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Ver la versión completa : HENRY SALT (1851-1939), Autor de Los Derechos de los Animales



Snickers
21-may-2008, 20:11
http://www.conciencia-animal.cl/paginas/temas/temas.php?d=746

HENRY SALT (1851-1939)
Autor de Los Derechos de los Animales.


http://sp7.fotologs.net/photo/55/6/94/vegetarianxs/1211390987_f.jpg

Ideólogo británico, uno de los pioneros en la defensa de los "derechos de los animales" y activista vegetariano. Henry Stephen Salt nació en la India el 20 de septiembre de 1851. Al año siguiente partió con su madre rumbo al Reino Unido. Inició sus estudios en el famoso Colegio de Eton. En 1875, después de graduarse en la Universidad de Cambridge, Salt se incorpora al claustro de profesores de Eton, época en la que entabla relaciones con Catalina Leigh Jones, con la que casará en 1879.

Tal matrimonio puede considerarse decisivo dado que, entre otras cosas, su cuñado James Leigh Jones le introduce en los más escogidos y "avanzados" ambientes "intelectuales" de su tiempo, en cuyo seno pudo Salt trabar amistad con escritores y "críticos sociales" tales como el novelista George Bernard Shaw, que era ya entonces un vegetariano ilustre, además de uno de los más fervientes admiradores de las propuestas eugenésicas de Francis Galton –el primo de Darwin–, Edward Carpenter , otro vegetariano que iba a ser autor en 1893 de un panfleto titulado "Vivisección".

En el año 1884 decide Salt abandonar su cargo de profesor auxiliar de Eton y emprender con su mujer una nueva vida en una residencia cercana a la ciudad de Tilford. Allí el matrimonio goza de una existencia campestre, bucólica y retirada, dedicándose por ejemplo a la horticultura pero no a la ganadería (por entonces Salt ya se había hecho vegetariano e incluso, según parece, el abandono de su puesto se debió en buena medida a los hábitos alimenticios de sus colegas, a los que Salt consideraba "caníbales").

La primera obra de Henry Salt, "Una defensa del vegetarianismo", es un alegato en pro de la dieta vegetariana. Vio la luz en 1886 y estaba llamada a ejercer una influencia decisiva nada menos que en un personaje como Gandhi, quien a su llegada a Londres, y tras leer el libro de Salt, ingresó en la Sociedad Vegetariana londinense, de cuyo comité ejecutivo llegaría a ser miembro hacia 1890.

Precisamente un año más tarde, en 1891, tiene lugar en la capital británica la Conferencia de la Unión Vegetariana Internacional que reunió, entre otros delegados, ponentes y comunicantes, a Salt y a su comilitón hindú. Cuarenta años más tarde es el propio Gandhi quien, en un discurso pronunciado en la reunión que la Sociedad Vegetariana de Londres celebró el 20 de noviembre de 1931, corroboró el influjo recibido del libro de Salt a su llegada a Inglaterra: por lo visto fue precisamente tal influencia la que convirtió a Gandhi en un vegetariano consciente.

También en 1891 Henry Salt cofunda junto con Edward Carpenter, John Galswort y William Lisle Coulson la Liga Humanitaria, organización de vago discurso armonista y bienpensante de la que Salt será Secretario de Honor entre los años 1891 y 1919, y que planteaba entre sus objetivos programáticos medidas tales como la abolición de la caza del zorro o la reforma del sistema punitivo vigente por entonces en Gran Bretaña.

Años más tarde, en 1924, dos de los miembros de la Liga Humanitaria, Henry B. Amos y Ernest Bell –miembros también, por entonces de la Royal Society for the Prevention of Cruelty to Animals– fundan bajo el patrocinio inspirador de Salt, la Liga para la prohibición de deportes crueles, con el objeto de presentar batalla a la caza del zorro, las peleas de perros y de gallos, y otros.

Su libro de 1892, “Los derechos de los animales” considerados en relación al progreso social, supone sin duda ninguna la aportación bibliográfica de Salt que más fortuna ha tenido con el pasar del tiempo, convertido en modelo ineludible para todo aquel que se interese por estos asuntos.

"Los derechos de los animales" se organiza en ocho capítulos consagrados a la denuncia de diversas prácticas del hombre en su relación con los animales (la matanza de los animales como fuente de alimento, caza deportiva, sombrerería, la tortura experimental, etc.) consideradas como aberrantes moralmente por Salt.

En sus mismas palabras: "Y, sin embargo, ningún ser humano tiene justificación para considerar a ningún animal como autómata carente de sentido al que se puede hacer trabajar, al que se puede torturar, devorar, según sea el caso, con el mero deseo de satisfacer las necesidades o los caprichos de la humanidad.

Junto con el destino y las obligaciones que se les imponen y que cumplen, los animales tienen también el derecho a que se les trate con bondad y consideración, y el hombre que no los trate así, por grande que sea su saber o su influencia, es, a este respecto, un ignorante y un necio, carente de la más elevada y noble cultura de la que es capaz la mente humana"

Interesante y revelador resulta también advertir la medida en que la misma argumentación presente en el opúsculo aparece atravesada por la idea de progreso moral y social de la humanidad –el progreso social presente en el mismo título– tan prominente, como se sabe, durante la segunda mitad del siglo XIX, y de la que el discurso "humanitarista" de Salt se muestra por entero tributaria.

De esta concepción un tanto ingenua del progreso lineal e inexorable en materia de ética y moral, cuyo índice más inconcuso consistiría en el trato dado a las "razas inferiores de animales", ofrece buena prueba el párrafo final de "Los derechos de los animales".

"Quiero hacer hincapié, en la conclusión, que este ensayo no es un llamamiento ad misericordiam a quienes practican o disculpan que otros practiquen, los actos contra los que se suscita aquí una protesta. No es una petición de "clemencia" para las "bestias irracionales" cuyo único crimen consiste en no pertenecer a la noble familia del homo sapiens.

Se dirige antes bien a quienes ven y sienten que, como bien se ha dicho, "el gran avance del mundo, a través de las edades, se mide por el aumento de la humanidad y la disminución de la crueldad –que el hombre, para ser verdaderamente hombre tiene que dejar de abjurar de esta comunidad con toda la naturaleza viviente– y que la realización de los derechos humanos que se aproxima tendrá necesariamente que traer tras de sí la realización, posterior pero no menos cierta, de los derechos de las razas de animales inferiores".

La reacción a los planteamientos de Salt no se hizo esperar demasiado: ya en el mismo año en que aparece "Los derechos de los animales", el jesuita británico Joseph Rickaby niega de plano en su Filosofía Moral las posiciones de Salt, en nombre de los planteamientos católicos tradicionales; sólo tres años después, en 1895, David G. Ritchie, profesor de filosofía en la Universidad de St. Andrews, publica su trabajo Derechos Naturales en el que se recusa explícitamente atribución de derechos a las bestias.

Las objeciones de Ritchie conducirán finalmente a Salt a una respuesta más bien tardía titulada "El término derechos", e incluida a título de apéndice en la última edición de 1922 de "Los derechos de los animales". Falleció en Brighton el 19 de abril de 1939, y fue incinerado en el Crematorio de Brighton tres días más tarde.

apersefone
21-may-2008, 20:31
Qué asombroso! Yo ya había leído algo sobre Salt antes y su influencia en Gandhi :) emociona saber que si aún hoy hay gente a la que le cuesta quitarse la venda de los ojos, cuán difícil habrá sido en pleno siglo XIX!!
Se podrán conseguir esos libros en la actualidad?

sujal
21-may-2008, 20:41
¡Gracias Snickers!

He buscado en el google información sobre Henry Salt. Exceptuando las páginas dedicadas al vegetarianismo, no aparece nada sobre él. Hubo otro Henry Salt (1780- 1827), un egiptólogo según la wikipedia.

