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Ver la versión completa : Una de tripas por favor - parte I



ludwingamadeus
27-oct-2009, 04:45
Saludos a todos... les comparto un pequeño cuento que escribí. Espero les guste.

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Cuando Juan despertó, sintió un hambre atroz, como si no hubiese comido en días. La verdad es que últimamente le pasaba que al momento de sentarse a la mesa y ver lo que su madre con tanto amor preparaba, Juan perdía el apetito sin más remedio. Llevaba así casi un mes y sus padres estaban preocupados pensado que su hijo había caído en las garras de la terrible anorexia. Sabían que hacía poco Juan había terminado con su novia y éste se había negado a hablar al respecto alegando solamente que Susana estaba loca.

Gloria, su madre, confiaba en que ya se le pasaría, pero mientras tanto su hijo ya había perdido varios kilos y se notaba en su rostro el cansancio, producto de las malas noches que pasaba en que sus padres podían oírle dar vueltas en la cama sin conciliar el sueño.

Juan se levantó, se lavó el rostro y decidió salir a dar una vuelta. Era temprano y entre semana, pero en las calles ya se podía ver movimiento. Señoras comprando pan, padres llevando a sus hijos al colegio, adolescentes ideando la forma de escapar a la escuela. Pero lo más común a esa hora del día era encontrar toda clase de surtidores: abarrotes, periódico, leche, carne.

Juan, quien no desconocía los distintos rostros, olores y sonidos de su pueblo, de pronto se sintió como un extraño a la vez que sentía unas tremendas ganas de vomitar. De un enorme camión, unos hombres todos manchados de sangre, bajaban una gran masa de carne. A Juan nunca le había gustado que los carniceros dejaran la cabeza en sus productos, pero sabía que esa era una práctica sana ya que mantenía la carne durante más tiempo.

A pesar de estar acostumbrado a aquel espectáculo, Juan no estaba tan desensibilizado como el resto de la gente y simplemente se soltó a llorar al reconocer que aquella masa que pronto sería descuartizada pertenecía al que fuera su amigo más cercano en la preparatoria. No se hacía a la idea de que en breve Isaac fuera a terminar como carne de hamburguesas, barbacoa y hasta menudo, mismo que quizá serviría para curar la cruda de algunos amigos en común. Y es que si algo tenía Isaac era que siempre había sido gordito y muy sano. No por nada ahora era un producto destinado a "la moderna", una carnicería de lujo famosa por su buena calidad.

Mientras salía presuroso de aquella terrible escena, Juan pensaba en cómo su amigo habría llegado a ese final.

Juan tenía veinte años. Ya era lo suficientemente maduro para irse a vivir solo, o al menos era lo que pensaba. Por el contrario, sus padres seguían insistiendo en que no podría valerse por si mismo. Ellos sabían que su hijo era débil. Había intentado estudiar varías carreras pero todo lo dejaba a medias. Era como si no hallara aún su misión en la vida. Por eso le sorprendía aún más encontrarse así a su amigo quien, por el contrario, había sido un alumno ejemplar toda la vida.

Cuando llegó a casa, encontró a su madre en la cocina. Ella, como la costumbre marcaba en aquellos lugares, dedicaba su tiempo al hogar, siendo el padre el único sostén económico; por tanto, Gloria dedicaba gran parte de su día cocinando para su familia. Algo olía bastante bien en la estufa. Dejando atrás el asunto de su amigo, a Juan se le había abierto el apetito y se acercó a husmear un poco. Un caldo de verduras en pleno hervor anunciaba estar ya casi listo. Ella lo saludó y él la encontró blandiendo un cuchillo enorme y con el delantal todo ensangrentado. Fue demasiado rápido. Al momento en que el cuchillo partía el aire y rebanaba en dos aquel muslo humano, Juan también cortaba en dos el espacio con su cuerpo al caer desmayado.

Mientras sus padres observaban a su hijo dormitar, el médico familiar les hacía algunos cuestionamientos tratando de entender la situación. Juan mostraba grandes indicios de anorexia, pero el perfil psicológico no encajaba del todo. El médico recetó algunos suplementos y vitaminas, y recomendó una clínica especializada en desórdenes alimenticios.

Cuando Juan despertó, su madre le habló. Ella siempre había tenido buena relación con su hijo, su consentido. Pero en algún punto de la adolescencia lo había perdido. Su esposo lo adjudicaba a una fase temporal, a que su hijo estaba encontrándose a sí mismo y por ende resultaba natural un cierto desprendimiento de la figura materna. Pero ella era su madre, quien lo había llevado en su vientre por nueve meses, quien mataría por él y quien ahora se encontraba destrozada al verle enfermo y no saber cómo ayudarlo. Comenzó platicándole historias de su infancia, de la relación que ella misma había llevado con sus propios padres, de sus amores y decepciones, de sus miedos y sus objetivos. Como no sabía en sí que era lo que lo atormentaba, intentaba tocar todos los temas qué ella consideraba importantes para un chico de su edad. Habló de política, deportes, religión, e incluso de sexo, poniendo siempre atención al más mínimo rasgo que pudiera indicar que había tocado algo en el interior de su hijo.

