anarkoyo
19-ene-2011, 14:56
Así comienza la historia, una de tantas.
Porque no hijo, porque no.
Y así termina la misma, muchas veces.
Esta familia es una familia normal, quizás la conciencia adquirida en la juventud, quizás simplemente el dejarse llevar por el hábito consiguieron que a los treinta y cinco años aún siguieran llevando esa forma de vida basada en la no explotación de los demás seres vivos de la tierra.
Es obvio que cada persona elije su límite, sus límites y esta familia aún mostrándose respetuosa con sus semejantes, al llegar el momento de explicar las razones...esas razones no eran expresadas.
Un niño, siempre es un niño el que nos acaba dando la respuesta. Ya sea desde dentro de nosotros mismos (que aún guardamos parte de ese niño que fuimos), o desde fuera. El que nos acaba abriendo los ojos y aleccionándonos sobre lo que dábamos por hecho, sobre lo que creíamos como verdades absolutas, nuestras verdades.
Papá, papá, en el colegio siempre me dicen que porqué llevo para el desayuno verduras, frutos secos y bocadillos tan raros.
Hijo...pues porque nosotros comemos esas cosas tan raras. No les hagas caso.
Pero papá yo no quiero que se rían de mi, ni parecer raro. Quiero ser un niño normal.
Eres un niño normal hijo: juegas, vas al cole, tienes amigos, te raspas las rodillas al caer.
Pero yo no como lo que comen los demás.
No te preocupes por eso hijo, ya se acostumbrarán a tus peculiaridades.
El crío se da por vencido y baja la cabeza en señal de cansancio y decepcionado porque su padre no ha resuelto las dudas que le asaltan. Se aleja hacia su cuarto y mira de vez en cuando atrás, buscando la mirada cómplice de su padre que distraído ojea en el periódico del día un artículo interesante sobre la catástrofe ambiental del Golfo de México y sus consecuencias.
Por su parte el pequeño se sentía incomprendido, no sabía porqué tenía él que ser el raro de la clase y sus padres tampoco ayudaban mucho en ayudar a afrontar eso.
Papá trabajaba en un centro comercial, era el gerente o algo así, no sabía muy bien que significaba esa palabra pero la había escuchado alguna vez a su padre y presuponía que ese debía ser su cargo.
Mamá era trabadora social y pasaba el día en el Centro Cívico ayudando a los más mayores a mantenerse activos y no sucumbir al aburrimiento.
El iba a la escuela, estaba en 1º de primaria y por las tardes jugaba en el patio a toda clase de juegos inventados por él y los demás niños.
Era feliz pero tenía preguntas que nadie resolvía.
A pesar de que le daba vergüenza un día le preguntó a su profesora Adela que porqué el no comía lo que comían los demás niños y ella esquivando la pregunta le dijo que eso debía preguntárselo a sus padres, porque ella no era quien para meterse en esas cosas de familia.
Más decepción, más dudas...
Día tras día las dudas crecían hasta que un día mamá le llamó desde el salón:
Pequeño nosotros no comemos carne porque está mal.
¿Por qué está mal?
Porque los animales tienen el mismo derecho que tu a vivir y si te los comes ya no pueden vivir.
Y entonces...¿por qué los demás niños si que los comen? ¿No saben que está mal?
Los demás niños los comen porque sus padres no saben que es malo comerse a los otros animales. Tu padre y yo nos dimos cuenta de que estaba mal y los dejamos de comer hace muchos años, cuando tu todavía no habías nacido y cuando naciste decidimos que tu tampoco comerías carne.
¿ Pero y si quiero comerla?
No debes comerla, eso está mal hijo, muy mal. Ni se te ocurra comer nunca carne o te pondrás malito y habrá que llevarte al médico a que te ponga inyecciones.
¡Nooooo! no quiero ir al médico, me hace daño cuando me pincha. Sollozó el chico abrazándose a mamá.