Un hombre adelantado a su tiempo que ha quedado arrinconado en la memoria de los movimientos que defienden los derechos para TODOS los animales.

apersefone
24-may-2008, 22:25
Acá no se permite spam! :mad:

Encontré el libro Derechos de los animales en Barnes & Noble:

http://search.barnesandnoble.com/Animals-Rights-Considered-in-Relation-T/Henry-S-Salt/e/9781428603127/?itm=13

Está en inglés, pero igual veré si lo puedo conseguir. Me interesa mucho ;)

Snickers
09-jul-2008, 16:46
http://www.vegetarianismo.net/servegeta/salt.htm

sección vegetarianismo

La matanza de animales como alimento

Henry S. Salt
1851-1939


(Extraido del libro de Henry S. Salt, Los Derechos de los Animales editado en Londres en 1892. El texto es la traducción al castellano de Carlos Martín y Carmen González en la edición de Jesús Mosterín para la editorial Los Libros de la Catarata, Madrid 1999. ISBN: 84-8319-046-X)


Es imposible que resulte adecuada o concluyente ninguna discusión del principio de los derechos de los animales que, como siguen ignorando muchos de los llamados humanitarios, ignore la inmensa importancia subyacente del tema de la alimentación. No tenemos por qué preocuparnos gran cosa por el origen del hábito de comer carne. Vamos a dar por supuesto, como hace la teoría que goza de mayor favor, que inicialmente, bajo la presión de la necesidad, mataban animales las tribus migratorias no civilizadas, y que la práctica que así surgió, fomentada por la idea religiosa de la ofrenda de sangre y la propiciación, se perpetuó e incrementó aun después de que hubieran desaparecido las tempranas condiciones de su origen. Lo que es más importante observar es que el hecho mismo de que ese hábito prevalezca ha propiciado que llegue a considerarse una característica necesaria de la civilización moderna, y que esta opinión ha tenido, inevitablemente, un señalado efecto -un efecto sumamente perjudicial- sobre el estudio de la relación moral del hombre con los animales inferiores.

Ahora bien, hay que admitir, creo, que resulta difícil reconocer y afirmar de manera coherente los derechos de un animal que tenemos el propósito de convertir en festín, dificultad que no han podido superar en absoluto, de manera satisfactoria, aquellos moralistas que, mientras aceptan la práctica del consumo de carne como una institución que está más allá de toda crítica, se han mostrado deseosos de hallar una base sólida para una teoría de la condición humanitaria. "Extraña contradicción de la conducta -dice el Filósofo Chino de Goldsmith respecto a este dilema-. ¡Sienten piedad y devoran los objetos de su compasión!" Hay también otra consideración más que hacer: que la sanción que implícitamente otorgamos a las terribles crueldades que el vaquero y el matarife infligen al inofensivo ganado hacen casi imposible, por paridad de razonamiento, abolir muchos otros actos de injusticia que por todas partes vemos en nuestro derredor, y quienes se oponen a la reforma humanitaria no han tardado en sacar provecho de este obstáculo[39]. De ahí la disposición por parte de muchos autores, que por lo demás muestran humanos sentimientos, a evitar el embarazoso tema del matadero, o a pasar por encima de él con una serie de excusas contradictorias y harto irrelevantes.

Pondré algunos ejemplos. "Privamos a los animales de la vida -dice Bentham, en una aplicación deliciosamente ingenua de la filosofía utilitaria- y está justificado que lo hagamos: sus dolores no son comparables al placer que nos proporcionan."

"Dentro del programa de la universal providencia -dice Lawrence- han querido ser recíprocos los servicios entre hombre y bestias, y la mayor parte de estas últimas no puede pagar el trabajo y el cuidado humanos de otro modo que mediante la pérdida de la vida."

La alegación de Schopenhauer se asemeja en algo a la anterior:"El hombre, privado de la alimentación carnívora, sobre todo en el norte, sufriría más de lo que sufre el animal con una muerte rápida e inesperada. Pero deberíamos mitigar ese sufrimiento con la ayuda del cloroformo".

Hay también el argumento que suele fundamentarse en la supuesta sanción por parte de la naturaleza. "Mis escrúpulos -escribe Lord Chesterfield- no podían reconciliarse con esta horrible forma de alimentarse hasta que, tras grave reflexión, llegué al convencimiento de su legitimidad derivada del orden general de la naturaleza, que ha establecido, como uno de sus primeros principios, la depredación sobre el más débil."

Y tenemos por último al temible Paley, que descarta como carente de valor toda apelación a la naturaleza, y se apoya en los mandatos de las Sagradas Escrituras. "Un derecho a la carne de los animales. Alguna excusa se antoja necesaria por el dolor y la pérdida que ocasionamos a los animales al restringir su libertad, mutilar sus cuerpos y, finalmente, poner fin a su vida para nuestro placer o conveniencia. Las razones que se alegan para vindicar esta práctica son las siguientes: que al haberse creado diversas especies de animales para comerse unos a otros, es permisible una suerte de analogía para demostrar que la especie humana debía alimentarse a base de ellos... Ante tal razonamiento haría yo la observación de que la analogía que pretende establecerse resulta en extremo débil, ya que los animales no pueden sustentarse de otro modo, y puesto que nosotros sí podemos, ya que la especie humana podría subsistir en su totalidad a base de fruta, legumbres, hortalizas y tubérculos, como de hecho hacen muchas tribus hindúes... Paréceme que sería difícil defender este derecho mediante argumentos proporcionados por el orden natural, y que debemos agradecerlo al permiso que se recoge en las Sagradas Escrituras."

De las citas que acabamos de mencionar, y que podrían ampliarse indefinidamente, resulta claramente que la fábula del lobo y el cordero se repite incesantemente en la actitud de nuestros moralistas y filósofos hacia las víctimas del matadero.

Así puede señalar Humphry Primatt que "buscamos por toda la naturaleza y la forzamos en sus partes más débiles y tiernas para arrancarle, a ser posible, cualquier concesión en la que podamos apoyar la apariencia de un argumento".

Mucho más prudente y humano es, sobre este particular, el tono adoptado por autores tales como Michelet, quienes, no viendo modo alguno de escapar a la práctica de la alimentación carnívora, se abstienen al menos de intentar apoyarla con falaces razonamientos. "Los animales que están por debajo de nosotros -dice Michelet- tienen también sus derechos delante de Dios. ¡Sombrío misterio, la vida animal! Inmenso mundo de ideas y de mudos sufrimientos! La naturaleza entera protesta contra la barbarie del hombre, que no comprende, que humilla, que tortura a sus hermanos inferiores... ¡Vida... muerte! El diario asesinar que implica alimentarse de animales... esos duros y amargos problemas eran una grave preocupación para mi mente. ¡Miserable contradicción! Esperemos que exista otro globo en el que se nos ahorren las bajas, las crueles fatalidades de éste."[40]

Pero, mientras tanto, sigue siendo cierto el sencillo hecho -que cada día encuentra más y más corroboración científica- de que no existe esa "cruel fatalidad" que Michelet imaginaba. La anatomía comparada ha demostrado que el hombre no es carnívoro, sino frugívoro, en su estructura natural, y la experiencia ha demostrado que la alimentación a base de carne es totalmente innecesaria para sustentar una vida saludable. La importancia de este reconocimiento más general de una verdad con la que han estado familiarizados en toda época unos cuantos pensadores bien informados, difícilmente se sobreestimará en la relación que tiene con la cuestión de los derechos de los animales. Despeja una dificultad que desde hace tanto tiempo ha aminorado el entusiasmo, o deformado el juicio, de la escuela más humana de moralistas europeos, y hace posible abordar el tema de la relación moral del hombre con los animales inferiores con un espíritu de indagación más imparcial y menos lleno de temores. No es mi propósito en estas páginas abogar por la causa del vegetarianismo. Pero, a la vista de la gran masa de pruebas, fáciles de obtener[41], de que el transporte y sacrificio de animales van necesariamente acompañados de las más atroces crueldades, y de que un gran número de personas han vivido durante años con buena salud sin recurrir al consumo de carne, hay que decir al menos que omitir esta derivación del tema de la consideración más seria y rigurosa es jugar con la cuestión de los derechos de los animales. Hace cincuenta o cien años quizá existiera alguna excusa para suponer que el vegetarianismo era una simple manía. Pero no existe en la actualidad semejante excusa.

Snickers
09-jul-2008, 16:47
Dos puntos hay de especial significación a este respecto. El primero es que, conforme la civilización avanza, las crueldades inseparables del sistema de sacrificio se han ido agravando, en vez de disminuir, debido tanto a la mayor necesidad de transportar animales a grandes distancias, por mar y tierra, en condiciones de premura y dureza que impiden por lo general toda consideración humana hacia su bienestar, como a los torpes y bárbaros métodos que con harta frecuencia se practican en esos antros de tortura que se conocen como "mataderos privados"[42].

El segundo es que también ha aumentado en gran manera el sentimiento de repugnancia que causa entre toda la gente sensible y refinada la visión de la actividad del carnicero, e incluso su mera mención, o el hecho de pensar en ella, de modo que los detalles del repulsivo proceso se mantienen cuidadosamente fuera de la vista y de la mente, en la medida de lo posible, delegándose en una clase de parias que realizan el trabajo que horrorizaría hacer a las personas más delicadas. En estos dos hechos tenemos clara evidencia, primero, de que hay buenas razones para que la conciencia pública, o en todo caso la conciencia humanitaria, se inquiete por cuanto concierne al sacrificio del "ganado" y, segundo, que esta inquietud ya se ha desarrollado y manifestado en gran medida.