La respuesta fue negativa. Juan no cooperaba; parecía que ni él mismo entendiera lo que le sucedía, ¿o sería que lo estaba negando? Todo había comenzado hacía unos meses, cuando estando con su novia viendo la televisión, se habían topado con una noticia referente a una banda de traficantes a quiénes habían atrapado por fin. Esos tipos eran conocidos por traficar con carne humana de suicidas. A pesar de que la ley no lo permitía, la situación económica, como la de cualquier país en vías de desarrollo, orillaba a los más necesitados a prácticas poco ortodoxas que les permitieran poner algo a la mesa, incluso carne animal, las más detestable y barata, a costa de algún familiar suicida dispuesto a vender su carne al mejor postor. Por supuesto, las grandes cadenas departamentales y algunos establecimientos de prestigio como "la moderna", aseguraban a su clientela que su carne era legal y procesada con las mejores técnicas, a lo que la gente sencillamente no cuestionaba mas. Esa noche, ante su asombro, Juan y su novia observaron que los cadáveres pertenecían a ancianos principalmente, lo cual, ante los ojos del reportero, resultaba más extraño pues era bien sabido que el índice de suicidas era raro en la senectud. Pero justo cuando las imágenes mostraban cómo la policía detenía a varios taqueros, aparentemente responsables de ciertos pedidos especiales, la noticia había sido interrumpida y vetada, no volviendo a aparecer nada al respecto en los medios de comunicación.

A Juan la noticia había pasado desapercibida, pero no así a Susan, quien, indignada, cuestionaba el por qué de aquella necesidad de comer carne humana. Susana hablaba de respeto, de conciencia, de otras opciones alimenticias más sanas, pero Juan respondía con la alegata tradicional de que 'el muerto al guiso y el vivo al gozo'. Él, al igual que cualquier omnívoro, defendía su derecho y libertad a alimentarse de lo que más le apeteciera, al fin y al cabo no se lastimaba a nadie y era mejor disfrutar esa carne antes de que se descompusiera y fuera alimento sólo para los gusanos. Para Susana, esos eran argumentos absurdos y continuó cuestionando por qué habrían de suicidarse aquellos ancianos. Susana estaba en contra del consumo de carne y defendía a grupos radicales cono los vegetarianos, de quienes soñaba ser parte algún día, muy a pesar de lo que la sociedad opinara.

Para venderse a sí mismo como carne humana, había que someterse a varios exámenes médicos que demostraran buena salud. No se podía ser menor de edad ni estar en la senectud, y el trámite se debía realizar con el consentimiento del individuo a comprar. Parecía un proceso limpio y seguro, mas los tiempos eran difíciles y la carne humana era bien apreciada por su valor nutricional y por lo mismo bien pagada, resultando en amplias formas de tráfico humano, incluyendo una enorme mafia de secuestradores de quienes se decía raptaban a niños y los engordaban exponiéndolos a métodos arcaicos como el encierro en jaulas pequeñas donde apenas si podían moverse, con el fin de que los huesos se debilitaran y los músculos no se desarrollaran; un tubo insertado en su tráquea y en su ano permitía alimentarlos y limpiar sus deshechos; y una exposición constante a la luz impedía que durmieran y así comieran más. Por supuesto, las inyecciones con químicos para manipular sabor, color, textura y preservación, no podían faltar. A estos niños robados usualmente se les mantenía en esas 'granjas humanas' tan solo unos meses. Pero estas granjas no trabajaban solas. Cuando los chicos raptados tenían edad apropiada para concebir, explotaban sus óvulos y esperma para venderlos a laboratorios clandestinos de procreación in Vitro y clonación. En el mercado negro, los fetos humanos eran vendidos hasta diez veces más caros que la carne adulta, y ofrecidos a un público selecto en restaurantes finos con el argumento de ser fetos de niños con síndrome Down.

Esta sociedad, insensible ya de por sí, recurría a campañas publicitarias en donde la carne era presentada al consumidor en empaques llamativos con logotipos caricaturescos que disfrazaban la realidad. Los niños, siguiendo el ejemplo de una sociedad adulta cegada por su gula, eran acostumbrados a pedir la carne sin conocer su verdadera procedencia, engañados, en el peor de los casos, con historias animadas donde resultaba un gran orgullo terminar como platillo principal en una cena de gala en la casa presidencial.

ludwingamadeus
27-oct-2009, 04:46
Susana lo sabía porque su hermanito pequeño había insistido en interrumpir sus estudios y dedicarse de lleno a una dieta engordativa que le permitiera alcanzar su sueño. Ante los rezos de sus padres por que su hijo entrara en razón, su familia celebró que éste enfermara de diabetes, lo cual lo imposibilitaba para venderse a futuro. Sin embargo, el golpe mayor había sido ver morir a su hermano atropellado por un camión. El impacto había sido tal, que su cuerpo había quedado totalmente destrozado. El conductor iba huyendo de la policía acusado de tráfico de inmigrantes (a quiénes les prometían una vida mejor y les cobraban un dineral para generalmente terminar como productos embutidos). Pordioseros del lugar, junto con alguno que otro animal, habían peleado hasta por el último dedo. Susana y sus padres sólo habían recuperado trozos de ropa ensangrentados.

No era raro pues, que Susana se hubiese negado a volver a comer carne humana en su vida. Pero lo que a Juan molestaba es que le insistiera tanto para que él también la dejara. Por eso aquella noche habían discutido tanto. Aquella noche terminaron y Susana juró, con lágrimas bañándole el rostro, no volver a salir con un carnívoro insensible.

