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Ver la versión completa : Élisée Reclus



sujal
28-may-2010, 17:00
Geógrafo y anarquista, nacido en Sainte Foy la Grande (Gironda, Francia) el 15 de marzo de 1830 y muerto en Thourout, cerca de Bruselas, el 4 de julio de 1905. Geógrafo y anarquista son dos palabras que en una época ya pasada -pero no tan lejana- tenían un significado muy distinto al que generalmente le damos en nuestros días. Ahora la geografía ha sido sustituida por el turismo, y en lugar de viajar para aprender (o, digamos mejor, para desaprender tanta tontuna), uno recorre miles de kilómetros como quien atraviesa una puerta, sólo para cambiar de paisaje, y no altera sino levemente sus costumbres. Hoy el anarquismo es para muchos alboroto, irreverencia, indisciplina o revoltijo, cuando para Reclus era ni más ni menos que “la más alta expresión del orden”. ¡Qué difícil resulta ahora hablar de algunas cosas! Para el autor de una Geografía que considera a los seres humanos en relación con el medio que los sustenta, la tierra es la casa donde viven los hombres, y los hombres somos todos hermanos, libres e iguales, dueños de los mismos derechos; todos nos movemos bajo un mismo sol y nuestra sangre es bombeada por idénticos corazones.

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Élisée Reclus, 18/11/1904, "Espartaco" (periódico anarquista)

(Eliseo escribió este texto muy afectado por la guerra de China, pero pueden extenderse a cualquier guerra y los estados mayores de todos los ejércitos y tiempos)


¿Cómo es posible que hombres que hayan tenido la dicha de ser acariciados por sus madres, y de escuchar en las escuelas las palabras de justicia y de bondad, cómo es posible que esas fieras de cara humana encuentren gusto en …?
¿Y quiénes son esos horrorosos asesinos? Son gentes que nos asemejan, que estudian y leen como nosotros, que tienen hermanos, amigos, una mujer o una novia; y tarde o temprano estamos expuestos a encontrarlos, a estrecharles la mano sin encontrar los vestigios de la sangre derramada.
¿Pero no hay acaso una relación directa de causa a efecto entre la alimentación de esos verdugos que se dicen “civilizados” y sus actos feroces? ¡Ellos también se han acostumbrado a ponderar la carne sangrienta como generadora de salud, de fuerza y de inteligencia! Ellos también entran sin repugnancia en las carnicerías donde uno resbala sobre un piso rojizo, donde se respira el olor acre de la sangre.
¿Hay acaso una diferencia tan grande entre el cadáver de un buey y el de un hombre? Los miembros descuartizados, las entrañas mezcladas del uno y del otro se parecen mucho: la matanza del primero facilita el asesinato del segundo, sobre todo cuando resuena la orden del jefe y que se oyen de lejos las palabras del señor soberano coronado: “¡Sed implacable…!”
No es una digresión el mencionar los horrores de la guerra a propósito de las hecatombes de animales y de los banquetes para los carnívoros. El régimen de alimentación corresponde del todo a las costumbres de los individuos.
Para la gran mayoría de los vegetarianos, la cuestión no es saber que su músculo es más sólido que el de los carnívoros, ni tampoco que su organismo presenta mayor cúmulo de resistencia contra los choques de la vida y los peligros de la muerte, lo que no deja de ser muy importante: para ellos se trata de reconocer la solidaridad de afección y de bondad que une el hombre al animal; se trata de extender a nuestros así llamados hermanos inferiores el sentimiento que en la especie humana ha puesto ya fin al canibalismo.
Las razones que podían evocar en el pasado los antropófagos contra el abandono de la carne humana en la alimentación diaria, tenían el mismo valor que aquellos que usan hoy los simples carnívoros. El caballo y el buey, el conejo, la liebre y el venado nos convienen más como amigos que como carne. Deseamos conservarlos, ya sea como compañeros de trabajo respetados, ya como simples asociados en la alegría de vivir y de amar.
Pero no se trata de ningún modo entre nosotros de fundar una nueva religión y de atenernos a ella con dogmatismo de sectarios: se trata de hacer nuestra existencia tan hermosa como sea posible y de conformarla en cuanto dependa de nosotros a las condiciones estéticas del medio en que vivimos.
Así como nuestros antepasados llegaron a tener náuseas al comer la carne de sus semejantes y dejaron un buen día de adornar sus mesas con carne humana; así como entre los carnívoros actuales hay muchos que se negarían a comer la carne del noble caballo, compañero del hombre, o la del perro y de los gatos, los huéspedes acariciados del hogar, así también nos repugna a nosotros beber la sangre y triturar entre nuestros dientes el músculo del buey, el animal labrador que nos da el pan.
Tenemos, en fin, el deseo de vivir en un lugar donde no correremos más peligro carnicerías llenas de cadáveres, al lado de tiendas de tiendas de sederías o de alhajas, al frente de la farmacia o del mostrador con frutas perfumadas, o de la bella librería, adornada con grabados vistosos, estatuas y obras de arte. Queremos en tono nuestro un medio que guste a la vista y que armonice con la belleza. Y dado que los fisiólogos; dado –mejor aún- que nuestra propia experiencia nos dice que esta fea alimentación de carnes disfrazadas no es necesaria para sostener nuestra existencia, nosotros alejaremos todos esos horribles alimentos que gustaban a nuestros antepasados y que gustan aún a la mayor parte de nuestros contemporáneos.
¿Cuáles son, pues, los alimentos que parecen adaptarse mejor a nuestro ideal de belleza, tanto en su naturaleza como en la preparación a que tendrán que ser sometidos? Esos alimentos son precisamente los que en todo tiempo fueron los más apreciados por los hombres de vida sencilla y que pueden mejor que ningún otro pasarse de los artificios engañosos de la cocina. Son los huevos, los granos y las frutas, es decir, los productos de la vida animal y de la vida vegetal. El hombre los recoge para su alimentación sin matar el ser que los da, visto que se han formado en el punto de contacto entre dos generaciones.
Volvámonos bellos nosotros mismos y que nuestra vida sea bella.