El argumento común, que adoptan muchos apologistas del consumo de carne, o de la caza del zorro, según el cual el dolor que se inflige al matar a los animales está más que compensado por el placer que han gozado durante su vida, ya que de otro modo no hubieran existido siquiera, es más ingenioso que convincente, ya que no es en rigor nada más que la vieja y conocida falacia que ya hemos comentado: el arbitrario truco de constituirnos nosotros en portavoces e intérpretes de nuestras víctimas. Mr. E.B. Nicholson es por ejemplo de la opinión de que "podemos estar bien seguros de que si [el zorro] fuese capaz de entender y dar respuesta a la pregunta, elegiría la vida, con todos sus riesgos y penalidades, a la no existencia sin ellos"[43]. Desgraciadamente para la solidez de esta suposición sospechosamente parcial no hay ningún caso registrado de que esta extraña alternativa se haya sometido nunca a ningún zorro ni a ningún filósofo, de modo que habría primero de establecerse el precedente para basar en él un juicio. Entre tanto, en vez de cometer el grosero absurdo de hablar de la no existencia como estado bueno o malo, o de algún modo comparable a la existencia, mejor haríamos en recordar que los derechos de los animales, si los admitimos en absoluto, han de empezar con el nacimiento de los animales en cuestión, y pueden sólo terminar con su muerte, y que no podemos evadirnos de las responsabilidades que en justicia nos corresponden mediante esas sofísticas referencias a una imaginaria decisión prenatal en un imaginario estado prenatal.

El más nocivo efecto de la práctica carnívora, en su influencia sobre el estudio de los derechos de los animales en los actuales tiempos, es que estultifica y degrada la razón de ser misma de innumerables miríadas de seres: trae a éstos a la vida sin mejor finalidad que negarles el derecho a vivir. Ocioso resulta apelar a la mortífera guerra que vemos en algunos aspectos de la naturaleza salvaje, donde el animal más débil es a menudo presa del más fuerte, puesto que allí {aparte del hecho de que la cooperación modifica en gran medida la competición) las razas más débiles viven al menos su vida propia y tienen su oportunidad en el juego, mientras que las víctimas de los carnívoros humanos son criadas y cebadas, y destinadas desde el primer momento a la final matanza, de forma tal que todo su modo de vida se ve desvirtuado de su natural norma, y apenas son más que filetes, piernas o jamones animados. Y esto, yo sostengo, es una flagrante violación de los derechos de los animales inferiores, derechos que comienzan a ser percibidos por la conciencia más humana de la humanidad. Muy bien se ha dicho que "tener a un hombre {esclavo o siervo) meramente para tu propia ventaja, o tener a un animal al que puedas comerte, es una mentira. No puedes mirar a ese hombre o animal a la cara"[44].

Que quienes son conscientes de los horrores que implica la matanza, y asimismo de la posibilidad de una dieta sin carne, piensen que basta con oponer "el permiso de las Escrituras" como respuesta a los argumentos de los reformadores de la alimentación, es un ejemplo del extraordinario poder de la costumbre para cegar la vista y el corazón de personas por lo demás humanas. Cito el siguiente pasaje de Súplica de Clemencia para los Animales[45], como ejemplo típico de esa especie de perversión del sentimiento a la que aludo. "No sólo en la supersticiosa India -dice el autor, cuyas ideas de lo que constituye superstición parecen ser más bien confusas- sino también en este país, hay vegetarianos y otras personas que ponen objeciones al uso de alimentos animales, y no únicamente por motivos de salud, sino porque implican el uso de un poder al que el hombre no tiene ningún derecho. Ante tales afirmaciones no tenemos más que oponer el claro permiso del divino Autor de la vida. Pero ese permiso sin matices no puede nunca sancionar que se inflija innecesario sufrimiento".

Pero si puede prescindirse del consumo de carne mismo, ¿cómo cabe argumentar que el sufrimiento, que es inseparable de la matanza, pueda ser también otra cosa que innecesario? Confío en que la causa de la humanidad y la justicia (que no "clemencia" ) para con los animales inferiores no se vea retardada por objeciones sentimentales y supersticiosas de este estilo.



La reforma de la dieta será sin duda lenta, y en el caso de muchos individuos estará llena de dificultades y retrocesos. Pero al menos establece que hay algo que incumbe a todos los pensadores humanitarios: que cada cual debe llegar a alguna conclusión satisfactoria respecto a la necesidad, la necesidad real, del consumo de carne, antes de llegar a ninguna conclusión intelectual sobre el tema de los derechos de los animales. Es fácil de ver que, conforme se discuta más y más la cuestión, el resultado será cada vez más decisivo. "Con independencia de cuál sea mi práctica -escribe Thoreau- no me cabe la menor duda de que forma parte del destino de la raza humana, en su gradual mejoramiento, dejar de comer animales, del mismo modo que en las tribus salvajes han dejado de comerse los unos a los otros al entrar en contacto con los más civilizados."

Fin del capítulo

NOTAS A PIE DE PAGINA

[39] He aquí dos argumentos que se utilizan respectivamente en defensa del vivisector y del cazador deportivo ..Si el hombre puede legítimamente dar muerte dolorosa a los animales con el fin de procurarse alimento y lujos, ¿por qué no ha de estar asimismo legitimado para provocarles dolor, e incluso la muerte, con la superior finalidad de aliviar los sufrimientos de la humanidad?" (Chamber´s Enclyclopaedia,1884).

"Si se les pide que pongan fin al tiro al pichón, se les pedirá a continuación que pongan fin al sacrificio de reses" (Lord Fortescue, Debate on Pigeon-Shooting, 1884).

[40] "La Bible de I´Humanité"

[41] Pueden conseguirse dirigiéndose a cualquiera de las sociedades que a continuación se citan: Vegetarian Society, 75, Princess Street, Manchester; London Vegetarian Society, Memorial Hall. E.C.; National Food Reform Society, 13, Rathhone Place, W.

[42] Si algún lector piensa que hay exageración en esta afirmación. que estudie Cattle Ships, de Samuel! Primsoll, Kegan Paul, Trench, Trubner and Co., 1890, y Behind the Scenes in Slaughter-House.", de HF Lester, Wm. Reeves, 1892.

[43] The Rights of an Animal, 1879.

[44] Edward Carpenter, England, Ideal.

[45] J. Macaulay, Plea for Mercy to Animals (Partridge and Co., 1881 ).

Snickers
10-jul-2008, 02:01
Y es un texto de un libro de 1892, “Los derechos de los animales”

Más de un siglo y esas palabras (dejando a un lado el tema de animales inferiores, q lo veo un asunto muy secundario) y argumentos aún están por difundir

Como dice Sujal era un hombre adelantado a su tiempo

apersefone
10-jul-2008, 02:11
Cuánta lucidez en sus palabras! Realmente adelantado. Necesitamos más de esos ahora que el problema sigue tan o más vigente.

Gracias!

Snickers
13-jul-2008, 17:13
Jejeje, uno más, este es crítico:


http://www.nodulo.org/ec/2002/n009p08.htm


Los derechos de los animales y Enrique Salt (en español)
Iñigo Ongay de Felipe

En torno a la reciente edición española del clásico de Enrique Esteban Salt
Los derechos de los animales, Los Libros de la Catarata, Madrid 1999