Hasta ahí, Juan no había tenido mayor problema, pero esa misma noche comenzó a tener pesadillas horribles. Se soñaba comiendo un trazo enorme de bistec el cual a medio bocado le comenzaba a hablar. Era Susana, quien le suplicaba que no la comiera. Juan entonces dejaba su sándwich de lado y miraba a sus lados. Aquello era un restaurante y en el resto de las mesas, los comensales gustosos devoraban pedazos de carne humana cruda. Al centro de las mesas, había cabezas humanas que se reían de él mientras gritaban 'cómeme', 'únete a nosotros', 'esto no es crimen'. Juan, asustado, se levantaba y se daba cuenta de que estaba todo ensangrentado, entonces intentaba huir pero estaba encadenado. Entonces llegaba el mesero y le pedía que pagara la cuenta mientras su madre ahora aparecía a su lado exigiéndole que terminara su comida; al negarse a hacerlo, su madre intentaba forzarlo a comer y tomaba pedazos del rostro de Susana, quien seguía llorando y suplicándole misericordia. Pero este seguía intentando huir, así que de pronto más guardias llegaban y entonces lo arrastraban, con todo y la silla a la que estaba encadenado mientras su madre le decía que eso les pasaba a los que no se alimentaban bien. Todo aquel caos entonces se tornaba negro. Juan no reconocía dónde estaba ahora pero no se podía mover. De pronto, unas pisadas. Juan preguntaba quien estaba allí y pedía que lo ayudaran. Pero a cambio no había respuesta alguna. De pronto, sin previo aviso, comenzaba a gritar. Un dolor intenso, producto de un cuchillo eléctrico que cortaba sus extremidades, lo hacía perder una vez más el conocimiento mientras a la distancia notaba cuerpos tasajeados colgando de ganchos en lo que sin duda era una carnicería.

Juan despertó en un grito. Estaba todo mojado de sudor y aunque ya no tenía nada en el estómago, su cuerpo se dobló y vomito pura bilis. Su madre le acercó un vaso con agua y justo el momento en que parecía dispuesto a hablar, su padre entró acompañado de un par de hombres. Aunque iban vestidos de blanco, no parecían médicos y no despertaron confianza en él. Sus padres salieron y al momento de cerrar la puerta, los hombres dejaron de sonreír.
- ¿Así que estas enfermo?
- No, no tengo nada.
- Sí que lo tienes y nosotros queremos ayudarte

Aquellos hombres trabajaban para la AC3, Asociación Civil de Consumidores Carnívoros. Un grupo formado décadas atrás encargado de conservar y promover el hábito del consumo de carne humana. Su poder era enorme. Se decía que habían surgido a finales del siglo pasado, formados por un grupo de mafiosos que dispuestos a deshacerse de sus enemigos, engañaron a una sociedad enajenada y frágil con franquicias de restaurantes de hamburguesas distinguidos a nivel mundial por su gran logo amarillo, donde se decía que servían la carne de sus enemigos. El resultado fue tan lucrativo, que cuando la verdad salió a la luz, se aprovecharon del escándalo y lo acompañaron de una campaña publicitaria donde alegaban las grandes ventajas nutricionales de la carne humana. La sociedad, acostumbrada a creer mejor en la televisión que en el sentido común, y ávida de una supuesta justicia social, aceptó que se aprovechara la carne de asesinos y criminales, vaciando así las abarrotadas cárceles. Es cierto que el número de crímenes bajo significativamente y la sociedad se sumó en un miedo producto del sometimiento, donde todos cuidaban no ser acusados con el más mínimo pretexto y luego sentenciados a servir en la siguiente cena familiar. Cuando la justicia no fue proveedora suficiente, la AC3 buscó nuevos medios de abastecerse y mantener a flote su imperio, así consiguió legalizar la compra/venta de carne de suicidas. Ahora, los miembros de esa asociación patrullaban las ciudades en busca de rebeldes, grupos minoritarios que suponían una amenaza a sus políticas mercantiles, como los vegetarianos.

Juan nunca había sido un revoltoso y por ende no se consideraba de mayor interés para aquellos hombres, a quiénes apodaban los 'vampiros' pues se decía que una de sus torturas favoritas era desangrar a sus víctimas y beber su sangre caliente (la cual tenía fama de ser muy buena para la mente y el desarrollo muscular), pero no entendía cómo aquellos tipos habían entrado a su casa. Su finta los delataba de inmediato. ¿Cómo habrían logrado burlar a sus padres? Uno de ellos se acercó y le ofreció una pastilla.
- Tómala, te hará sentir mejor.

Juan no estaba en posición de discutir. Su cuerpo estaba tan débil que ni siquiera podría haber rechazado el agua que le ponían al frente, así que la tomó. Casi de manera inmediata, aquel antídoto hizo desaparecer su mareo y asco y podría pensarse que hasta había recuperado algo de fuerza. No quiso preguntar qué era, por temor tal vez a no aguantar la respuesta. El segundo hombre entonces le acercó una hamburguesa, pero esta vez no había asco, así que la disfrutó sin pensar de dónde venía.
Aquellos hombres no iban en busca suya. Estaban enterados de su problema y sabían que su debilidad pasaría. Lo que en realidad buscaban era a Susana. Sabían que esa chica era peligrosa y sospechaban que hubiese formado parte de un atentado reciente hacia las oficinas centrales de la AC3. Unos días atrás, alguien había logrado entrar en el comedor y tras noquear a los chefs, había contaminado el desayuno de los directivos principales reemplazando unos deliciosos bistecs humanos importados de una de las mejores granjas humanas extranjeras, por carne humana en descomposición, presumiblemente de leprosos y políticos corruptos, una de las carnes más duras de roer. Los directivos habían caído en cama y habían puesto precio a las cabezas de los responsables. Los vídeos de seguridad mostraban a una chica sola que perfectamente respondía al perfil de Susana.

Pero Juan no había vuelto a saber de ella desde su pelea, y la verdad es que ni le interesaba. Le había dolido todo lo que ella había dicho, pero ahora le dolía más darse cuenta de cuánta razón tenía. Había intentado localizarla sin éxito. Sus padres estaban muy preocupados y Juan sentía un remordimiento tan grande que la veía en cada bocado, por lo que su ser le exigía que la vomitara para así quizá recuperarla.

Sin tener que mentir, Juan no pudo decir mucho a aquellos hombres, quienes se fueron decepcionados. Una vez solo, de reojo vio que algo brillaba bajo una cómoda ubicada al lado de su cama. Se agachó, débil aún, y encontró su celular. Un mensaje había llegado horas antes y su celular emitía una luz tenue hasta ser atendido. Era Susana. Una sola palabra: 'ayúdame’.

