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Vettel
14-feb-2014, 17:12
http://www.cabezasdetormenta.org/2014/02/59-ajustando-las-cuentas-con-la-normalidad/
#59 – Ajustando las cuentas con la normalidad
Publicado el 13 febrero, 2014 por Cabezas de Tormenta
RCT_59_ajustando las cuentas con la normalidadTal y como avisamos en un programa anterior donde ya abordamos de manera específica el gamonal tema de la salud mental (Cabezas de Tormenta 55), vamos a ofrecer a nuestros leales oyentes una entrevista con las organizadoras de las Jornadas sobre contrapsicología y antipsiquiatría que tendrán lugar en la Universidad Complutense de Madrid (campus de Somosaguas, facultad de psicología) del 19 al 27 de febrero bajo el lema: “Llegó la hora de ajustar las cuentas con quienes deciden quién es normal y quién no lo es”.

Comentaremos tanto las motivaciones que hay detrás de la organización como el contexto en el que se van a llevar a cabo, ya que no podemos olvidarnos de la habitual hostilidad académica hacia todo aquello que desplace el foco de atención desde la disciplina y el profesional (psicología-psiquiatría y psicólogo-psiquiatra) a la vida e intereses de la persona que sufre psíquicamente. A su vez, nuestras invitadas realizarán un breve recorrido por el programa de las jornadas con el que os daréis cuenta de por qué hemos
decidido prestar especial atención a estos días de charlas y debates: quizás sea la propuesta más completa y trabajada que ha tenido lugar sobre estos temas desde una perspectiva autogestionada en la última década (al menos en la ciudad de Madrid, que es la que conocemos).

Como la entrevista en sí ya aborda temas los suficientemente complejos, cada cual con su respectiva bibliografía, nos limitaremos en este programa a recomendar un único libro a nuestros queridos oyentes: La falsa medida del hombre, de Stephen Jay Gould. Una obra de 1981 que ha envejecido notablemente bien y donde se analiza la construcción social del concepto de inteligencia tal y como se entiende de forma mayoritaria en las sociedades occidentales. Queremos animar a los estudiantes de las llamadas “ciencias psi” (psicología y psiquiatría) a leerlo con la tranquilidad y la atención que merece. Tal y como dice una de nuestras entrevistadas, sí que hay un número que tiene que ver con la salud mental (y en este caso concreto, con la expresión de las capacidades mentales), pero no sale de ninguna prueba avalada por las autoridades académicas… es el número del apartado de correos, que refleja tu posición en el orden social.

Por otro lado, y fuera ya de la temática que ocupa la mayor parte de este programa número 59 de Cabezas de Tormenta, leeremos un texto narrado en primera persona que nos han hecho llegar sobre el desalmado desahucio efectuado por las autoridades policiales y judiciales el pasado 31 de enero en Lavapiés.

Y hablando del castizo barrio, finalizamos con una convocatoria: os animamos a pasaros por La Quimera, en la Plaza de Cabestreros (Metro Lavapiés), el sábado 22 a las 12 de la mañana, donde tendrá lugar una charla con el título De Gamonal a Lavapiés y donde se contará con compañeros/as participantes en la lucha vecinal contra el bulevar que el Ayuntamiento quería construir en Gamonal, un barrio de clase obrera de la ciudad de Burgos. Vendrán a compartir con nosotros/as el proceso de lucha que han vivido y que culminó con la paralización de las obras; realizarán una valoración del conflicto y nos informarán de la situación represiva… Todo ello con la intención de que extraigamos lecciones y herramientas para la lucha en cada barrio.

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Son las ocho de la mañana, el barrio despierta. Caras de sueño y el pelo húmedo recién salido de la ducha. Los comercios recogen sus cierres, los bares sirven los primeros cafés del día… La mañana en que se efectuaría el desahucio de Antonio, un hombre de 54 años con incapacidad crónica del 100%, comenzaba como cualquier otra. El alquiler de Antonio supone un tercio de la pensión por invalidez total que recibe. No puede afrontar los pagos, así que le echan.

A tan tempranas horas la Policía Local ya había acordonado la calle de Antonio, impidiendo el acceso por ambos lados a través del establecimiento de un cordón. Los de uniforme, se apostan al otro lado. Nos separa una cinta rojiblanca. Y algo más: una intención. Los vecinos de Lavapiés estamos allí para impedir un desahucio. Ellos, para garantizarlo.