1
Enrique Esteban Salt (1851-1939) Enrique Esteban Salt{1} (1851-1939) fue un «moralista» y «reformador social» (así es presentado en ocasiones por sus más denodados discípulos actuales) británico conocido en nuestros días, ante todo por representar una referencia pionera en la defensa de los «derechos» de los animales; una referencia a la que remiten constantemente los contemporáneos ideólogos animalistas (tales como Pedro Singer, Paula Cavalieri, Tomás Regan, Jaime Rachels, &c.) cuyas posiciones bioéticas de cuño anantrópico{2} bien pueden considerarse como tributarias en gran medida del influjo de Salt.
Activista vegetariano (miembro de la Sociedad Vegetariana de Londres y delegado de la misma ante la Conferencia de la Unión Vegetariana Internacional celebrada en 1891 en la misma capital británica), la primera obra de Salt supone de hecho un encendido alegato cuyo título no puede resultar más explícito: Una defensa del vegetarianismo (A plea for vegetarianism, 1886). Más tarde, ya en 1899, sale a la luz La lógica del vegetarianismo: Ensayos y diálogos (The logic of vegetarianism: Essays and dialogues), segunda aportación de nuestro autor a esta materia ético-dietética (y sobre todo teológica diremos). Finalmente, en 1914, mientras en Sarajevo suenan los primeros compases de la guerra mundial, la Sociedad Vegetariana londinense tiene a bien amparar la edición de La humanidad de la dieta, libro con el que Salt cierra la trilogía vegetariana.
Enrique Esteban Salt (1851-1939) Sin embargo, la prolífica producción de Enrique Salt no se agota tampoco en la temática señalada; entre sus restantes escritos interesa señalar títulos como Percy Bysche Shelley: poeta y pionero (Percy Bysche Shelley: poet and pioneer, 1896), Shelley, pionero del humanitarismo (Shelley as a pioneer of humanitarism, 1902), además de otros trabajos sobre el mismo Shelley, Tennyson, De Quincey o Enrique David Thoreau (cuyo utópico proyecto Walden, Salt y su esposa Catarina trataron de emular a partir de 1884 a través de una bucólica y retirada vida en su residencia campestre de Tilford{3}). Mención aparte merece el libro Principios generales y progreso del humanitarismo (Humanitarism: its general principles and progress), presentado en 1891 en coincidencia con el momento de fundación en Gran Bretaña, de la llamada Liga Humanitaria por parte – entre otros– precisamente de H. S. Salt (que sería además su Secretario de Honor entre los años de 1891 y 1919); como miembros cofundadores de esta organización destacan Juan Galsworthy (1867-1933; Premio Nobel de Literatura en 1932) y Guillermo Lisle Coulson (1841-1911), además del poeta Eduardo Carpenter (1844-1929). El humanitarismo de dicha Liga se cifra, entre otras cosas, en un ideario de difusa naturaleza armonista del que dimanaban objetivos prácticos como la abolición de la caza del zorro o la reforma del sistema penal que regía por entonces las prisiones del Imperio de Su Graciosa Majestad. A modo de hijuela «especializada» de los principios generales del humanitarismo saltiano, en 1924 nace, de la mano de Enrique B. Amos y Ernesto Bell –ambos miembros justamente de la Liga Humanitaria– la Liga para la Prohibición de los Deportes Crueles, porfiada plataforma de combate contra las más diversas prácticas angulares sanguinarias –peleas de perros o de gallos, caza del zorro, pesca deportiva &c.– relacionadas con las bestias (puesto que el delicado humanitarismo de tales planteamientos se detenía curiosamente al parecer, ante el noble arte del pugilato). No resulta difícil conectar tales muestras ideológicas de utopismo bienpensante con las posiciones ulteriores de Eugenio Relgis (1895-1987) quien, como es de sobra conocido, llegaría durante el siglo XX a conducir la bandera del humanismo y de la defensa de los animales por los higiénicos canales de la eugenesia. Tampoco está de más por otra parte recordar en este contexto la circunstancia –ya de suyo notablemente reveladora– de que uno de los más íntimos y distinguidos de entre los amigos de Salt, el novelista y dramaturgo Jorge Bernardo Shaw (1856-1950), vegetariano ilustre dicho sea de paso (sus noventa y cuatro lustrosos años de vida suelen presentarse{4} como ejemplo de la longevidad que puede alcanzar quien sólo se alimenta de verdura); se significó también como ardoroso defensor de la puesta en práctica de programas eugenésicos positivos y negativos (promoción de ciertos matrimonios, esterilización de incapaces, aborto eugenésico...) en vistas al mantenimiento de un grado aceptable de higiene social.


2

En 1892 aparece por primera vez, bajo la égida editora del sello londinense «George Bell & Son» un opúsculo de Enrique Salt llamado a hacer fortuna, nos referimos a Animals' rights considered in relation to social progress. La exposición de Salt se estructura en base a siete secciones. El primero de los capítulos, dedicado en exclusiva al tratamiento del problema general del «Principio que reconoce los derechos de los animales», pretende elaborar una respuesta fundamentada a la pregunta por la posibilidad misma de un ius animalium, la cuestión central es la siguiente: ¿puede atribuirse a los animales inferiores algo al menos análogo a los derechos que se asignan al ser humano? Salt retrotrae el problema a la idea misma de «derechos del hombre» de manera que si en efecto se suponen «derechos» a los seres humanos, también, y en la misma medida, habrá que reconocerlos a los animales no humanos. Señala Salt:

«¿Tienen 'derechos' los animales inferiores? Sin duda, si es que los tienen los seres humanos. Éste es el punto que quiero que resulte evidente en este capítulo de apertura. Ahora bien, ¿tienen derechos los seres humanos?» (pág. 29)

En este punto, nuestro autor trata de sortear el trámite de regresar a una delimitación precisa y crítica de la idea de «derechos» que posibilite esclarecer el problema planteado; en cambio, Salt decide renunciar directamente a la «fraseología abstracta del los derechos naturales» dado que las controversias generadas al calor de tales problemas –de los que Salt pretende poder desembarazarse fácilmente, «por decreto» por decirlo así{5}– «de principio» no son más que estériles disputas sobre palabras de las que ninguna consecuencia práctica (moral, ética o política) puede deducirse, mera logomaquia por tanto sin ninguna repercusión ética en absoluto{6}. En consecuencia Enrique Salt da simplemente por supuesto que los seres humanos poseen efectivamente derechos en el sentido de Heriberto Spencer: todo hombre –habría sostenido Spencer– tiene la libertad de hacer lo que le plazca siempre y cuando no viole las libertades similares correspondiente al resto de los sujetos.

«Se discute lo adecuado de estas denominaciones, pero difícilmente puede ponerse en tela de juicio la existencia de algún principio real de esta clase, por lo que la controversia acerca 'los derechos' es poco más que una batalla académica en torno a las palabras que no lleva a ninguna conclusión práctica. Partiré en consecuencia del supuesto de que los seres humanos poseen 'derechos' en el sentido de la definición de Herbert Spencer, y si alguno de mis lectores pone objeciones al uso así matizado del término no me queda sino decir que estaré perfectamente dispuesto a cambiar la palabra en cuanto surja una más apropiada.» (pág. 30)

Snickers
13-jul-2008, 17:16
Bien se ve sin duda ninguna, no sólo que la definición de Spencer a la que Salt se atiene es enteramente inoperante y confusa si no que tampoco parece claro que una mera sustitución terminológica vaya a permitir en modo alguno solucionar el problema. Pero sigamos rastreando la argumentación de Salt.

A lo largo del decurso de la historia de la filosofía no han faltado tendencias inclinadas al reconocimiento positivo de «derechos» a los animales no humanos (en este sentido Salt alude en su sumario recorrido a hitos como los cánones budistas y pitagóricos quizás dominados por la creencia en la metempsicosis, el vegetarianismo de Porfirio, las opiniones de Plutarco o Séneca en el Imperio Romano o de Shakespeare o Bacon en el Renacimiento europeo al respecto de la «benevolencia universal». Finalmente serán los ilustrados del XVIII (Rousseau, Voltaire, pero sobre todo Jeremías Bentham) quienes acaben por formular de un modo expreso una nítida protesta contra la crueldad y la inmoralidad del tratamiento que de la mano del hombre, reciben los animales inferiores. Además durante el siglo XIX y particularmente después de la promulgación por la Cámara de los Lores de la Ley sobre el maltrato de ganado de 1822 (la llamada Ley Martin), la legislación británica había comenzado a considerar a las acémilas como sujetos de protección y no sólo como propiedades semovientes de los granjeros.

Sin embargo Salt advierte dos concepciones tradicionales discontinuistas, que postulan una diferencia absoluta entre la naturaleza de los seres humanos y la de los animales, se trata de la «noción religiosa» (con la que Salt se refiere ante todo al cristianismo, y particularmente al romano) que asigna un alma inmortal a los hombres negándosela a los animales, aun cuando también es verdad que en ocasiones –raras y marginales– tal concepción ha alumbrado actitudes humanitarias, franciscanismos, &c. (dado que matar una bestia sería infringir un daño irreparable). La moderna idea de que hombres y animales tienen un futuro común post-mortem (tanto si éste es la aniquilación como si es la inmortalidad) constituye en cambio, uno de los principales pilares del humanitarismo.