Ya sabía porque no comía carne, sabía que estaba mal aunque detrás de todo esto, seguía existiendo un problema. El problema que quiero sacar a colación con esta mini historia y que seguramente muchos de nosotros y nosotras cometeremos en el futuro o hemos cometido en el pasado o ahora mismo.
Conocemos una realidad evidente y nos solidarizamos con el sufrimiento animal evitando que en nuestras vidas este sufrimiento se reproduzca. Intentamos que las personas cercanas comprendan nuestras razones e incluso podemos ofrecerles la posibilidad de que por ellos mismos comprendan la gravedad del problema y con los más pequeños de la casa hay que hacer lo mismo.
No tenemos la verdad absoluta y no por estar concienciados acerca de algo somos especiales.
Nuestros pequeños tienen derecho a saber los porqués de nuestras decisiones, más aún cuando son partícipes de las mismas. No podemos obviar algo tan esencial como dar respuestas a un niño que está creciendo en un mundo bastante hostil y que se echará encima suya si demuestra flaqueza, más aún cuando a día de hoy todo lo especial, raro, curioso es tomado a burla.
No por haber tomado el camino del vegetarianismo somos las mejores personas del mundo y ni mucho menos por hacer comer a nuestros hijos lo que comemos nosotros nos hace los mejores padres.
El vegetarianismo está bien pero detrás, respaldando esa manera de vivir, debe haber también un trasfondo que nos permita explicar el porqué de nuestras acciones, el porqué de nuestras decisiones y el porqué de nuestra manera de vivir.
Porque algún día nos harán esas preguntas, nos “interrogarán” y nos pondrán la cabeza como una sandía y para ello hay que saber que responder y cuando responder.
Es una reflexión-cuento, ahora en caliente, nada más.
Me preocupa que pensemos que somos los más wais del mundo porque no damos de comer animales a nuestros hijos y luego descuidamos la relación más básica con ellos de apoyo y respeto.
De nada sirve que obliguemos a nuestros hijos a no comer carne, hay que ayudarles a entender porqué no comerla.
Porque no hijo, porque no.
Y así termina la misma, muchas veces.
Esta familia es una familia normal, quizás la conciencia adquirida en la juventud, quizás simplemente el dejarse llevar por el hábito consiguieron que a los treinta y cinco años aún siguieran llevando esa forma de vida basada en la no explotación de los demás seres vivos de la tierra.
Es obvio que cada persona elije su límite, sus límites y esta familia aún mostrándose respetuosa con sus semejantes, al llegar el momento de explicar las razones...esas razones no eran expresadas.
Un niño, siempre es un niño el que nos acaba dando la respuesta. Ya sea desde dentro de nosotros mismos (que aún guardamos parte de ese niño que fuimos), o desde fuera. El que nos acaba abriendo los ojos y aleccionándonos sobre lo que dábamos por hecho, sobre lo que creíamos como verdades absolutas, nuestras verdades.
Papá, papá, en el colegio siempre me dicen que porqué llevo para el desayuno verduras, frutos secos y bocadillos tan raros.
Hijo...pues porque nosotros comemos esas cosas tan raras. No les hagas caso.
Pero papá yo no quiero que se rían de mi, ni parecer raro. Quiero ser un niño normal.
Eres un niño normal hijo: juegas, vas al cole, tienes amigos, te raspas las rodillas al caer.
Pero yo no como lo que comen los demás.
No te preocupes por eso hijo, ya se acostumbrarán a tus peculiaridades.
El crío se da por vencido y baja la cabeza en señal de cansancio y decepcionado porque su padre no ha resuelto las dudas que le asaltan. Se aleja hacia su cuarto y mira de vez en cuando atrás, buscando la mirada cómplice de su padre que distraído ojea en el periódico del día un artículo interesante sobre la catástrofe ambiental del Golfo de México y sus consecuencias.
Por su parte el pequeño se sentía incomprendido, no sabía porqué tenía él que ser el raro de la clase y sus padres tampoco ayudaban mucho en ayudar a afrontar eso.
