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Ver la versión completa : Animalismo (Luciano Bonfico)



Luchi
29-nov-2005, 11:41
Por Luciano Bonfico


¿Qué misteriosa intuición de lo que es el cosmos nos ha inducido,
desde el amanecer de nuestra juventud, a cuestionar sin tregua y a
replantear sin darnos ni dar respiro los así llamados ´principios
básicos de la alimentación´? ¿Qué tendencias primordiales de nuestra
mente es la que nos ha puesto a todos nosotros, animalistas
conscientes de nuestra misión, en camino de esta senda por la que
transitamos a diario? ¿Qué aventuras y desventuras nos esperan, a
cada recodo de un camino tal, si hemos de permanecer fieles a nuestra
práctica de una alternativa nutricia cuyos pilares básicos excluyan
matanza y tortura de animales? Estamos ciertos de transitarlo con
determinación y dureza de ánimo. Pero también, ¿por qué razón oculta
esos mismos planteos, para nosotros estimulantes e irrefutables, no
ejercen influjo alguno en millones de hombres y mujeres satisfechos
de izar día tras días hasta sus bocas, como una bandera de
indiferencia universal, carne mutilada de animales?
¿Hay algo que exceda en fantasía y horror que el ver a una persona
devorar los restos de un animal con placer y con endemoniada sed de
sangre? Cambiemos el escenario que le rodea en ese instante; mutemos
su elegante cocina o su living-comedor por una cueva tupida y oscura,
imaginémoslo tosco y en cuclillas en vez de sentado y viendo la TV, y
dígasenos si quien deglute la carne muerta de un semejante no es un
perfecto salvaje. La tranquila apariencia de ese pacífico aposento no
es más que el último eslabón de un extenso circuito de captura,
tortura, matanza y carneo que lleva hasta su mesa los restos de una
víctima inocente. Es como si una película empezara mostrando la cara
sonriente y bonachona de alguien, sin indicarnos que su sonrisa es
debido a la eficiencia asesina con que acaba de estrangular a una
niña. Si el decorado del pacífico aposento de nuestro ejemplo fuese
correlativo a los usos alimenticios de sus dueños, sus paredes
debieran chorrear sangre y sus pisos chapotear pieles desolladas.
¿Por qué tanta indolencia frente a los animalicidios perpetuados por
nuestra especie sobre las demás a lo largo de la historia?
¿Será acaso debido al bombardeo propagandístico que llevan a cabo las
multimillonarias empresas cárnicas y lácteas, el cual, repetido hasta
el hartazgo ha surtido el efecto deseado en las masas consumidoras,
siempre ignaras y perezosas? ¿O tal vez lo que echamos de menos sea
una educación respetuosa por la vida desde nuestra más temprana edad,
que nos enseñe a tratar a los animales de un modo ético y afectivo al
mismo tiempo? No es de extrañar que muchos de quienes hemos abrazado
el principio de que comer carne es éticamente repulsivo además de
cruel y despiadado, hallamos llegado a un grado de interrelación tal
con los animales que nos vuelve más deseable su compañía que la de la
mayoría de las personas.
Pues claro está que jamás un animal nos dañará adrede y con malicia.
Jamás veremos a un animal torturando por placer, pues la única
especie que tortura, a la propia y a las demás, lamento
recordárselos, es la nuestra. Los animales cuidan a sus hijos como
los cuidaría un ser humano y cualquier animal defenderá a su hijo con
idéntica o mayor ferocidad con la que lo haría una madre humana. Su
capacidad de sufrimiento y sensibilidad equipara a la nuestra y nos
supera en rubros como el concerniente a la protección de su propia
especie, puesto que jamás incurrirían en la cantidad abrumadora de
deslealtades hacia la propia prole en que incurrimos los humanos a
diario a través, por ejemplo, del aborto, de la drogadicción pre-
parto, de la intoxicación nicotínica sobre el feto o de tantos otros
manipuleos modernos que equivalen, muchas veces, a un agazapado
instinto suicida.
Por lo tanto, quien decida matar y cocinar a un animal, o bien
convertirse en cómplice de su asesinato pagando a un matarife la
presa ya muerta para luego devorarla con las manos limpias de sangre,
es culpable. Lo es más aún si ni siquiera está dispuesto a contemplar
opciones alternativas de alimentación como lo son quellas compuestas
por vegetales, granos, legrumbres y frutas. ¿Culpable de qué? Pues de
estar causando deliberadamente un sufrimiento innecesario, estúpido,
cruel e injustificado. Se sobreentiende que no es el caso de aquellas
personas para quienes, en la Argentina de hoy, el próximo almuerzo es
un albur y cosa siempre insegura; ese hermano nuestro no tiene