De otro lado, el segundo escollo de la teoría de los derechos de los animales, es la doctrina cartesiana del automatismo de las bestias que vendría a negar a los animales consciencia y sensibilidad. Ya Voltaire hizo de semejante concepción «monstruosa», mella con sus mofas declarando que, según tales planteamientos relativos al alma de los brutos, Dios había dotado a los animales de órganos de la sensibilidad a fin de que no sintieran. Esta última doctrina no puede ya ser aceptada de ningún modo puesto que es incompatible, no sólo con el sentido común sino también con los avances de las ciencias y del pensamiento filosófico (Salt cita a Romanes, Darwin, Schopenhauer, y al reverendo J. G. Wood, quien incluso llega a reivindicar una vida futura para los animales). La conclusión necesaria de nuestros conocimientos es que las bestias están dotadas de individualidad, carácter y razón y poseen el derecho de ejercitar estas cualidades en la medida en que las circunstancias se lo permitan.

«Y sin embargo ningún ser humano tiene justificación para considerar a ningún animal como un autómata carente de sentido al que se le puede hacer trabajar, al que se puede torturar, devorar, según sea el caso, con el mero objeto de satisfacer las necesidades o los caprichos de la humanidad.» (pág. 39)

En cualquier caso un cierto –aunque vago– sentido de simpatía hacia los animales permanece en la humanidad, un sentimiento que dista desde luego, todavía mucho del reconocimiento de sus derechos y que sin embargo anuncia que el fin de «la tiranía, y la final concesión de los derechos no es sino cuestión de tiempo» (pág. 42). Así sucedió en el caso de los esclavos humanos, un caso muy análogo según Salt al de la situación de las bestias. Ahora bien, el progreso moral es inevitable.

Llegado a este punto, Salt procede a desactivar una serie de argumentos que los detractores de su cruzada emancipadora podrían tal vez esgrimir como contra-pruebas: En primer lugar, podría parecer que la propuesta de Salt adolece de un carácter utópico y visionario, en la medida al menos en que los animalistas no han dado a conocer el desarrollo detallado que habrían de recibir sus planes. Sin embargo, la acusación es tendenciosa según Salt, quienes oponen a la ética animal dificultades por el momento puramente imaginarias razonan de modo análogo a quienes objetaran a un viajero el desconocimiento de los avatares que concurrirán en un trayecto futuro.

Cabe imaginar fácilmente otro argumento contrario: la naturaleza, dicen algunos, es rapiña; los seres vivientes aparecen como concatenados en una férrea relación de naturaleza competitiva darwiniana –la lucha por la vida– contra la que las piadosas intenciones de Salt quedan reducidas al ridículo. Salt comienza por advertir que añagazas similares fueron empleadas en su día por los enemigos de la «emancipación del proletariado» en orden al mantenimiento del statu quo. Además Salt pone en duda que la «aniquilación competitiva» sea el único mecanismo de regulación natural, así lo ratifican por su parte naturalistas como Kropotkin o Arthur Thomson con sus doctrinas de la «ayuda mutua». Por otro lado si es preciso matar – apostilla Salt– hagámoslo, pero sin gazmoñerías filisteas, asegurándonos antes, eso sí, de que sea necesario a fin de no traficar con inútiles sufrimientos; sin refugiarnos en fin, bajo la máscara de coartadas débiles e inconsistentes.

Por último a quienes acusan a los partidarios de la ética animal de escasa preocupación por los seres humanos, Salt responde que ambas clases de derechos no son de ninguna manera incompatibles. Es más, las dos reivindicaciones permanecen imbricadas en cierto modo: si los animales en general tienen derechos, a fortiori deben tenerlos también los animales humanos.

Los seis restantes capítulos que componen el libro presentado suponen sucesivas aplicaciones de los principios expuestos en el primero a diferentes situaciones prácticas en las que los «derechos» de las bestias a una vida digna y feliz quedan seriamente comprometidos, así se repasa el caso del trato conferido a animales domésticos (capítulo II) y salvajes (capítulo III), se elabora una denuncia de la matanza de los animales en la producción de alimentos (capítulo IV), de la caza deportiva (capítulo V), del uso de plumas de aves en la industria sombrerera (capítulo VI) y de la «tortura experimental», la utilización de cobayas en experimentación médica y fisiológica, vivisecciones, &c. (capítulo VII). Por fin, el capítulo VII está dedicado a dibujar las líneas maestras que habrían de servir de guardagujas de una eventual reforma futura. Una reforma por lo demás, que casi habría que considerar como necesaria e inexorable a tenor del discurso contenido en esta obra, dado que el evidente amejoramiento progresivo de que es sujeto la humanidad en los terrenos éticos y morales (el progreso social al que hace referencia el título) hará inevitable al decir de Salt, en un próximo futuro la reconciliación final del ser humano y sus hermanos animales. El párrafo que clausura el libro aporta el mejor testimonio de la «decimonónica» concepción –ingenua y mítica, metafísica a más no poder como es claro– de la idea de progreso que empapa por entero el discurso de Salt. Lo citamos in extenso:

«Quiero hacer hincapié, en conclusión, que este ensayo no es un llamamiento ad misericordiam a quienes practican, o disculpan que otros practiquen, los actos contra los que se suscita aquí una protesta. No es una petición de 'clemencia' (entre comillas) para las 'bestias irracionales' cuyo único crimen consiste en no pertenecer a la noble familia del homo sapiens. Se dirige antes bien a quienes ven y sienten que, como bien se ha dicho, el gran avance del mundo, a través de las edades, se mide por el aumento de la humanidad y la disminución de la crueldad –que el hombre para ser verdaderamente hombre tiene que dejar de abjurar de esta comunidad con toda la naturaleza viviente– y que la realización de los derechos humanos que se aproxima tendrá inevitablemente que traer tras de sí la realización, posterior pero no menos cierta, de los derechos de las razas animales inferiores.» (pág. 116, subrayados nuestros).

Con todo, no hay que olvidar que los «derechos» de los que Salt se ocupa, nunca serán principios categóricos de aplicación irrestricta. Por el contrario es, en este sentido, perfectamente lícito restringir la libertad debida a los animales en virtud de las necesidades reales de la comunidad humana. El uso de la fuerza de trabajo (en régimen de esclavitud ) de los animales domésticos, pongamos por caso, es de momento enteramente imprescindible –sin perjuicio de que deba ser regulado, acomodado, dulcificado todo lo que se quiera, pero no suprimido– a efectos del mero mantenimiento «en el ser» de las sociedades humanas; así lo reconoce Salt sin empacho alguno :

«También quiero evitar, por otra parte, la extrema afirmación contraria de que el hombre no tiene justificación moral para imponer ninguna suerte de sujeción a los animales inferiores. (...) Hemos de afrontar el hecho de que los servicios de los animales domésticos, con o sin razón, constituyen parte integral del sistema de la sociedad moderna. No podemos prescindir de manera inmediata de esos servicios, como tampoco podemos prescindir del propio trabajo humano. Pero sí que podemos, al menos como paso presente hacia una relación más ideal en el futuro, conseguir que las condiciones en las que se realiza el trabajo, tanto el humano como el de los animales, sean tales que permitan al trabajador extraer un apreciable placer de su trabajo, en vez de experimentar de por vida un largo curso de injusticias y malos tratos.» (pág. 51)

Snickers
13-jul-2008, 17:17
Finalmente es de agradecer el completo repertorio bibliográfico que cierra Los derechos de los animales considerados..., se trata de una relación de cuarenta y dos obras en lengua inglesa (desde La Fábula de las abejas de Mandeville de 1723 hasta El espíritu de un animal de T. S. Hawkins de 1921) que de un modo u otro abordan la temática planteada por Salt en su libro.

Las reacciones a semejantes propuestas no se demoraron demasiado; en 1892, el mismo año de publicación del libro que nos ocupa, el filósofo británico José Rickaby, de la Compañía de Jesús, en su obra Filosofía Moral niega de plano, en nombre de las coordenadas fundamentales de la doctrina católica tradicional –no olvidemos las prohibiciones de Pío IX concernientes a las sociedades protectoras de animales y plantas– todo posible ius animalium por constreñido y relativizado que éste mismo pueda ser. En 1895, aparece Derechos Naturales de David G. Ritchie, profesor de filosofía en la Universidad de St. Andrews. Las críticas explícitas con que Ritchie procura dinamitar los cimientos teóricos de la obra de Salt propiciarán una respuesta por parte del «reformador social» titulada «El término derechos», que quedará incorporada en forma de apéndice a la última edición en lengua inglesa (1922) de Los derechos de los animales considerados... publicada todavía en vida de su autor.

3

Desde 1999 el opúsculo de Salt puede ser leído en lengua española en gracia a la traducción (a cargo de Carlos Martín y Carmen González) que bajo el título conciso y aséptico de Los derechos de los animales (es decir, purgadas convenientemente las referencias explícitas a la idea de progreso social y moral presentes en el título original inglés{7}) ha puesto en circulación entre los lectores hispanohablantes la editorial Los Libros de la Catarata, en su colección «Clásicos del pensamiento crítico» dirigida por Francisco Fernández Buey y Jorge Riechmann{8}. Jesús Mosterín, presidente como es conocido de la delegación española del Proyecto Gran Simio, aparece como responsable último de la edición .