Como no sabía por dónde empezar, Juan decidió esperar alguna otra señal de Susana, pues sus intentos por localizarla en el celular eran inútiles y no quería tampoco ponerla en un mayor riesgo. Entendía que si no contestaba era por que no la dejaban, no tenía ya batería su celular o bien estaba en algún lugar sin señal. Las tres suposiciones eran verdad.

Así que mientras tanto, Juan decidió volver a alimentarse. Esta vez, de verduras. Sin decirlo a nadie, había conseguido dejar la carne, ahora sí para siempre. Y en vez de rechazar la que sus padres le servían, a escondidas se la daba a su pastor alemán, quien curiosamente ahora era fiel a su amo como nunca antes. Juan estaba decidido a encontrar a Susana, pero no sabía dónde comenzar. Sabía, sin embargo, que cada segundo que pasaba era una posibilidad menos de encontrarla con vida.

Con un poco más de confianza de sus padres, a quienes por cierto no se atrevía a contarles nada, Juan se salía todas las tardes y, siempre pendiente de que nadie lo siguiera, recorrió todos los lugares donde creía poder encontrar algún rasero de ella. Buscó en parques y bibliotecas, en templos paganos de culturas antiguas, budistas e hinduistas, habló con pordioseros y ancianos, todos aquellos que pudieran haber visto a Susana antes de su desaparición. Juan recorrió grandes y pequeños almacenes, tiendas vegetarianas clandestinas, incluso las más peligrosas, las orgánicas. En general, la gente no sabía nada, pero ocasionalmente alguno hacía preguntas para luego negar cualquier posible respuesta. Incluso hubo quien se portara violento y lo sacara casi a patadas. Pero justo cuando estaba por perder la esperanza, un hippie se le acercó. Juan lo rechazó diciendo que no buscaba drogas, pero el tipo caminó hacia él y, susurrándole al oído, le dijo que quizá sabía dónde estaba su amiga.

ludwingamadeus
27-oct-2009, 04:46
Acto seguido, el hombre salió a paso veloz, tras guiñarle un ojo insinuando que lo siguiera. Juan dudó, pero terminó recorriendo callejuelas oscuras, pasando por cocinas grasientas y almacenes infestados de ratas, entre caminos subterráneos donde jamás había estado antes. Al fin el hombre se detuvo y lo miró a la cara. Juan no tuvo qué preguntar nada y el hombre comenzó a hablar.

Samuel era su nombre y traficaba con drogas duras aunque sólo era una tapadera para colocar su hierba. Era conocido por su calidad herbolaria y tenía buenos contactos. Había estado en la cárcel en varias ocasiones pero siempre tenía la palanca de algún cliente importante. Todo esto lo contaba mientras Juan se preguntaba qué tenía que ver con él o con Susana. Como leyendo su pensamiento, Samuel añadió que conocía a su exnovia por casualidad ya que ésta se había interesado mucho en las plantas y sus propiedades curativas y habían coincidido en el vivero de Samuel. Juan se asombró al pensar que Susana hubiera escondido su afición por las drogas naturistas, pero el hippie le explicó que eso era falso, ya que ella nunca había probado las drogas y su interés era meramente científico. Sin embargo, Susana siempre había sido amable y solía ganarse el corazón de la gente con su carisma. Samuel había escuchado que había desaparecido y tenía una idea de dónde podría estar, lo cual era mucho más de lo que Juan podía decir. Había un campo de concentración donde la mafia solía castigar a algunos rebeldes cuya carne era demasiado blanda e insípida como para terminar alimentando a nadie. Su problema era que no podía infiltrarse, así que lo único que podía hacer era instruir a Juan en su misión.

El hippie acompañó a Juan hasta unas vías ferroviarias en medio de la nada. Tenían que esperar hasta la media noche, que era cuando pasaba el único tren por allí. Ese medio de transporte era ya rudimentario y usado únicamente para carga de materiales pesados. El hombre le dio indicaciones de cómo llegar, era un viaje de unas 18 horas de duración. Había que cruzar todo el país y había que tener cuidado por los cateos ocasionales a los vagones. Juan tuvo que ocultarse bien entre unos tubos de concreto. Llevaba consigo tan solo un pedazo de jamón ahumado amarrado al cinturón. Afortunadamente durante el camino llovió y pudo sorber algo de líquido que se filtraba por el roído techo, pero su corazón palpitaba cada que escuchaba ruidos en el exterior. Se sabía que los polizontes no eran bien vistos y muchas veces eran vendidos por los guardias a rancheros para satisfacer sus deseos mas oscuros. Lo peor es que generalmente los polizontes eran unos don nadie, sin familia que reclamara por su paradero, y su desaparición a veces era incluso para mejor.

Juan dormitaba cuando de pronto escucho un fuerte golpe. Abrió los ojos y, empapado de sudor, sintió el frío helado sobre su cuerpo. Alguien o algo, había entrado en el vagón, podía escuchar su respiración. El pánico lo invadió. Su arma era pequeña y por las pisadas sabía que aquello, fuera lo que fuera, era grande. Lentamente se movió, tratando de ir contra aquello que le ponía la piel de gallina. Arrastrándose dio la vuelta a su escondite. Las pisadas se habían detenido. Estaba a tan solo unos centímetros de salir y esperaba que aquello permaneciera del otro lado, tras el largo tubo de concreto donde se había ocultado. Pero el sonido había cambiado. No podía reconocerlo, ¿acaso sería...? La oscuridad era inmensa, pero todo sucedió en un instante. Un zarpazo lo tumbo contra otro tubo donde se golpeo la cabeza y quedó inconsciente.