computadora en su casa de zinc, conque a gatas podría enterarse de lo
que cualquier clase media hace sólo con enchufar su PC. No me venga
usted, que me está leyendo, con la cantinela de que no debiera
preocuparme el sufrimiento de las vacas mientras el morador de esa
casa con techo de zinc no tenga nada para comer, porque francamente a
usted le importa un rábano su suerte, tan poco como le preocupa la
del pollo de su freezer (hablo del freezer de su cocina y no de ese
otro que en su cerebro le permite congelar cualquier imagen
desagradable de sí mismo). El ser humano tiende a ingeniárselas para
esgrimir argumentos justificativos que le permitan comer carne sin el
menor remordimiento; cualquier excusa está a mano cuando de asesinar
animales con la conciencia tranquila se trata. Según el argumento de
la cadena alimenticia -si no el más común el más invocado por las
personas que han transformado sus estómagos en cementerios ambulantes-
comer carne no sería un crimen, sino algo tan natural como ver a un
tigre que mate una garza, dando cumplimiento a su rol natural dentro
del ecosistema y satisfacción a su instinto de supervivencia. La
pirámide social vigente dentro del mundo animal no se resiente con
ello, pero sufre una distorsión calamitosa cuando toda una industria
de millones de dólares montada alrededor de criaderos y mataderos
altera sin cesar los parámetros de la naturaleza, cosa que se
verifica en la extinción progresiva de tantas especies y en la
polución creciente de tantos cursos de agua sobre lo que se derraman
toneladas de desechos animales provenientes de criaderos próximos. O
en la deforestación de bosques y suelos utilizados para abastecer a
la cría intensiva de ganado. ¿Cuán natural se le puede llamar al
encierro de pollos en críaderos artificiales donde se los engorda
inyectándoles hormonas y otras porquerías que los harán crecer en un
breve lapso? Luego el ser humano tan gustosamente se come todo
aquello que al pollo fue inyectado con el agregado de dolor y
sufrimiento que aquél animal le traspasa a su alma. ¿Será, acaso, que
aquella matanza que le permite subsistir a los depredadores dentro
del reino animal equivale a la efectuada por la especie humana, solo
que ésta última la realiza de un modo sofisticado y perversa? Pues
claro está que ante la falta de alimento, cualquier humano estaría
dispuesto a matar para comer, y no solo a los animales de otra
especie, sino que se ha comprobado que en situaciones límites también
ha llegado a comer carne de la suya propia. Pero el punto aquí,
señores y señoras, es que ninguno de nosotros se encuentra en una
situación tan extrema como para justificar los terribles correctivos
que gustamos inferir.
Muchos seres humanos que dicen amar a los animales llorarían a gritos
si frente a sus ojos alguien arroja sobre brasas ardientes en la
parrilla, a su perro, a su gato, o al hamster preferido de su
infancia, pero sin embargo, ellos mismos son quienes luego ponen en
la parrilla sin parpadear a una vaca, a un cerdo, a un pollo o a un
cordero, que son animales tan inteligentes y sensibles como los otros.
Ahora bien, déjenme destilar hasta sus corazones, como un hilo
clorhídrico, una cuestión que pocos se hallan dispuestos a explorar
hasta sus últimas consecuencias, si no es con la armadura de alguna
excusa idiota sacada de la Biblia o de algún texto bachiller sobre la
cadena alimenticia. Se trata de lo siguiente: ¿no es contradictorio
cuidar, respetar, y amar a unos animales mientras que a otros se les
asesina, sazona y come?
Amamos a nuestro perro como a amaríamos a nuestro mejor amigo y luego
vamos y nos atiborramos de los cadáveres de animales. ¡Con qué
facilidad la veleidad humana triunfa sobre la débil voluntad!
Marionetas de carne es lo que somos, marionetas que no nos atrevemos
a sospechar siquiera que se pueda vivir sin hacer sufrir, sin
castigar, sin matar y sin torturar, como si una vocación siniestra
por inferir dolor nos arrastrara sin remedio a profundidades
insondables de crueldad.
Somos dóciles títeres atados a los mandatos de nuestros vicios,
indiferentes al daño ajeno siempre que se trata de halagar nuestros
gustos. ¿Hasta cuándo?

Luciano Bonfico - http://vegano.cjb.net

Muntsynature
21-jun-2007, 06:45
Me has dejado muy impresionada!
De verdad...es absolutamente genial este texto y espero y deseo que lo hayan leido todos los de este foro puesto que es impresionante de verdad...lo encuentro muy completo y con una convicción mu fuerte. Me encanta!:)