Además del texto original propiamente dicho y de la réplica de 1922 a las objeciones de Ritchie, el volumen, incluye una entusiástica introducción del mismo Mosterín a la obra y al personaje y dos significativos apéndices: la Declaración de los Grandes Simios de 1993 (aquí titulada Declaración de los Primates) y un compendio de «direcciones de interés» correspondientes a organizaciones animalistas, frentes de «liberación animal», movimientos anti-taurinos, sociedades protectoras, formaciones ecologistas, conservacionistas y otros grupos de ámbito ibérico dedicados a la lucha por la noble causa de la emancipación brutal{9} a los que el lector convencido por los «argumentos» de la obra puede dirigirse en caso de sentir la vehemente llamada del activismo. Por lo que se ve el máximo responsable del Proyecto Gran Simio en España no ha creído necesario en esta ocasión disociar las labores editoriales de su propia voluntad prosélita y militante.

Notas

{1} Para cuestiones bio-bibliográficas en torno al personaje es recomendable leer: Jorge Hendrick, Henry Salt. Humanitarian reformer and man of letters, University of Illinois Press- Hardcover, 1977. También Jesús Mosterín, en su introducción al libro que nos ocupa ofrece útiles datos al respecto.

{2} «Aquí es donde es preciso distinguir las dos grandes corrientes, más o menos latentes, en las que se diversifican de hecho las escuelas de Bioética: la que pone el objeto práctico último de la Bioética en la vida humana (lo que no excluye el «control de la natalidad» de esa vida) y la que pone el objeto práctico último en la vida en general, en la Biosfera. Llamaremos, respectivamente, a estas dos corrientes, Bioética antrópica y Bioética anantrópica.» Gustavo Bueno, «Hacia una Bioética materialista», en ¿Qué es la Bioética?, Pentalfa, Oviedo 2001, págs 12-13. Más adelante Bueno menciona precisamente, a modo de ejemplos de Bioéticas anantrópicas, planteamientos como los vehiculados en la Declaración Universal de los Derechos de los Animales de 1978 o en la Declaración de los Grandes Simios Antropoideos promovida por el Proyecto Gran Simio en 1993.

{3} Hasta 1884, Enrique Salt había ejercido de profesor en la reputada escuela de Eton, sin embargo diferencias irreductibles con sus colegas en lo tocante a los hábitos alimenticios –parece que Salt tildaba de «caníbales» al resto de profesores de la escuela– forzaron la dimisión de nuestro humanitario «pensador» y su retiro en el campo, lejos de las perniciosas tentaciones de la civilización. En Tilford, el matrimonio, gozó de una apacible existencia «preindustrial» dedicándose al cultivo de hortalizas (pero no a la ganadería como es obvio, lo contrario hubiese sido esclavismo o asesinato) y atendiendo las numerosas y egregias visitas: Chesterton, Jorge Bernardo Shaw, Ramsay Mac Donald (adalid a la sazón del Partido Laborista) o William Morris (otro «anacoreta» insigne como se sabe). A la luz de todo ello cabría quizás considerar a Salt como un precedente claro de concepciones anti-globalizadoras y contra-culturales, como las mantenidas en nuestros días por Juan Zerzan, sin ir más lejos, pero también como un heredero directo, mutatis mutandis, de Diógenes el Cínico. Claro que también es verdad que desde otro punto de vista vale advertir en nuestro «teólogo» un auténtico «autismo político» por así decir; este diagnóstico podría incluso clarificar en gran medida algunas de las tesis éticas y morales más delirantes sostenidas por el autor de Los derechos de los animales considerados... .

{4} Así lo hace por ejemplo, Peter Singer, Cfr. Liberación Animal, Trotta, Madrid 1999. Por cierto que sobre Singer y sus planteamientos bioéticos relativos a la eutanasia, la experimentación con embriones o deficientes mentales, el infanticidio como mecanismo de regulación de la natalidad, &c., cae en ocasiones la acusación de eugenesismo, un eugenesismo rayano –según advierten sus críticos más inclementes, como Luc Ferry inter alia– con las líneas maestras del discurso nacional-socialista.

{5} Demasiado fácilmente claro está.

{6} Para acusar la medida de la ingenuidad de Salt es conveniente detenerse un momento sobre los espinosos problemas implicados en tan «estériles polémicas» sobre el alcance filosófico del rótulo «derechos humanos» en contraposición a otros colindantes tales como «derechos del ciudadano», «derechos de los pueblos», &c. Problemas por supuesto que Salt arrastra en todo momento tras de sí a pesar de su voluntad de desentenderse de los mismos. Al respecto, cfr. Gustavo Bueno, «Los "derechos humanos"», en El sentido de la vida, Pentalfa, Oviedo 1996, págs. 337- 375.

{7} Ignoramos las razones que motivaron una tal depuración. En todo caso es obvio que el título que el libro ha recibido en su edición española, desvirtúa de algún modo las «progresistas» intenciones de Salt

{8} En la misma colección, y junto al alegato saltiano, han venido apareciendo otros títulos cuya mención es del mayor interés: Para la reforma moral e intelectual de Antonio Gramsci, Humanismo y anarquismo de Camilo Berneri, Escritor revolucionarios de Ernesto Che Guevara, Sobre el poder y la vida buena de León Tolstoi, Cristianismo y defensa del indio americano de Bartolomé de las Casas, Más cerca del perverso fin y otros diálogos y ensayos de Hans Jonas, Un sueño de libertad de Martín Luther King, Una ética de la tierra de Aldo Leopold, Tratado sobre la república de Florencia y otros escritos políticos de Girolamo Savonarola. Está anunciada la aparición inminente de Prédicas para desesperados (también de Savonarola) y Feminismo y hombre nuevo de Alejandra Kolontai...

{9} Reproducimos los nombres de las organizaciones y asociaciones cuyas direcciones y números de teléfono quedan recogidos en el mencionado apéndice: ADDA (Asociación para la Defensa de los Derechos del Animal), ALA (Alternativa para la Liberación Animal), Amnistía Animal, ANDA (Asociación Nacional para la Defensa de los Animales), ARCADYS (Asociación para el Respeto y la Convivencia con los Animales Domésticos y Salvajes), ASANDA (Asociación Andaluza para la Defensa de los Animales), FESPAP (Federación Española de Sociedades Protectoras de Animales y Plantas), MATP (Movimento Anti-Toruadas de Portugal), Nuevas Defensas, Pro-Dignidad Humana, PRO-GAT BARCELONA, ADENA-WWF (Asociación para la Defensa de la Naturaleza- World Widlife Fund), Amigos de la Tierra, DEPANA (Liga para la Defensa del Patrimonio Natural), Ecologistas en Acción Estatal, Greenpeace.

Snickers
21-abr-2009, 10:48
http://www.doyouvegit.com/foro/showpost.php?p=18024&postcount=9



Pues este señor desde hoy ya tiene artículo en Wikipedia en español y en Viquipèdia (Wikipedia en catalán), que bien se lo merece (y en más no porque no conozco muchos más idiomas):

http://es.wikipedia.org/wiki/Henry_Stephens_Salt
http://ca.wikipedia.org/wiki/Henry_Stephens_Salt

Snickers
17-abr-2010, 05:30
http://tiempoanimal.50webs.com/tortura_experimental.htm

LA TORTURA EXPERIMENTAL

Por Henry S. Salt (1851-1939)

Grande es el cambio cuando pasamos de la indiferencia ligera, irreflexiva, del cazador deportivo o el sombrerero a la actitud más determinada y deliberadamente elegida del científico. Tan grande en rigor que muchos –incluso entre los más arduos defensores de los derechos de los animales- consideran imposible seguir esas diferentes líneas de actuación hasta una y la misma fuente. Y sin embargo puede demostrarse, creo, que en este caso, y en los que ya hemos examinado, la causa primordial de la injusticia del hombre para con los animales inferiores es la creencia de que éstos son meros autómatas, desprovistos de espíritu, carácter e individualidad. Lo único que ocurre es que, mientras el deportista ignorante expresa este desdén por medio de la matanza y el sombrerero lo hace mediante la toca, el fisiólogo, con una mentalidad más seria, lleva adelante su obra en la “tortura experimental” del laboratorio. La diferencia reside en el temperamento de unos y otros hombres, y en el estilo propio de cada profesión. Pero, en su negación de los más elementales derechos de las razas inferiores, se inspiran y se mueven instigados por un común prejuicio.