¿Habían pasado tan solo unos minutos? No, se veía luz en el horizonte, estaba amaneciendo. Juan tenía todo el cuerpo adolorido y la cabeza llena de sangre. Aún estaba tratando de ubicarse y recordar lo ocurrido cuando vio a un gran oso dormido. Tenia una pata lastimada y a pesar de que se veía pacifico, Juan se dio cuenta que era tiempo de plantear la retirada. No tenía idea de cómo un oso hubiera podido llegar hasta allí y con cautela se levantó y dirigió al fin del vagón, donde vio la pequeña puerta destruida que conectaba al siguiente compartimiento. Allí encontró varias jaulas de madera y de fierro, incluyendo una enorme cuyo candado había sido forzado. Juan observó a varios animales, algunos dormidos, otros despiertos que le seguían con la mirada, y comprendió que aquello debía ser parte de un Circo. Hacia tanto tiempo que los circos habían desaparecido. Juan sabía de ellos únicamente por las historias que su madre le contaba de niño. Siempre había soñado con ir a uno, pero la mayoría de los animales se había extinguido ya. Juan tuvo un arranque de redentor y quiso liberarlos. Se imaginó que serian más felices corriendo libres en el campo y espero que ellos le agradecieran devolverles su libertad. Más no todos los seres eran revolucionarios como Susana y ahora él, por lo que los animales permanecieron apacibles dentro de sus jaulas.

– ¡Salgan! – Gritó Juan, pero los animales hicieron caso omiso. Habían vivido tanto tiempo enjaulados, que no sabían que hacer con aquella libertad. Resignado, Juan tomó entre sus brazos a un changuito y se sentó a esperar llegar a su destino. Tenía un hambre atroz, el trozo de jamón había desaparecido gracias al oso, y días antes no habría reparado en comer carne aunque fuera animal, como la que ahora sostenía en sus brazos, pero Juan nunca había matado, y aquel ser que ahora lamia sus dedos provocaba en él sentimientos de compasión anteriormente desconocidos.

La hora llegó. Había oscurecido de nuevo y Juan había reconocido el molino de viento que indicaba su destino final. El campo de concentración estaba relativamente cerca de allí, tan solo un par de horas caminando. A este punto, no tenía ni idea de cómo haría para entrar, no sabía tampoco con certeza si ahí encontraría a Susana, o si lo haría con vida. Pero de pronto sintió una ráfaga de valor y sin importar el hambre, el frío o el cansancio, echo a correr.

La zona estaba bastante protegida, era una mezcla entre una cárcel de alta seguridad y un castillo del medievo. El hippie le había entregado a Juan un mapa de varias rutas subterráneas que conducían a diversas zonas del campo y le había incluso indicado cuál tomar. La entrada se localizaba a unos quinientos metros y para acceder había que bajar por un pozo. Literalmente había que llegar al fondo, nadar unos metros y salir a un camino estrecho lleno de bichos y raíces. Cómo deseaba haber llevado consigo una linterna. Ni siquiera sus propias manos eran reconocibles en aquella oscuridad y era desesperante irse arrastrando entre la nada sin saber lo que había un centímetro al frente, por no decir reconocer aquello que eventualmente se arrastraba por su cara o se metía entre sus pantalones. Por su mente cruzaron muchas cosas. Juan tenía buena imaginación y en aquella penumbra interrumpida únicamente por su propio andar, miles de monstruos se formaron en su cabeza. Sin embargo, sabía que ninguna de esas criaturas podría hacerle el daño que los humanos hacían metros por arriba de su cabeza, en la superficie. Se llegó a cuestionar si su amor por Susana era lo suficientemente fuerte como para llevarlo a estar tan cerca de la muerte o si eran sólo su morbo y orgullo los que le impedían regresar por donde había venido.

Un sentimiento de incertidumbre lo golpeó al descubrir que el camino había acabado. Al frente había una pared de madera. ¿Y si hubieran detectado esa salida y la hubieran bloqueado? Ahora ¿cómo le haría para regresar? No había ni siquiera espacio para dar la vuelta. Sacó su navaja y comenzó a rasgar. La pared era frágil y pronto comenzó a ceder. Poco a poco la tierra se fue aflojando hasta volverse puro lodo. Pero, ¿había que cavar hacia arriba o al frente? No tuvo que preocuparse tanto por ello porque en breve cayó encima de él todo el techo. Un gran hoyo se abrió sobre su cabeza y por fin vio la luz. Estaba a menos de un metro de la superficie y el sol brillaba en el cielo. Sintió un alivio rápidamente interrumpido por un par de guardias que se asomaban por el hoyo apuntándole a la cara con sus armas.

Después de ayudarle a subir, los guardias llevaron a Juan hasta una sala enorme. Para llegar allí, habían recorrido el campo y Juan fue testigo de las visiones más horrendas que uno pudiera imaginarse. Y pensar que tan sólo unos minutos antes había sentido una alegría inmensa al volver a ver la luz, ahora deseaba volver a la oscuridad bajo la tierra. No sabía que en poco habría de presenciar algo peor.


Lo que en un principio le había parecido un cielo luminoso, una salvación, ahora se mostraba oscuro, gris. El sol no calentaba y a su alrededor no crecía nada. Por dentro, el campo parecía una cuadrícula, llena de amplios cuartos de los que salía un aroma fétido, podrido. En aquel ambiente inhóspito, sólo se escuchaba el sonido de la opresión, la soledad y el dolor. Al acercarse a una de las puertas de un gran salón de donde parecía proceder aquel hedor, Juan se quedó helado.