Papá trabajaba en un centro comercial, era el gerente o algo así, no sabía muy bien que significaba esa palabra pero la había escuchado alguna vez a su padre y presuponía que ese debía ser su cargo.
Mamá era trabadora social y pasaba el día en el Centro Cívico ayudando a los más mayores a mantenerse activos y no sucumbir al aburrimiento.
El iba a la escuela, estaba en 1º de primaria y por las tardes jugaba en el patio a toda clase de juegos inventados por él y los demás niños.
Era feliz pero tenía preguntas que nadie resolvía.
A pesar de que le daba vergüenza un día le preguntó a su profesora Adela que porqué el no comía lo que comían los demás niños y ella esquivando la pregunta le dijo que eso debía preguntárselo a sus padres, porque ella no era quien para meterse en esas cosas de familia.
Más decepción, más dudas...
Día tras día las dudas crecían hasta que un día mamá le llamó desde el salón:
Pequeño nosotros no comemos carne porque está mal.
¿Por qué está mal?
Porque los animales tienen el mismo derecho que tu a vivir y si te los comes ya no pueden vivir.
Y entonces...¿por qué los demás niños si que los comen? ¿No saben que está mal?
Los demás niños los comen porque sus padres no saben que es malo comerse a los otros animales. Tu padre y yo nos dimos cuenta de que estaba mal y los dejamos de comer hace muchos años, cuando tu todavía no habías nacido y cuando naciste decidimos que tu tampoco comerías carne.
¿ Pero y si quiero comerla?
No debes comerla, eso está mal hijo, muy mal. Ni se te ocurra comer nunca carne o te pondrás malito y habrá que llevarte al médico a que te ponga inyecciones.
¡Nooooo! no quiero ir al médico, me hace daño cuando me pincha. Sollozó el chico abrazándose a mamá.
Ya sabía porque no comía carne, sabía que estaba mal aunque detrás de todo esto, seguía existiendo un problema. El problema que quiero sacar a colación con esta mini historia y que seguramente muchos de nosotros y nosotras cometeremos en el futuro o hemos cometido en el pasado o ahora mismo.
Conocemos una realidad evidente y nos solidarizamos con el sufrimiento animal evitando que en nuestras vidas este sufrimiento se reproduzca. Intentamos que las personas cercanas comprendan nuestras razones e incluso podemos ofrecerles la posibilidad de que por ellos mismos comprendan la gravedad del problema y con los más pequeños de la casa hay que hacer lo mismo.
No tenemos la verdad absoluta y no por estar concienciados acerca de algo somos especiales.
Nuestros pequeños tienen derecho a saber los porqués de nuestras decisiones, más aún cuando son partícipes de las mismas. No podemos obviar algo tan esencial como dar respuestas a un niño que está creciendo en un mundo bastante hostil y que se echará encima suya si demuestra flaqueza, más aún cuando a día de hoy todo lo especial, raro, curioso es tomado a burla.
No por haber tomado el camino del vegetarianismo somos las mejores personas del mundo y ni mucho menos por hacer comer a nuestros hijos lo que comemos nosotros nos hace los mejores padres.
El vegetarianismo está bien pero detrás, respaldando esa manera de vivir, debe haber también un trasfondo que nos permita explicar el porqué de nuestras acciones, el porqué de nuestras decisiones y el porqué de nuestra manera de vivir.
Porque algún día nos harán esas preguntas, nos “interrogarán” y nos pondrán la cabeza como una sandía y para ello hay que saber que responder y cuando responder.
Es una reflexión-cuento, ahora en caliente, nada más.
Me preocupa que pensemos que somos los más wais del mundo porque no damos de comer animales a nuestros hijos y luego descuidamos la relación más básica con ellos de apoyo y respeto.
De nada sirve que obliguemos a nuestros hijos a no comer carne, hay que ayudarles a entender porqué no comerla.