El método analítico empleado por la ciencia moderna tiende en última instancia, en manos de sus exponentes más ilustrados, al reconocimiento de una estrecha relación entre la humanidad y los animales. Pero, al mismo tiempo, ha ejercido un efecto sumamente siniestro en el estudio del jus animalium entre la masa de los hombres medios. ¡Considérese el trato del llamado naturalista con los animales cuya observación ha convertido en su dedicación! En noventa y nueve casos de cien es incapaz de apreciar la calidad distintiva esencial, la individualidad del objeto de sus investigaciones, y se convierte en nada más que en un satisfecho acumulador de datos, un industrioso diseccionador de cadáveres. “Creo que el requisito más importante en la descripción de un animal –dice Thoreau- es asegurarse de que se transmite su carácter y su espíritu, porque en ello se tiene, sin lugar a error, la suma y el efecto de todas sus partes conocidas y desconocidas. No cabe duda de que la parte más importante de un animal es su ánima, su espíritu vital, en la que se basa su carácter y todas las particularidades por las que más nos interesa. Sin embargo, la mayor parte de los libros científicos que tratan de los animales dejan esto totalmente de lado, y lo que describen son, por así decirlo, fenómenos de materia muerta.”

Todo el sistema de nuestra “historia natural”, tal como se practica en el presente, se basa en este método deplorablemente parcial y equívoco. ¿Se ha posado un ave rara en nuestras costas? Inmediatamente le da muerte algún emprendedor coleccionista, y con orgullo lo entrega al taxidermista más cercano, para que pueda “preservarse”, entre toda una serie de otros cadáveres rellenos, en el “museo” local. Es un deprimente asunto, en el mejor de los casos, esta ciencia de la pieza de caza y el escalpelo, pero está de acuerdo con la tendencia materialista de una determinada escuela de pensamiento, y sólo unos pocos de quienes la profesan escapan a ella, y se sitúan por encima de ella para llegar a una comprensión más madura y clarividente. “El niño –dice Michelet- se entretiene, rompa las cosas y las destruye; encuentra su felicidad en deshacer. Y la ciencia, en su infancia, hace lo mismo. No es capaz de estudiar a menos que mate. El único uso que hace de una mente viva es, en primer lugar, diseccionarla. Nadie lleva a la indagación científica esa tierna reverencia por la vida que la naturaleza premia desvelándonos sus misterios.”

En estas circunstancias, escasamente puede asombrarnos que los modernos científicos, sedienta la mente de más y más oportunidades para satisfacer su curiosidad analítica, deseen recurrir a la tortura experimental a la que eufemísticamente se presenta como “vivisección”. Están cogidos y se ven impulsados por una irresistible pasión de conocimiento y, como maleable objeto para la satisfacción de esta pasión, encuentran ante ellos a la indefensa raza de los animales, en parte salvajes, en parte domesticados, pero por igual considerados por la generalidad humana incapaces de tener “derechos”. Están acostumbrados, en su práctica (pese al ostensible rechazo de la teoría cartesiana), a tratar a estos animales como autómatas: cosas hechas para ser matadas, diseccionadas, catalogadas, para el avance del conocimiento. Son además, en su condición profesional, descendientes lineales de una clase de hombres que, por bondadosos y considerados que fuesen en otros aspectos, nunca tuvieron escrúpulos para subordinar los más vivos impulsos humanitarios al menor de los supuestos intereses de la ciencia. (1) Dadas estas condiciones, pareciera inevitable que el fisiólogo vivisecciones, así como el señor rural cace. La tortura experimental es tan apropiada para el estudio del hombre semiilustrado como la actividad cinegética lo es para la diversión del imbécil.

Pero el hecho de que la vivisección no sea, como algunos de sus oponentes parecen considerar, un fenómeno siniestro e irresponsable, sino la lógica consecuencia de un determinado hábito mental desequilibrado, no le resta en modo alguno nada de su odioso carácter. Está de más emplear un solo minuto en defender los derechos de los animales inferiores si no se incluye entre ellos el derecho a estar, totalmente y sin excepción, a salvo de las terribles torturas de la vivisección: del destino de ser lenta y despiadadamente desmembrados, o desollados, o asados vivos, o infectados con algún virus mortal, o sometidos a cualquiera de las numerosas formas de tortura infligidas por la científica inquisición. Respaldemos, sobres este tema crucial, las palabras de miss Cobbe: “el mínimo de todos los derechos posibles es sencillamente que se les ahorre el peor de todos los posibles males, y si un caballo o un perro no tienen derecho a que se les libre de que se los haga enloquecer o se los despedace, al modo en que lo han hecho Pasteur y Chaveau, es entonces imposible que tengan derecho alguno, ni que ningún daño que se les inflija , por gente de alcurnia o sencilla, pueda merecer castigo”.

Es necesario manifestarse, de manera enérgica e inequívoca, a este respecto, ya que, como he dicho, algunos de los “amigos de los animales” muestran una disposición a transigir con la vivisección, como si la alegada “utilidad” de sus prácticas, o los “concienzudos motivos de quienes la practican, la pusieran en un plano totalmente distinto al de otras clases de inhumanidad. “Muy en contra de mis propios sentimientos –escribe uno de estos apóstatas (2)- veo una justificación para la vivisección en el caso de animales dañinos y de animales que son rivales del hombre en la obtención de alimento. Si se considera que debe darse muerte a un animal por otras razones, el vivisector puede intervenir llegado el momento, comprarlo, matarlo a su manera, y adquirir, sin tener nada que reprocharse, el conocimiento que su sacrificio pueda reportarle. Y mi teoría de que “la vida es dulce” permitiría asimismo que se crearan animales especialmente para la vivisección, allí y sólo allí donde no se habrían criado de otro modo.” Este sorprendente argumento, que da pos supuesta la necesidad de la vivisección traiciona por completo, como podrá observarse, la causa de los derechos de los animales.

La afirmación que por lo común hacen los apologistas de la científica inquisición, según la cual se justifica la vivisección por su utilidad –por considerarla, de hecho, indispensable para el avance del conocimiento y la civilización (3)- se funda en una visión a medias de la situación. El científico, como ya he señalado es un hombre semiculto. Supongamos (lo que sin duda es mucho suponer, ya que está en contradicción con la mayoría de los testimonios médicos de gran peso) que los experimentos del vivisector contribuyan al progreso de la ciencia quirúrgica. ¿Y qué? Antes de sacar la conclusión precipitada de que la vivisección es justificable por esa razón, un hombre sabio tomará plenamente en consideración el otro lado de la cuestión: el lado moral, la monstruosa injusticia de torturar a un animal inocente y el terrible daño que se inflige al sentido humanitario de la comunidad.

El científico sabio y el sabio humanista son idénticos. Una ciencia verdadera no puede ignorar el hecho sólido e incontrovertible de que la practica de la vivisección repugna a la conciencia humana, incluso entre los miembros ordinarios de una sociedad no sensible en exceso. La llamada “ciencia” (por desgracia nos vemos obligados, en el habla común, a utilizar la palabra en este sentido técnico especializado) que deliberadamente pasa por alto este hecho, y que limita su visión a los aspectos materiales del problema, no es en absoluto una ciencia, sino una afirmación unilateral de las opiniones que hallan favor en una particular clase de hombres.

Snickers
17-abr-2010, 05:31
Nada que sea aborrecible, repugnante, intolerable a los instintos generales de la humanidad, es necesario. Es mil veces preferible que la ciencia renuncie a la cuestionable ventaja de ciertos descubrimientos problemáticos, o que los posponga, a que se atente incuestionablemente contra la conciencia moral de la comunidad creando confusión entre el bien y el mal. El atajo no siempre es el recto camino, y perpetrar una cruel injusticia contra los animales inferiores y tratar luego de excusarla sobre la base de que beneficiará a la posteridad, es un argumento tan inadecuado como inmoral. Puede que sea ingenioso (en el sentido de engañar al que no sabe), pero no es con certeza científico en ningún sentido verdadero.

