La verdadera historia de Androcles y el león
Aunque ningún estudioso se toma la molestia de aludir al asunto, es muy conocido que el esclavo Androcles era el más destacado dentista de su época. De hecho, su reputación era tan buena que el emperador de roma pidió que Androcles lo acompañara como dentista imperial cuando se embarcó en su expedición a África.
Un día, en el límite de un vasto desierto, Androcles se encontró con un león que parecía sufrir mucho. Al parecer, el león había sido tan tonto que había intentado comerse la dura piel de un anglosajón que había llegado para colonizar aquella parte de África. Como consecuencia, el pobre animal se rompió todos los dientes.
Al oír los gemidos del león, Androcles se apiadó de él y decidó darle un juego perfecto de dientes de oro, completamente gratis. Después de que Androcles ejecutara la delicada operación, el león le dio la gracias efusivamente y se internó a toda prisa en el desierto.
Algunos años después, durante la época de la primera persecución, Androcles, que era un buen cristiano, fue denunciado y llevado al Circo de Roma. Allí, junto a sus correligionarios, fue arrojado a un grupo de leones hambrientos, ante toda la nobleza de Roma y su antiguo amo, el emperador. Mientras Androcles se mantenía de pie en el centro del circo, un león salió de su jaula dorada y se encaminó directamente hacia él con las fauces bien abiertas.
Al mirar el interior del hocico, Androcles reconoció los dientes de oro que había colocado allí muchos años antes, y el grito de terror que asomaba a sus labios se convirtió en una exclamación de júbilo. Y el león, al identificar a su viejo amigo el dentista, se echó mansamente a sus pies y se los lamió.
Mientras lamía los pies de Androcles, el león se preguntaba cuál sería la mejor manera de mostrar su gratitud al hombre que en una ocasión lo había curado sin coste alguno. No tardó en ocurrírsele una forma maravillosa de dar al dentista gran publicidad ante el emperador de Roma y todos sus nobles. Y así, levantándose sobre sus patas traseras y rugiendo con fuerza, devoró a Androcles en unos pocos bocados, para demostrar la excelencia de los dientes de oro que el dentista había fabricado.
Oscar Wilde
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