El Proyecto Gran Simio desde el materialismo filosófico.
Iñigo Ongay
(Intervención en la lectura y defensa de su tesis doctoral, dirigida por Gustavo Bueno Sánchez, celebrada en la Universidad de Oviedo el 11 de junio de 2007)
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Muy buenos días. Antes de emprender la defensa propiamente dicha de mi tesis doctoral, quisiera referirme brevemente aquí a las razones que en su momento me movieron a elegir el «Proyecto Gran Simio» como tema de análisis en el trabajo que ahora presento. Precisamente durante mis estudios de licenciatura en Filosofía en la Universidad de Deusto en Bilbao, tuve ocasión de desarrollar un notable interés en todo lo concerniente a la Etología así como a las ciencias de la conducta en general, tanto en lo referido al desarrollo histórico de tales disciplinas positivas como, particularmente en lo tocante a la situación actual de tales ciencias. De tal interés, atestiguado entonces por diversos seminarios y trabajos acerca de las cuestiones filosóficas implicadas en la historia de la biología en general y de la etología en particular, puede incluso dar cuenta el profesor Carlos Beorlegui aquí presente. El desarrollo de tales ciencias habría, durante el siglo veinte, alcanzado un grado tal que, como entonces me parecía (y me sigue pareciendo ahora en todo caso), cualquier doctrina filosófica digna de tal nombre necesitaba argumentar de frente (por ejemplo en Antropología filosófica, pero también en Ética o en Filosofía política, &c.) contra las pretensiones invasivas, reduccionistas características de tantos etólogos y sociobiólogos (Wilson, Dawkins, Lorenz, &c.) sin que por ello fuese tampoco posible desmerecer en ningún momento la ingente masa de «evidencias» que estas disciplinas habían aportado y continuaban aportando en torno a la «continuidad» entre la conducta de los hombres y de los animales. Una tal problemática se me antojaba entonces, ciertamente capital en el contexto de la Antropología filosófica y también de la filosofía en general al punto que, difícilmente, cabría en este sentido continuar, por así decir, filosofando (al menos fuera del espiritualismo) totalmente «de espaldas» al darwinismo y a la etología.
Pues bien, en esta dirección, y en el año 2001, finalizados ya mis estudios de licenciatura, el Proyecto Gran Simio, que había sido presentado públicamente ocho años antes y que yo entonces conocía de oídas, aparecía sin duda como un hito muy a tener en cuenta, incluso de cara a posteriores análisis doctorales, &c. No sólo tal iniciativa «ética» estaba movida desde sus inicios por la «plana mayor» de la Etología (inter alia: Jane Goodall, Adriaan Kortlandt, Marc Berkoff, Richard Dawkins, &c.) sino que cabía incluso ver en ella la misma «puesta de largo», por decirlo así, de la propia sabiduría filosófica espontánea característica de los etólogos y los sociobiólogos, una filosofía espontánea con la cual era desde luego necesario ajustar las cuentas. En este mismo sentido por lo demás parecía posible, ahora ya desde las coordenadas de la Teoría del cierre categorial, reinterpretar tal iniciativa –expresamente presentada por cierto, como «ética» por parte de sus proponentes– como una de las «floraciones» de las ciencias etológicas vistas desde el sector normativo del eje pragmático de su campo gnoseológico, esto es: a la manera de una suerte de imperativo «deontológico profesional» necesariamente intercalado en el desenvolvimiento de tales ciencias que precisarían, como es bien comprensible, de la recurrencia de los términos (muchas veces en «peligro de extinción») que componen su campo categorial en marcha.
Además, resultaba, en principio, muy probable que la aplicación del aparato conceptual de la filosofía de Gustavo Bueno, rindiese buenos frutos en el análisis de tales planteamientos puesto que, en efecto, el Materialismo filosófico –un sistema por el que yo empezaba a interesarme ya por aquellos años– había desarrollado las herramientas necesarias para enfrentarse al reduccionismo etologista sin recaer por ello, y esto era fundamental, en las posiciones metafísicas del espiritualismo pre-darwiniano. De hecho, y ahora desde la perspectiva del sistema que yo he tratado de ejercitar en mi trabajo, el propio desarrollo de la Etología del presente resultaba una apoyatura (un «primer grado») imprescindible, por ejemplo, para argumentar «contra el idealismo»{1} en teoría del conocimiento en base a la intercalación de diversos sujetos, humanos como animales, dotados de aparatos perceptivos muy heterogéneos (foto-receptores, termo-receptores, quimio-receceptores, &c.) de modo que las alternativas dilemáticas tradicionales (Sujeto-Objeto, Idealismo-Realismo,...) quedasen desfondadas en su rigidez en la dirección del hiper-realismo materialista. Resultaba asimismo necesario, desde el Materialismo filosófico, tomar buena cuenta en Antropología filosófica de los resultados de la Etología en orden a desbordar los esquemas bidimensionales (Hombre-Naturaleza) de organización del material antropológico, instaurando un «tercer contexto» de relaciones que incluyera a aquellos sujetos no humanos (i.e.: animales) que en base justamente a la etología de nuestros días, cabe considerar como operatorios (no impersonales, por así decir). Finalmente, la conducta de los animales, tal y como esta misma habría venido siendo estudiada por la Etología y la Psicología Comparada del presente, constituía un episodio capital de la historia de las ciencias al margen del cual, el proyecto de una filosofía zoológica de la religión, basada ella misma en un Espacio Antropológico tridimensional, tal como la expuesta en El animal divino nunca hubiese podido ser llevada adelante. Esto lo ha reconocido el propio Bueno en un texto muy reciente:
«Precisamente El animal divino sólo se atrevió a salir al público, como ya hemos dicho, cuando la Etología del presente recibió una suerte de «reconocimiento oficial» con motivo de la concesión del Premio Nobel a sus más notorios representantes del momento. Fueron los descubrimientos de estos etólogos, y de otros muchos etólogos o lingüistas (por ejemplo Egon Brunswik, con su teoría de la «conducta animal raciomorfa», Eibl-Eibesfeldt, Gardner, Premack) los que permitieron hablar sin escándalo, para las generaciones formadas en el mecanicismo, de los «lenguajes animales» y de la «inteligencia» y aun de la «razón» animal.» (Gustavo Bueno, «Sobre la verdad de las religiones y asuntos involucrados», El Catoblepas, nº 43, 2005, página 10.)
Por todo ello, después de la atenta lectura del libro en el que los adalides del Proyecto Gran Simio defendían sus posiciones, juzgamos oportuno dedicar nuestra investigación doctoral a la puesta a punto de un análisis detallado de tales planteamientos desde el ejercicio de las categorías sistemáticas del Materialismo Filosófico. Un análisis crítico (es decir, clasificatorio) que nos permitiera no sólo rectificar en lo posible las conclusiones alcanzadas por tales ideólogos por lo que en ellas pudiese haber de exageración, de abusivo reduccionismo, de metafísica formalista, &c., sino también, y acaso principalmente, regresar a sus fundamentos esenciales inextricablemente conectados a las verdades científicas que la Biología en general y la Etología en particular habían venido descubriendo (construyendo) a lo largo del siglo XX.