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margaly
06-jul-2009, 09:11
He encontrado este texto que me ha parecido muy emotivo.

Mundo Animal

Siempre me pareció desproporcionado el trato mimoso que recibían algunos animales de compañía, esos perros y gatos a los que sus dueños agasajaban con lujosos adornos, vestiditos y comidas gourmet. Ahora mi percepción es algo distinta.

Aparte de esnobismos, que los hay y cuya manifestación más ostentosa pudiera ser ese despilfarro en collares de burberry para caninos y de cristales swarovski para collares deslumbrantes luciendo en cuellos de felinos, la compañía y el cariño que un animal es capaz de demostrar, contra todas la corrientes negativas que le infiere el ser humano, son actos de preferencia incondicional antes que actos de sumisión o supervivencia. Creo que ellos no entienden este último término en el sentido occidental del mismo.

Paseaba con Gala y nos cruzamos con una de esas escenas inusuales que te sorprenden y te inquietan porque te sacuden por dentro enviándote a ese universo en el que te inquietas con algunas preguntas. Pensé que lo que se aproximaba era un galgo desgarbado y viejo al que paseaban amarrado en un cochecito de bebés. No. Era un podenco operado de las patas traseras, supongo, o salvado de la consecuencia fatal de una cacería con final despiadado, lo que cualquiera puede suponer también. Lamento no ser capaz de describirlo con la observación meticulosa de un antropólogo, pero juro que perro y dueña dibujan una maravillosa estampa. No era el hecho de pasearle, era que para hacerlo ella tenía antes que haberse hecho con un carrito ad hoc, colocar al podenco encima del mismo en una postura posible, atarle para que no se descuelgue, conseguir que a pesar de todo se sienta cómodo, bajarle con dificultad en el ascensor o por las escaleras con ayuda de alguien, para finalmente pasearle empujando las cuatro ruedas. Y no me fijé especialmente en ella, posé mis ojos en la carita agradecida y suplicante de ese podenco de orejas marrones tiesas. Y lo lamento, pero era tan difícil su actitud que no puedo describirla sin perderla. Nos miró por un momento.

Este causalidad de los encuentros coincidió con una invitación a hacerme fan de un grupo en facebook —uno de tantas causas, qué mundo tan injusto percibimos cuando cada día recibes al menos una petición de apoyo a situaciones insostenibles- que trata de impedir que en una isla x dejen de utilizar a perros abandonados como carnada viva para pescar tiburones. Les atan las patas, les atraviesan con anzuelos gigantes la boca o cualquier sitio que se preste y les arrojan vivos al agua, de esta guisa incómoda y aterradora, para que atraigan a los escualos. Pero… por favor… La foto era tan real y siniestra que hubiera adoptado al chucho desterrado sin pensarlo con tal de no hacer pasar ese rato agónico a la pobre criatura.

Días después volví a toparme con el podenco posado en el carrito empujado por su dueña. Entablamos una conversación típica de encuentros esporádicos que se dan entre paseos con mascotas. Mientras conversábamos, Moni descolgaba intermitente e incontrolablemente una de sus patas traseras de la bandeja inferior del artilugio que le permite recorrer las calles amarrada con un cinturón alrededor de su abdomen, dejándose posar y trasladar dócilmente en la superficie del carrito que su dueña de acogida —asiló a Moni cuando su anterior dueño la abandonó en la calle embarazada de ocho cachorritos- le había fabricado con fragmentos de aquí y de allá. Y ella volvía a recolocársela una y otra vez, pacientemente, a la vez que le hablaba intentando corregir su actitud con inmenso cariño. Y Moni tampoco ladra, yo no la escuché intentar nada.

Exagerada clemencia. Puede. Comportamiento desmedido. Puede.
Para mí no pasó inadvertido. Les animo a empezar por lo pequeño. Trascendente.

PD. “Y ni un gemido salía de la boca de los perros crucificados…

… De repente vi a Febo. Estaba tumbado sobre el dorso, el vientre abierto, una sonda metida en el hígado. Me miraba fijamente y tenía los ojos llenos de lágrimas. Tenía en la mirada una maravillosa dulzura. Respiraba levemente, con la boca medio cerrada, presa de un temblor horrible. Me miraba fijamente y un dolor atroz socavaba mi pecho. Febo, dije en voz baja. Y Febo me miraba con una maravillosa dulzura en los ojos…

… Era un silencio horrible. Un silencio inmenso, helado, muerto, un silencio de nieve.

El médico se acercó a mí con una jeringa en la mano: Antes de operarlos —dijo- les cortamos las cuerdas vocales.” (Curzio Malaparte. La Piel)

http://www.elimparcial.es/sociedad/mundo-animal-43166.html