sujal
28-may-2010, 17:43
Una reflexión de total actualidad.


Clarens, Vaud, 26 septiembre 1885.

Compañeros,

Ustedes le piden a un hombre de buena voluntad, que no es votante ni candidato, de exponerles cuales son sus ideas sobre el ejercicio del derecho al sufragio.

El periodo de tiempo que me otorgan es muy corto, pero teniendo, sobre el tema del voto electoral, las convicciones muy claras, lo que tengo para decirles se puede formular en unas cuantas palabras.

Votar, es abdicar; nombrar uno o varios amos por un periodo corto o largo, es renunciar a su propia soberanía. Que se vuelva monarca absoluto, príncipe constitucional o simplemente mandatario dotado de una pequeña parte de realeza, el candidato que ustedes llevan al trono o a la silla será su superior. Ustedes nombran a hombres que están más allá de las leyes, puesto que ellos se encargan de redactarlas y que su misión es de hacerles obedecer a ustedes.

Votar, es ser engañado; es creer que hombres como ustedes adquirirán súbitamente, al tintineo de una sonata, la virtud de saberlo todo y de comprenderlo todo. Sus mandatarios al tener que legislar sobre todas las cosas, de los cerillos a los barcos de guerra, del podado de los árboles a la exterminación de tribus rojas o negras, a ustedes les parece que su inteligencia crece en razón misma de la inmensidad de la tarea. La historia les enseña a ustedes que ocurre lo contrario. El poder siempre ha desconectado, el parloteo siempre ha estupidizado. En las asambleas soberanas, la mediocridad prevalece fatalmente.

Votar es evocar la traición. Sin duda, los votantes creen en la honestidad de aquellos por los que votan -y puede ser que tengan razón el primer día, cuando los candidatos están aún en el fervor del primer amor. Pero cada día tiene su mañana. A partir de que el medio cambia, el hombre cambia con él. Hoy, el candidato se inclina ante ustedes, y quizás muy abajo; mañana, él se levantará y quizás muy alto. Él mendigaba votos, él les dará órdenes. El obrero, vuelto supervisor, ¿puede quedarse siendo el mismo que era antes de haber obtenido el favor del patrón? ¿No se enseña el fogoso demócrata a encorvar la espina cuando el banquero se digna en invitarlo a su oficina, cuando los criados de los reyes le hacen el honor de atenderlo en las antecámaras? La atmósfera de esos cuerpos legislativos es nociva para respirar, ustedes envían a sus mandatarios a un medio de corrupción; no se sorprendan si ellos salen corrompidos de ahí.

No abdiquen entonces, no vuelvan a poner entonces sus destinos en hombres necesariamente incapaces y en futuros traidores. ¡No voten! En vez de confiar sus intereses a otros, defiéndalos ustedes mismos; en vez de contratar abogados para proponer un modo de acción futuro, ¡actúen! Las ocasiones no les faltan a los hombre de buena voluntad. Lanzar sobre los otros la responsabilidad de su conducta, es ser falto de valentía.

Los saludo con todo el corazón, compañeros.

Élisée Reclus.

http://mudandodepiel.blogspot.com/2010/04/votar-es-abdicar-carta-jean-grave-de.html