Unas figuras extremadamente delgadas, de forma alienígena, a quienes pronto reconoció como humanos, rasgaban unos bultos con cuchillos de carnicero. La oscuridad del interior no permitía reconocerlo con claridad, pero una vez dentro, Juan descubrió que era cuerpos humanos. Aquellos seres, los prisioneros, quitaban la piel con cuidado, tratando de obtener los trozos más grandes para luego rasgarlos con espátulas y quitarles todo resto de carne. Encharcados de sangre, aquellos entes cuyos ojos hundidos les daban un aire de cadáver viviente, luego colgaban el cuero para secarlo. De ahí sacaban cinturones, chalecos, vestiduras de autos, e incluso pelotas de fútbol, el deporte favorito de Juan. La de marcas conocidas y prestigiosas que por debajo del agua hacían negocios con esos mafiosos con tal de conseguir materiales más baratos. Si tan sólo la gente supiera su procedencia.

ludwingamadeus
27-oct-2009, 04:47
Juan quiso vomitar cuando, al pasar frente a una mesa, vio un cuerpo gemir de dolor al tiempo que un cuchillo le abría el pecho y cortaba un gran trozo de su piel. Era un sonido tan apagado que se perdía en aquella inmensidad.

Juan pensó en Susana y deseaba con todo su corazón que al menos siguiera con vida, pero las posibilidades eran cada vez menores.

La siguiente sala no era nada menos espantosa, pues allí llevaban las sobras de la anterior y limpiaban los huesos. La carne era procesada y luego vendida como alimento animal, salvo los trozos más grasosos, que eran hervidos para sacar toda la grasa posible a fin de fabricar jabones y artículos de tocador.

Nada se desperdiciaba. Los huesos se convertían en plumas fuente y hasta en trofeos. Para los más excéntricos, un mobiliario macabro, con cráneos era un buen detalle. Juan no sabía a dónde lo llevaban aquellos gorilas, ni siquiera sabía si hablarían Español, pero aquel no parecía ser el mejor momento para hacer preguntas.

Una gran puerta se abrió. Su interior era muy diferente a todo lo anterior. Allí había luz, alfombra y tapizado en las paredes. Parecía una recepción. Al dar la vuelta, el corazón de Juan se detuvo por un instante. La pared estaba llena de cabezas. Así como en aquellas historias de su niñez en que los cazadores decoraban sus casas con cabezas de elefantes, tigres y otros animales exóticos; esta pared mostraba el producto de una gran cacería, pero humana. Allí estaban ellas, con los ojos bien abiertos y una mirada vacía. De arriba abajo estaban colocados los adultos y luego los niños. De izquierda a derecha, las mujeres y luego los hombres. Lágrimas brotaron de sus ojos y un grito en una lengua desconocida fue lo único que reconoció antes de caer noqueado por un golpe en la nuca.

Mientras tanto, a unos cuantos metros, una estrategia tomaba forma. Quién sabe cuánto tiempo llevaba ya Susana confinada a aquel encierro. Sus heridas habían cicatrizado, al menos las físicas. A diferencia de los prisioneros convencionales, ella había no sólo sobrevivido, sino que tomaba fuerza cada día. Al principio había sufrido de inanición pero aún así había logrado evitar la comida de aquel lugar. Era de esperarse que les dieran carne humana, pero aquello era sin duda peor. Muchos prisioneros morían a los pocos días de difteria, hepatitis o tuberculosis. Susana realmente sorprendía con su deseo de vivir. Había encontrado algunas semillas en el estiércol de vacas, bueyes y perros que ocasionalmente llevaban al campo. Susana las había sembrado en un pequeño rincón de su celda donde algún rayo perdido de sol entraba de vez en cuando. Era suerte, en realidad, que los guardias ignoraran tanto lo que pasaba ahí adentro, porque así susana lograba ejercitarse y comer algo más decente que principalmente le permitía tener la mente clara y enfocada en su plan.

Susana se hallaba alimentando a una mujer que parecía no llegaría al final es la semana, le daba ánimos y le decía que todo aquello pronto acabaría, cuando una sombra escurridiza se le acercó. Era una de sus aliadas. A pesar de que al principio había sido objeto de desconfianza, Susana había logrado ganarse a los reclusos con su carisma y dotes de liderazgo, además de un plan tan elaborado que aún si no se entendía del todo, provocaba esperanzas. Así, Susana tenía espías en todo el campo y sabía exactamente lo que estaba ocurriendo en cualquier momento dentro del lugar. La descripción coincidía y aún así ella se negaba a creer que aquel chico recién capturado fuera Juan. Después de que le confiscaran su celular, había perdido la fe en que su ex novio pudiera encontrarla. Lo cual sin duda había sido lo mejor, ya que eso había servido de impulso para tomar fuerza y decidir salir adelante por sí misma de aquella situación.

Llegada la noche, sigilosa como gato, se levantó de su cama y salió de su celda. Un gancho hecho de un sobrante de costilla le ayudó a forzar las cerraduras. Ella sabía el momento exacto en que los guardias nocturnos salían a fumarse un cigarrillo y dejaban por escasos minutos libre el pasillo. Aunque no tenía reloj, había aprendido a leer la trayectoria del sol y la luna para orientarse.

Como una sombra, corrió entre los pasillos de aquel calvario. Sólo podía escuchar su propio corazón. Temía que le delatara. Había logrado salir y, según los rumores, Juan se hallaba en el edificio principal. Seguro pensaban que era un espía importante, pues ahí sólo encerraban cabecillas para torturarlos. Sus cabezas generalmente terminaban disecadas y utilizadas como trofeos para intimidar. Era irónico, claro, porque si había una líder ahí era ella. Juan nunca había podido dirigirse siquiera a sí mismo. Eso la extrañaba, no entendía cómo había llegado allí. Incluso habían terminado días antes de que se marchara, lo cual en realidad le había dado fuerza para hacer todo aquello. No era posible que él se enterara de sus planes, menos que le interesaran. Fue entonces que cayó en la cuenta.