Si hay un punto luminoso, un oasis refrescante en la discusión de este tema triste y monótono, es la humorística reaparición de la trillada falacia de que “es mejor para los propios animales”. Sí, incluso aquí, en el laboratorio del vivisector, en medio de las cocciones y los aferramientos, nos encontramos con algo que nos es familiar: el orgulloso alegato de una leal consideración por el interés de los animales que sufren. ¡Quién sabe si algún benéfico experimentalista, cono sólo que le permitieran cortar en pedazos a un número suficiente de víctimas, no descubriría un potente remedio para todos los males que aquejan a los animales y a la humanidad! ¡Qué duda cabe de que, las propias víctimas, si pudieran llegar a darse cuenta del noble objeto que se persigue con su martirio, rivalizarían entre sí para acercarse lo más rápidamente al escalpelo! Lo único que nos maravilla es que, siendo tan meritoria la causa, no se haya presentado todavía ningún voluntario humano para morir a manos del vivisector. (4)

Se admite plenamente que los experimentos hechos sobre seres humanos resultarían mucho más valiosos y concluyentes que los realizados sobre animales. Sin embargo, los científicos suelen rechazar todo deseo de resucitar tales prácticas, y niegan indignados los rumores, que corren de vez en cuando, de que en los hospitales se somete a los pacientes más pobres a semejante curiosidad anatómica. Es de observar, así pues, que, en el caso de los seres humanos, los científicos admiten como cosa natural el aspecto moral de la vivisección, mientras que en el caso de los animales no se le concede peso alguno. ¿Cómo puede explicarse esta extraña incoherencia, salvo dando por supuesto que los hombres tienen derechos y los animales no tienen ninguno, o –dicho de otra manera- que los animales son meras cosas, carentes de finalidad, y a las que no es de aplicación la justicia y la indulgencia de la comunidad?

Uno de los rasgos más llamativos y ominosos de las apologías que se ofrecen de la vivisección es la aseveración, tan común entre los autores científicos, de que “no es peor” que otras instituciones, podemos estar totalmente seguros de que sus argumentos son en verdad muy poco convincentes: son como alguien que se está ahogando y se aferra al último residuo de argumentación. Quienes abogan por la tortura experimental se ven reducidos al recurso de hacer hincapié en las crueldades del carnicero y del ganadero, e inquieren por qué, si se permite desnucar y castrar a los animales, no ha de permitirse también la vivisección (5).

La caza es también una práctica que ha provocado en gran medida la susceptibilidad del vivisector. En la Fortnightly Review define un autor la caza deportiva como “el amor por la destrucción inteligente de las cosas vivas”, y ha calculado que anualmente los cazadores deportistas ingleses destrozan a tres millones de animales, “además de aquellos a los que matan directamente” (6).

Ahora bien, si los ataques contra la vivisección procedieran principal o únicamente de los apologistas del cazador y el matarife, cabría considerar que este tu quoque del científico es una respuesta sagaz, aunque bastante ligera. Pero cuando se acusa a toda crueldad de inhumana e injustificable, una evasiva como ésta no tiene ya ninguna relevancia ni pertinencia. Admitamos, sin embargo, en contraste con la infantil brutalidad del cazador, la indudable seriedad y escrupulosidad del vivisector (pues no pongo en tela de juicio que actúa por motivos concienzudamente considerados) puede anotarse en su beneficio. Pero hemos de recordar, por otra parte, que el hombre concienzudo, cuando se equívoca, resulta mucho más peligroso para la sociedad que el granuja o el idiota. En rigor, el horror especial de la vivisección consiste precisamente en que no se debe a mera inconsciencia e ignorancia, sino que representa una usurpación deliberada, declarada, a conciencia, del principio mismo de los derechos de los animales.

Ya he dicho que es ocioso especular acerca de cuál es la peor forma de crueldad para con los animales, pues en este tema, más que en ningún otro, debemos “rechazar la pertinencia del cuidadoso cálculo del más o el menos”. La vivisección, si algo hay de verdad en el principio que vengo defendiendo, no es la raíz de la barbarie y la injusticia, sino lo más florido de ellas, su consumación: el non plus ultra de la iniquidad del trato del hombre con las razas inferiores. La raíz del mal reside, como he venido afirmando continuamente, en ese detestable supuesto (tan detestable cuando se baza en razones pseudoreligiosas como en razones pseudocientíficas) de que hay un abismo, una barrera infranqueable, que separa al hombre de los animales, y que los instintos morales de la compasión, la justicia y el amor deben ser diligentemente reprimidos y frustrados en una dirección, a la vez que se fomentan y extienden en la otra.

Por esta razón, nuestra cruzada contra la científica inquisición, para que sea completa y tenga éxito, ha de fundamentarse sobre la roca de la oposición coherente a la crueldad en todas sus formas y fases. No tiene sentido denunciar la vivisección como fuente de toda inhumanidad y, mientras se exige su supresión inmediata, suponer que otras cuestiones menores pueden posponerse indefinidamente. Es cierto que la emancipación real de las razas inferiores, como la de la raza humana, sólo puede producirse paso a paso, y que es natural y político que se ataque en primer lugar aquello que más repugna a la conciencia pública. No estoy despreciando la sensatez de concentrar los esfuerzos sobre un punto en particular, pero quiero advertir a mis lectores contra la tendencia harto común de olvidar el principio general que subyace en cada una de estas protestas.

El espíritu con el que abordemos estas cuestiones debería ser liberal y perspicaz. Quienes trabajan para abolir la vivisección, o cualquier otro mal en particular, deberán hacerlo con el declarado propósito de tomar una de las plazas fuertes de enemigo, no porque crean que con ello habrá concluido la guerra, sino porque podrán hacer uso de la posición así ganada como un ventajoso punto de partida para un progreso todavía mayor.



Notas:

(1) La vivisección es un antiguo uso que se practicó durante 2.000 años o más en Egipto, en Italia y en otros muchos sitios. Galeno menciona que la vivisección humana estuvo de moda durante siglos antes de su época, y Celso nos informa de que “se procuraban criminales sacados de las prisiones y, diseccionándolos en vida, contemplaban, mientras aún respiraban, lo que la naturaleza había ocultado hasta entonces”. También los brujos de la Edad Media torturaban a seres humanos y animales con el fin de descubrir sus elixires medicinales. El reconocimiento de los derechos humanos ha convertido actualmente la vivisección humana en acto criminal, y la indagación científica de nuestro tiempo sólo cuenta con los animales para hacer de ellos sus víctimas. En nuestro país, la ley de 1876 ha restringido por fortuna, aunque no en grado suficiente, los poderes del vivisector.

(2) The Rights o fan Animals, por E.B. Nicholson, 1879.

(3) El argumento medico de la “utilidad” se ha mantenido siempre in terrorent sobre la poco científica reivindicación de los derechos de los animales. En el siglo tercero citaba Porfirio las siguientes palabras de Claudio Napolitano, autor de un tratado contra la abstinencia de alimento de origen animal: “¡A cuántos se impediría la curación de sus enfermedades si se abstuvieran de ingerir animales! Pues vemos que los ciegos recobran la visión comiendo carne de víbora”. ¡Algunos de los resultados que los científicos “ven” hoy en día quizá resulten igual de extraños a la posteridad!

(4) Es cierto, no obstante, que Lord Aberdare, en su calidad de presidente de la última reunión anual de la Real Sociedad para la Prevención de la Crueldad con los Animales, advirtiendo a la sociedad contra el comienzo de una cruzada contra la vivisección, expresó, la observación, deliciosamente cómica, de que él mismo había sufrido tres operaciones y le habían servido para mejorar mucho.

(5) Véase el artículo de J. Cotter Morrison sobre “Scientific versus Bucolic Vivisection”, Fortnightly Review, 1885.

(6) Profesor Jevons, Fortnightly Review, 1876.

*Extraído del libro Los derechos de los animales de Henry S. Salt, Ediciones Los libros de la Catarata.

Snickers
09-mar-2011, 19:30
Me apetece recuperarlo

http://www.vegetarianismo.net/servegeta/salt.htm

Henry Stephens Salt

http://www.vegetarianismo.net/images/autores/henry-stephens-salt.jpg

Henry S. Salt (1851–1939) fue un influyente escritor inglés, vegetariano y gran defensor de los Derechos Animales.

Muchos de sus argumentos en defensa del vegetarianismo y de los animales siguen vigentes hoy.
Dos libros que para nosotros tienen más interés son A Plea for Vegetarianism (1886) y Animal Rights: Considered in Relation Social Progress (La traducción de este libro al castellano: Los derechos de los animales, ed. Los Libros de la Catarata, Madrid 1999. ISBN: 84-8319-046-X).
La influencia que dejó Salt con sus libros es bien conocida. Un buen ejemplo es la que recibio Mahatma Gandhi, quien gracias al libro A Plea for Vegetarianism fundamentó el vegetarianismo, inculcado por su madre, como un verdadero deber moral del ser humano hacia los demás animales. Gandhi también conocio a Thoreau y su postura sobre la desobediencia civil a través de los libros de Henry S. Salt.