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sujal
13-jun-2007, 21:47
Los propietarios de un animal doméstico no necesitan que se les demuestre lo que sienten en su vida a diario. Incluso en circunstancias extraordinarias.
En 1993, Sarajevo vivía bajo las bombas y la constante amenaza de los francotiradores. Aparte de algunas raciones humanitarias, no había nada que comer desde hacía casi un año. Todas las tiendas habían sido saqueadas, no quedaba ni una ventana intacta, los parques de la ciudad se habían convertido en cementerios donde apenas quedaban sitios. No se podía salir a la calle por miedo a recibir una bala perdida o ser víctima de otro francotirador.
No obstante, en esa ciudad agotada y agonizante, donde los únicos sobresaltos eran el estruendo de la guerra, se veía todavía a algún hombre, a alguna mujer, o a algún niño paseando a su perro. "Hay que sacarle –decía un hombre en la calle-, y además, en momentos así, uno se olvida un poco de la guerra; cuando uno se consagra a otra cosa puede olvidarla".

En la única habitación todavía intacta de su apartamento, una pareja anciana había metido a una perra y un gato que hallaron agonizantes en la calle al principio del sitio. Pensaban que podrían soltarlos al cabo de unas semanas, cuando estuvieses mejor. Un año después seguían allí. Nadja y Thomaslov compartían con esos animales las magras raciones que podían procurarse de vez en cuando. El gato prefería la leche en polvo de los paquetes humanitarios franceses. "Es un marqués" decían sonriendo, pero cuando tenía hambre de veras, aceptaba las raciones norteamericanas que eran algo más fáciles de encontrar. La perra había tenido siete cachorritos delante del edificio. Cinco habían sobrevivido porque los residentes les suministraban restos cuando podían. "Nosotros nos ocupamos de ellos porque tenemos necesidad de saber que algo vive a nuestro alrededor. Siempre que podemos también les echamos de comer a los pájaros. Eso nos recuerda la paz, ¿sabe? La paz normal, la paz cotidiana, como antes. Hay que aferrarse y creer que sobreviviremos"<WBR>.
Eso sucedía en Sarajevo, en 1993. En medio de la pesadilla, cuando falta de todo, hay algo que todavía queda: la relación afectiva, incluso con un perro.
Poder seguir dando para sentirse humano.
Sentir que todavía se cuenta para alguien.
Y eso es más fuerte que el hambre, que el miedo.

Cuando se perturban esas relaciones, nuestra fisiología se degrada, y lo sentimos como si se tratase de un dolor. Es un dolor afectivo, pero un dolor, a menudo más intenso, por otra parte, que el sufrimiento físico.
Esta llave de nuestro cerebro emocional no depende únicamente del amor de nuestro compañero o compañera. Depende de la calidad de todas nuestras relaciones afectivas.
Con nuestros hijos, padres, hermanos y hermanas, amigos, animales.
Pues lo que importa es el sentimiento de poder ser uno mismo, completamente, con alguien más.
De poderse mostrar débil y vulnerable al igual que fuerte y radiante.
De poder reír y también llorar.
De sentirse comprendido en las emociones.
De saberse útil e importante para alguien.
Y de tener un mínimo de contactos físicos cálidos.
Simplemente, de ser amado.
Como todas las plantas que se giran hacia la luz del sol,
también nosotros tenemos necesidad de la luz del amor y de la amistad.
Sin ella nos hundimos en la ansiedad y la depresión.
Pero en nuestra sociedad hay constantemente fuerzas centrífugas trabajando para separarnos unos de otros.
Y cuando no nos separan, a menudo nos incitan a vivir en la violencia de las palabras en lugar del afecto.
Para controlar mejor nuestra fisiología,
debemos aprender a manejar mejor todas nuestras relaciones con los demás.

Del libro: Curación emocional

susanamaria
13-jun-2007, 22:32
Me ha provocado una lagrimilla. ¡Qué hermoso!