Unas sirenas se oyeron y de inmediato se encendieron las luces. Guardias gritando y corriendo se aproximaban. Susana sabía que ya no había tiempo ni de escapar ni de regresar, así que hizo lo único que le quedaba por hacer. De entre sus desgastadas ropas sacó una cápsula que de inmediato tragó. Luego tomo lo primero que vio, una afilada piedra, y se hizo varios cortes en el cuerpo y luego uno más fuerte en la cara. La sangre empezó a correr sobre ella pero Susana ya no la podía ver. Ni eso, ni nada. No tardaron en llegar los guardias y declarar que había muerto.

Durante todo ese tiempo, ella se había encargado de pasar desapercibida entre los guardias. Ya muerta, era sólo un bulto más. La revisaron y la encontraron muy delgada y musculosa. Además, era chiquita, por lo que no servía de mucho. No tenía bonito cabello, sus ojos no eran de color y sus dientes estaban todos amarillentos. Reciclar algo de aquel cadáver saldría mas caro, y finalmente nunca se había demostrado que estuviera trabajando en alguna conspiración, ni siquiera su novio les había sido útil para obtener algo más de información, así que decidieron hacer de ella sólo abono.

La mañana llegó y el tímido sol apareció en el horizonte posando nervioso sus pálidos rayos sobre los cuerpos sin nombre de aquella gran pila. Y pensar que aquellos habían sido padres, madres, hijos; con sueños, carreras y un futuro que ahora era sólo alimentar plantíos. Es cierto que de alguna forma todos estamos destinados a un fin similar, la diferencia es que estos seres no habían podido ser parte de ningún ritual que les permitiera siquiera despedirse de los suyos. Algunos habían salido de su casa pensando regresar horas más tarde, algunos incluso habían peleado con su pareja asumiendo que en la noche se reconciliarían, otros habían ido con alguien que les llamaba ofreciéndoles un dulce mientras su madre, hermano o niñeras se descuidaban por tan sólo un segundo. Unos habían sido líderes, otros cómplices, y unos más objeto de venganza, mientras que el resto simplemente había estado en el momento y lugar equivocados. Y ahora yacían allí, todos amontonados, sin tumba, desnudos, de cuerpo y alma, si es que todavía les quedaba alguna.

Susana despertó. Lentamente, mientras salía de su letargo, avanzó en busca de la orilla. La sangre seca entre sus piernas le avisaba que al final esos bestias habían encontrado algo que hacer con ese cuerpo antes de desecharlo. Pero ni eso podía borrar la sonrisa de su rostro. El plan salía como lo planeado y ahora sólo era cuestión de horas para su desenlace. Es cierto que parecía atractiva la idea de escaparse, al fin ya estaba muerta para ellos, pero recordó que Juan seguía cautivo, con suerte aún con vida, y tenía que actuar pronto antes de que se dieran cuenta que sin ella, tampoco les servía de nada. Sabía que ellos lo habían buscado y que si él había caído en la trampa era porque aún la quería. Se dio cuenta debía recuperarlo, que todo aquello no valía la pena si no tenía con quien compartirlo al final. Agradeció tanto que nunca le hubiera confesado lo que hacia en aquellas tardes en que pretendía ir a estudiar italiano y se alegraba de la indiferencia de su novio ante el hecho de que en ese idioma no sabía más que decir te amo.

También se alegraba porque por más que lo torturaran nunca podrían sacarle nada, y que entonces no arruinaría todo el esfuerzo invertido durante su encierro en hacerles creer que en realidad no era nada más que una chica.

Todo esto lo pensaba mientras caminaba entre aquellos cadáveres. Pero en vez de salir parecía dirigirse al centro de aquella fosa. Una vez allí, susurró algo y esperó. Algo pareció moverse aquí y allá y varias figuras salieron a flote. Susana las recibió con un fuerte abrazo.
– 'Ha llegado la hora', dijo.
Las figuras emitieron algunos sonidos guturales y le pidieron que las siguiera.
Todas ellas caminaron en silencio cuidando siempre de no pisar ningún rostro. En cierto punto, las mujeres se detuvieron, la miraron a los ojos y abrieron sus bocas llenas de contento. Sus encías desdentadas a golpes y sin lengua eran una señal de esperanza. Luego fueron quitando cuidadosamente los cadáveres en descomposición dejando ver muchas setas color morado que al menos daban algo de color a aquel valle de muerte y pesar.

ludwingamadeus
27-oct-2009, 04:48
Susana llevaba años planeando esto y por las tardes se infiltraba en grupos de izquierda, desconocidos algunos, reconocidos otros. Había visto el inicio y el fin de muchos y había sido testigo del fracaso de todos por poner fin a aquella mafia. Todas ellas habían basado sus planes en una contra guerra y sabía que la violencia al fin sólo generaba más violencia. Así que su plan era más una estrategia para hacerles caer con sus propias armas. Había trabajado con todos los botánicos que quedaban en la ciudad y de ellos había obtenido muchas semillas con las que había jugado bastante bien. De allí había obtenido la planta que le había hecho 'morir', y había podido reconocer cuáles semillas podía rescatar de la mierda de los animales para poder comer. Ella se había encargado de ‘matar’ a cada una de esas mujeres ellas, haciéndoles comer previamente también otras semillas que una vez expulsadas por medio de su excremento podían ser plantadas en el inferior de aquellos órganos humanos en descomposición. Las semillas se alimentaban de sus nutrientes, de su sangre, y luego se convertían en bellas setas moradas de efectos interesantes. Necesitaban muchas, por eso habían tenido que esperar tanto tiempo.

