demonios que lo atormentan. Lo reconoce.
Le dan de comer y lo llevan al río para bañarlo. Nunca volverá a los cepos. Ahora es un elefante domado.
"¡Pero no siempre!", me dijo Henrick Boon. "Recuerdo una vez a un elefante que ellos no pudieron domar. Lo sacaron de los cepos; su "mahout" era un nativo de Bakat llamado Bonan. Antes que todo, trató de atacar a los hombres que le sujetaban la trompa. Lo hicieron tropezar y lo derribaron, produciéndose un golpe que sacudió todo el campamento. Pataleó y trató de rodar sobre Bonan. Pero el "mahout" había saltado a salvo. Los hombres de la soga se apartaron y lo jalaron hasta que se puso de pie. Sus ojos rojos estaban llenos de ira y su trompa enredada en el arnés de piel, emitía sonidos como alaridos de furia. El "mahout" lo montó y los hombres de la trompa lo arrastraron. Él embistió hacia delante y sus patas traseras fueron tiradas hacia atrás hasta que casi quedó extendido de bruces totalmente. Rodó otra vez hasta que su piel estaba gris por el polvo y había sangre en su trompa. Cuatro veces fue derribado y entonces lo dejaron descansar, porque los hombres de las sogas estaban agotados