Desconozco su opinión acerca de la declaración de la Infanta ante el juez Castro, o su parecer a cerca de la tercera reforma laboral que la Comisión Europea ha sugerido para España. Me da igual. Independientemente de sus valores personales ellos están ahí, cumpliendo una misión, en la calle Tribulete, pisando nuestro barrio. Sabemos que su mirada perdida se clava en algún punto incierto del horizonte para no tener que mirarnos a los ojos; cada cual tiene sus técnicas para dormir por las noches. Eso sí, si les tocan el bolsillo, pintan los alrededores de la comisaría con lemas surreales como “Policía Local en lucha”… La empatía que pretenden generar, en los barrios de Madrid toma forma de tachones sobre sus proclamas trasnochadas.

A ambos lados de la calle entrelazamos nuestros brazos emulando el eslabón de las cadenas. La idea es impedir el acceso de la Comisión Judicial y del Procurador, como una manera de ganar tiempo y que el desahucio se posponga. La situación se tensa. La cinta rojiblanca que corta la calle se rompe, los policías nos empujan, algunos se embragan hasta los ojos; demasiado Red Bull en sangre como para mantenerse calmados.

Para nuestra sorpresa, en lugar de hacerlo a pie como es habitual, la Comisión y el abogado del propietario llegan en un coche de policía que arrampla con nuestra cadena al son de su sirena; puro y literal atropello.

Ya está. El desahucio está perdido. La llegada del Samur se envuelve en los alaridos desgañitados de los que estamos allí; ¡no lo hagáis, podéis negaros, podéis objetar! Varios coches tapan el portal de Antonio para que no veamos cómo le sacan de su casa esposado a una camilla. La escena es delirante.

Permanecemos en la calle. Impotentes, pero muchos. Gritamos para arropar a Antonio. Entonces aterrizan en el lugar varias furgonas de la UIP, los antidisturbios, para protagonizar el colofón de la heroicidad del día y escoltar a los vehículos que llevan a comisaría al desahuciado y a las otras tres personas que resistieron a su lado dentro del inmueble, por desobediencia y resistencia.

Un pequeño grupo se lanza a los adoquines; se sientan a unos centímetros del parachoques de sus lecheras. Quieren evitar que se los lleven. La respuesta que reciben es dura; los porrazos van a la cabeza. Los vecinos reaccionan. Desahucian a Antonio y encima nos ostian, dice alguien. Comienza una lluvia de fruta podrida que se dirige hacia los uniformes azules. Objetos tan blandos no van a dolerles; van armados hasta las orejas. Los plátanos maduros y las naranjas grisáceas tan solo se deslizan por sus armaduras… A juzgar por los porrazos que lanzan al aire en forma de amenaza pareciera que un poco de fruta daña enormemente su orgullo. Tendrán que omitir ese momento cuando relaten su hazaña en el gimnasio.

¡Fuera, fuera, fuera! grita la gente. Somos uno, y la rabia obliga a que la UIP retroceda titubeante hacia la plaza de Lavapiés. Llueven macetas, algunos vecinos las lanzan desde sus balcones. Al hacerse añicos contra el asfalto resuenan en la calle estrecha, para alerta de la policía, que se repliega con miedo.

Al llegar a la Plaza la fruta lanzada ahora son piedras certeras contra sus cascos. Malienses, keniatas, guineanos, blangladesíes, magrebíes… Los vecinos de Lavapiés quieren devolver en unos minutos la tensión y el sufrimiento que sus uniformes azules causan a diario en nuestro barrio, con las redadas por el color de la piel, los encierros en los Centros de Internamiento para Extranjeros, los desahucios…

Un joven abre una de las furgonetas de la UIP, para que otros tres chavales ubicados tras él lancen con decisión al interior del vehículo excrementos de perro. Los valientes, el orgullo de la nación, se lo comen. Tienen miedo, y en lugar de perseguir por las calles a los autores de tal acción, cierran las puertas de la furgona, y con gesto nervioso piden al conductor que acelere.

Los vecinos se abrazan, se besan, alguna lágrima se escapa bailando por el pómulo de algún rostro.
Antonio está en la calle, sí, y esa es la gran derrota del día. Pero al menos, los ejecutores del desahucio han probado de su propia medicina.

La mejor respuesta a la criminalización en forma de titular que se produjo durante las horas siguientes llegó el lunes. Para las 7 de la mañana se preveía otro desahucio en el barrio.

La jerga legal lo denomina lanzamiento. Pero los eufemismos no pueden esconder el drama. Y el lunes los vecinos volvieron a pisar los adoquines de este Madrid gélido. Y pararon el desahucio. Quedó aplazado sin fecha.

Para quién aún no lo tenga claro, es sencillo; o Ellos, o Nosotros.
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