A pronto se pusieron a recolectarlas hasta que no hubo más. Una vez llegada la noche vendría la siguiente etapa.

Cono un fantasma, se arrastraron hasta el campo de concentración y con códigos sonoros hicieron saber a sus cómplices que habían llegado. Entregaron la mercancía y fueron a esconderse. Ahora tocaba el turno de los de adentro. Susana confiaba en que todos recordarían las instrucciones y que Juan aguantaría hasta su rescate al mediodía.

Las calderas se encendieron y los cocineros blandieron sus cuchillos. El plan incluía sacrificios, por lo que muchos convictos habían cedido ante la presión de comer carne humana. Había que generar confianza, y eso era justamente lo que los cocineros habían hecho, hasta el punto de lograr ser confinados a la cocina, donde con sus extraordinarias dotes preparaban las comidas de todos los carceleros y los grandes mandos que gozaban pasar los fines de semana en aquel centro de recreo. Algunos incluso aportaban al banquete alguna presa recién asesinada que, por supuesto, nunca era rechazada. Los cocineros habían aprendido a simular su disgusto por desmembrar cuerpos humanos pero esta noche en particular, cocinaron llenos alegría sabiendo que sería la última vez.

A decir verdad se lucieron, hicieron platillos tan sofisticados y apetitosos que casi no habían logrado evitar probarlos. Los hongos acentuaban el sabor y el olor, y bien machacados, se ocultaban perfectamente en los guisos.

A eso de las 8 de la mañana, el personal comenzó a llenar por turnos los comedores. Por supuesto, ningún preso era permitido allí, así que los mandos pudieron disfrutar sin interrupciones aquellos manjares.

El efecto comenzó de inmediato con una sensación de entusiasmo que comenzaba lenta e iba creciendo hasta la euforia conforme se calentaba la sangre. La droga alcanzaría su grado máximo en la noche, una vez que la temperatura exterior bajara. Así que tenían tiempo de prepararse. Las noticias no tardaron y mientras los guardias y jefes de la mafia pedían doble ración, los presos comunicaban con los ojos las ansias que les carcomían por dentro. Estos últimos se preparaban en sus celdas buscando lo que fuera para poder abrir las puertas en el momento preciso y escapar. Mientras para los primeros el día pasaba velozmente a la vez que se emborrachaban y dejaban sus puestos para unirse a la fiesta, los otros sentían cada segundo detenerse por horas. La tensión era tan densa que podría cortarse con una navaja. Mientras tanto, Susana se infiltró en el campo en busca de Juan. Sin vigilancia, fue fácil hallarle. Estaba dormido. Su delgado cuerpo se hallaba en sangre viva. Le habían golpeado hasta el cansancio. Se acercó a su lado y con un hueso logró zafar las cadenas que lo aprisionaban. Apenas si se escuchó un gemido. Estaba tan débil. Susana hizo una pausa y acarició cuidadosamente su rostro y luego se acercó y lo besó. Además del deseo que sentía desde que se habían apartado, ese beso representaba una cura, ya que Susana había estado masticando hojas de una hierba que les daría fuerza a ambos y que ahora él tragaba al tiempo que despertaba.

Sus ojos se encontraron y fue en verdad como haber renacido.
- Hola, ¿cómo estas?
- No del todo mal.

Un segundo beso les reanimó. Y durante aquellos segundos se les olvidó dónde estaban. Podría ser real. El paraíso en medio del infierno.

Pero el tiempo corría y había que apresurarse. Ni el beso ni la hierba podían curar del todo el dolor, ni enderezar el tobillo que los guardias le habían roto a Juan con las cadenas. Así que el camino sería tortuoso sin duda, por lo que era mejor tomar la precaución necesaria para evitar encontrarse a alguien.

El campo era tan grande que parecía no terminar nunca. sus propio latidos se escuchaban con eco y se sumaban al barullo lejano que llegaba casi como susurro. Apenas quedaba un reflejo del sol y podría comenzar en cualquier instante. De pronto se escuchó. Primero un sólo grito ahogado, luego otro y otro más. La droga, acompañada del alcohol, les dejaba ciegos y les llenaba de adrenalina, excitándolos hasta el punto de la violencia. A pesar de que el efecto variaba de intensidad entre uno y otro, Susana sabía que su propia naturaleza sería el detonador final. Estaban tomados, drogados, excitados y armados. No se necesitaba estar adentro de aquel gran salón para conocer el desenlace.

La sangre corrió y era una lástima en verdad, porque aquella carne nadie se la comería. Quizá ni siquiera los gusano. En menos de media hora todo había terminado. Uno a uno, los presos salieron, aún con cuidado. Y cuando se enfrentaron a aquella masacre, hubo quien rompió en llanto. Ellos eran seres sensibles, no les agradaba el dolor ajeno, ni siquiera el de sus enemigos. Les daba pena que hubieran terminado así, pero al mismo tiempo sabían que aquello era necesario para despertar una conciencia global.

Cuando, días después, la noticia se dio a conocer a nivel mundial, el impacto fue tremendo. El golpe al mayor Campo de Concentración humana abriría la mente de muchos, y Susana sabía que el mundo habría de cambiar, sólo era cuestión de tiempo.

roxy
27-oct-2009, 17:41
me ha encantado!! :o :(

ludwingamadeus
03-nov-2009, 00:31
jeje... gracias Roxy! Sabes? me gusta mucho escribir, y esta pequeña historia la tenía en el baúl desde hace tiempo... lo peor es que cuando finalmente la saqué y se la mostré a mis allegados, no les gustó! les dio asco! bueno... pues igual deberían pensársela ellos cuando comen carte, es lo que pensé... así que creo que parcialmente ha sido exitosa... :D