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margaly
04-jun-2007, 08:30
Me ha gustado este articulo mucho...

¿Socialismo sin animales afectivos?

La primera vez que visité al Dr. Calixto Mayo, un veterinario que hasta el último aliento estuvo al servicio de los animales sin ponerlos jamás a su servicio, me preguntó “¿Usted come huesos?” Su pregunta respondía una mía anterior relativa a la correcta alimentación de los perros, en la cual yo había aludido a la legendaria inclusión de los huesos en la dieta canina.

Quienes conocieron al Dr. Mayo saben que era ese su método para ilustrar una teoría, concepto o conocimiento. Conmigo resultó absolutamente válido, al punto que muchas veces me he sentido tentada a preguntarle a unos cuantos de mis semejantes si les gustaría que los alejen a patadas, o en su lugar preferirían un jarro de agua hirviendo. Si cuando hacen algo que a otro no le parece bien les agrada que las emprendan con ellos a palos o a cintazos, o si hallarían algún oculto placer en permanecer amarrados durante horas –a veces días—bajo sol y sereno o aislados del trato humano en alguna azotea propia o colindante.

Recientemente una parte de la opinión pública de la capital tuvo un cierto estremecimiento. El segmento poblacional estaba compuesto por personas amantes de los animales afectivos o, al menos, sensibles ante este tema a cuyos oídos llegó tergiversada una información relativa a la higienización de la ciudad. De inmediato el periódico Juventud Rebelde colocó las cosas en su sitio mediante un exhaustivo y excelente artículo (publicado el domingo 6 de mayo) referido a la significativa población canina y gatuna con que contamos y a los animales que permanecen en las calles.

La organización que en nuestro país participa (en propiedad no puedo decir “se encarga”, ni tampoco “encabeza”) de la protección de la flora, la fauna y el medio ambiente – cercana a las sociedades protectoras de animales existentes en otras zonas del planeta--, la Asociación Protectora de Animales y Plantas

(ANIPLANT), con frecuencia organiza campañas de esterilización masiva de mascotas, en particular perros y gatos, y anima a quienes tienen a su cargo a dichos animalitos a emplear esta práctica en la lúcida estrategia de impedir la proliferación indiscriminada de estos, lo cual redundaría en la reducción de la cantidad de perros sin dueños, los llamados perros callejeros.

Determinados comportamientos hacia los llamados animales afectivos, en particular hacia perros y gatos, evidencian uno de los déficits culturales que tenemos como sociedad. Basta observar la “sublime manera” en que se realizan los procederes de saneamiento de la ciudad en lo tocante a la eliminación de la población de animales sin dueños. Con un regodeo propio del más fiero capo fascista de la Alemania hitleriana quienes llevan a cabo esta labor capturan a los animales y con gran alarde de movimientos, cual si emularan a un discóbolo, los lanzan dentro del camión-jaula. Se dice que tiempos atrás las víctimas eran ultimadas por asfixia, mediante el humo de una hoguera próxima a las jaulas. En la actualidad se recurre a la administración de sustancias letales. Cualquiera de las variantes no modifica el resultado: se suprimen cientos de vidas. Quien quiera que haya mirado alguna vez los ojos de un perro comprende la índole de la barbarie.

Más allá de las prácticas de higienización queda aún mucha tela por donde cortar: los servicios de salud destinados a los animales que nos acompañan dejan mucho que desear, no existe transporte para trasladarlos a los escasos centros de atención cuando se enferman, tampoco se dispone de la alimentación que necesitan y que garantizaría la dieta capaz de evitar buena parte de los problemas de salud que hoy los afectan.

Claro que estas ausencias pudieran ser explicadas mediante los mismos argumentos que sirven para justificar la precariedad imperante en otras esferas y parcelas de nuestra realidad, pero ellos no nos ayudarían a comprender por qué nuestra sociedad, que aspira a figurar entre las más cultas del planeta, carece de una cultura de protección y amparo de los animales, de respeto hacia ellos, como correspondería esperar de parte de los miembros de la especie más desarrollada hacia el resto de las especies.

En principio, ni los medios de difusión ni la jurisprudencia les dan cabida a estos temas en sus respectivas agendas. Apenas si se difunden imágenes positivas en el trato con los animales. Tampoco se prescriben y protegen sus derechos ni se proscriben y sancionan las conductas que afecten o alteren la sana convivencia, lo cual torna inviable la construcción de una eticidad al respecto.

Aquellos que convivimos o hemos convivido con estas criaturas sabemos cuánto bueno ofrecen a nuestras vidas y cuántas virtudes desarrollan en nosotros, entre ellas se cuentan el ejercicio de la ternura, el cultivo de la paciencia, el desarrollo del sentimiento de responsabilidad, el desinterés, el altruismo.

Tal vez el primer reclamo, la primera llamada de atención pueda provenir desde nuestra intelectualidad y nuestros artistas, de nuestros pioneros, o de nuestros jóvenes, aunque lo ideal sería que resultara un clamor unánime, una solicitud de muchos. En realidad el tema de los animales con los cuales convivimos no es un asunto que pueda continuar postergándose. Resulta imperioso su análisis desde una perspectiva sistémica, ésa tan poco habitual entre nosotros. Y sería muy saludable, por fecundo y educativo, desarrollar el tema con una plena participación social. Curiosamente, a pesar de que una buena parte de nuestras más reconocidas e influyentes figuras en todos los campos conviven con algún tipo de animal afectivo, nuestra sociedad no se ha pronunciado jamás con energía sobre este tópico; por ello quienes muestran una conducta de atención y respeto hacia los animales son tenidos, cuando menos, por lunáticos.

Los recorridos de los carros de Zoonosis recogiendo animales abandonados en las calles con vistas a su eliminación física son la representación de una sociedad que con respecto a tal materia se ha comportado con absoluta irresponsabilidad; sin orden ni alma. Cada animal abandonado a su suerte o maltratado por quienes lo tienen bajo supuesto cuidado coloca en tela de juicio nuestra pretendida humanidad y es un lamentable ejemplo para nuestros hijos.

Hace años participé en una discusión con algunos seguidores de los Testigos de Jehová que afirmaban que los perros no tenían alma y que, por lo tanto, al morir no iban al Cielo.

En realidad, no era preciso discutir ni argumentar, bastaban los juegos y las muestras de afecto del miembro canino de mi familia para saber a qué atenerse.

A ciencia cierta no sé si existirá un Paraíso que no sea aquel que podamos alguna vez crear sobre la Tierra, pero vivo convencida de que si existe está poblado por todos estos buenos amigos. Del mismo modo pienso que un grupo social que se pretenda llamar culto o humano o simplemente justo no será tal hasta tanto no sea capaz de asumir, con placer, como uno de sus más altos deberes el cuidado y la protección del universo en el cual se desenvuelve y, en particular, de aquellos animales y plantas que compartan su entorno más breve.

http://www.cubarte.cult.cu/global/loader.php?cat=actualidad&cont=showitem.php&tabla=entrevista&id=4990&seccion=Opini%C3%B3n&tipo=

Antares92
07-oct-2012, 22:14
Los testigos de Jehová no creen en la inmortalidad del alma y, mucho menos, que ésta vaya al cielo o al infierno, así que dudo mucho que dicha discusión tuviera lugar tal y como la plantea el autor del texto.

Rafaela
08-oct-2012, 16:19
Un artículo muy interesante, gracias!