No puedo asimilarlo, todavía no me lo creo
La noche de antes de ayer, jugábamos en el parque con su pelota. Le encantaba la pelota, la volvía loca. Se la tiraba y ella iba, corriendo. Daba veinte vueltas antes de agarrarla, era un poco torpe. Cuando la cogía, corría en todas direcciones y dejaba la pelota más lejos de donde yo la había mandado.
Creo que no era yo quien le tiraba la pelota a ella. Me la tiraba ella a mí para que fuera a recogerla.
Paseábamos por el parque de siempre, con Kiara ladrando, como siempre. Sabana corría, con la lengua afuera y las patas firmes; era una sensación increíble verla correr. Cortaba el viento y las orejas se le quedaban en punta.
Su último descubrimiento fue hurgar entre las enredaderas del suelo, donde encontraba de vez en cuando mariposas que nunca podía alcanzar. Corría de un lado a otro persiguiéndolas y ya no escuchaba nada más. Ni tan siquiera la pelota. Le encantaba correr tras las mariposas y las hojas que volaban cuando soplaba algo de aire.
Paseamos como siempre y, volviendo, pasamos por la misma fuente de siempre. Ella abría la boca y mordía el chorro de agua. Poco era el agua que entraba en su boca, quizás bebía por la nariz o las orejas.
Volvimos a casa por el camino de siempre, mientras intentaba acercarse a la terraza del bar de todos los días, donde la gente se atemorizaba al ver a una perra acercarse a su mesa con la lengua afuera. Creo que nunca sabrán que ella siempre quiso conocer gente nueva y lamerles la cara. Ella nunca hizo mala cara a nadie ni a nada.
Subimos a casa, bebió agua, se tumbó en el suelo (nunca fue de mantas) y se puso a jugar con su pelota.
Dos horas más tarde nos fuimos a dormir. Kiara entre mis piernas y Sabana pegada a mí, con la cabeza apoyada en la almohada. No sin antes remolonear un poco dando brincos en el colchón, poniendo a Kiara de los nervios y mordiéndome la cabeza y lamiéndome la cara.
Cuando se agotó apagué la luz y nos fuimos a dormir.
A la mañana siguiente, bajó de la cama y se tumbó en el suelo. Desperté cuando la escuché vomitar. Vomitó toda la comida que mi madre le había dado, todo el pienso.
Vomitó dos veces más, la llevé a que le pincharan un protector de estómago y otro que evitara que vomitara más.
Imaginé que le había sentado algo mal. Bebió agua y seguía mostrándose juguetona. Me fui a clase con la intención de llevarla al veterinario a las 16.30.
Cuando volví de clase, no vino a saludarme. Estaba tumbada en su manta, durmiendo. Me acerqué y reaccionó.
Media hora después, empezó a convulsionar y a tener espasmos. Perdió el conocimiento. La llevé de urgencias a la clínica.
Y se fue