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Ver la versión completa : Amores animales de un muerto de hambre...



Calimero
15-mar-2009, 10:30
Hace un par de días terminé de devorar un libro extraordinario: "Antonio B. el Ruso, ciudadano de tercera". Se trata de una novela de Ramiro Pinilla, veterano escritor, publicada hace una treintena de años. La historia está narrada en primera persona por el protagonista de las andanzas, un individuo llamado Antonio Bayo, cuya vida real, plagada de calamidades como ninguna otra jamás contada, llega a conmover al lector más descreído.

Antonio Bayo es un niño pobre nacido hacia 1928, más o menos, en el culo del mundo, en un pueblucho olvidado de la provincia de León, cerca de la de Zamora. Desde muy pequeñito se vio obligado a robar berzas para dar de comer a su madre soltera y a su hermano mayor. Le llamaban "el ruso" por su pelo rubio. En la recién estrenada España victoriosa del genocida general Franco, tal sobrenombre, asociado al comunismo soviético, no le hizo ningún favor...

El caso es que Antonio Bayo robaba sólo para comer. Descerrajaba cantinas y se iba al monte, a vivir tranquilo pescando truchas y asando lagartos hasta que se le acababan los víveres hurtados. El libro me ha impactado por muchas cuestiones, pero aquí quiero hablar de la particular relación del protagonista con los animales... Lo hago en otro post.

Calimero
15-mar-2009, 10:42
Ahí voy...

Primera historia:
A Antonio Bayo, el Ruso, le hubiera gustado probar la carne mucho antes, pero no pudo hacerlo, quizá, hasta que entró a robar por primera vez a la cantina de algún antiguo estraperlista. A menudo soñaba con chorizos, jamones, corderos, gallinas... Con el tiempo, aprendió a entrar en las cuadras, descoyuntar a la gallina más gorda en un santiamén y salir a hurtadillas antes de que nadie le viera. Después, desplumaba al pobre animal y, si no tenía aceite o cerillas, le arrancaba las tripas y se la comía cruda, todavía caliente su desdichada carne.

Un día, el Ruso robó un cordero y se echó con él al monte, a su refugio del lago. El cordero le miraba con ojitos profundos, comprensivos, conocedor de su suerte. El adolescente Ruso podía vivir varios días a pan y agua, es decir, a truchas y lagartos crudos, pero llegaba un momento en que no podía más, en que su cuerpo le pedía otro tipo de carne, si era posible asada. De manera que decidió esperar. No quería matar a aquel animal que le miraba con ojos humanos, le hacía compañía y jugaba con él. El Ruso cuenta cómo el cordero, por las noches, se acostaba junto a él, buscando su calor con los mismos movimientos que él utilizaba para abrazar al animal y engañar el frío.

Pero un día no pudo más. Llorando a moco vivo, el joven Ruso agarró un peñón y lo estampó en la cabeza del pobre Cuqui (tal nombre le había puesto al cordero), que se derrumbó de inmediato, muerto y convertido en comida. El Ruso lo despellejó y empezó a comerse su carne cruda, pues no tenía cerillas. De haberlas tenido, no lo habría matado, pues al menos hubiera podido asar las truchas y los lagartos. Justo al día siguiente, el Ruso se sorprendió a sí mismo apedreando a los maquis de la zona, al famoso Pedrón y sus hombres. El Ruso lloraba más que nunca, porque Pedrón, que era su amigo, que le había enseñado a cazar lagartos, siempre le daba aceite y cerillas. Si Pedrón hubiera aparecido unas horas antes, se decía el Ruso, Cuqui aún seguiría vivo.

Calimero
15-mar-2009, 10:48
Segunda historia:

Tiempo después, el Ruso se hizo con una perrita, a la que no dudó en poner el nombre de Cuqui. La cabrona, según su propia expresión, sabía robar huevos por sí misma: se metía en las cuadras de los vecinos, agarraba entre sus fauces un huevo y, sin romperlo, se lo llevaba a su dueño como parte de un divertido y nutritivo juego. La Guardia Civil pronto lo descubrió... porque Cuqui no pudo resistir la tentación de robar también en el cuartel.

Estando en el monte, en su querido lago, Cuqui se convirtió en inseparable amiga y compañera de desgracias. La perra no dudó en defenderle del ataque de un águila. Entre sus muchas habilidades, Cuqui aprendió a arrancar de un bocado la cabeza de las truchas recién capturadas. Pero también ella pasaba penalidades: cuando los guardias capturaban al Ruso, Cuqui se quedaba sola, sin posibilidad de alimentarse más que como un perro salvaje. En una de ésas, con el Ruso encerrado en la cárcel, Cuqui murió.

El Ruso siempre sospechó que su pobre y desdichada madre se la comió.

Calimero
15-mar-2009, 10:56
Tercera historia:

Un día, el Ruso, harto de robar cada dos por tres, decidió hacerse con una vaca. Nadie antes se había atrevido a robar un bicho de semejante tamaño en su pueblo, así que nadie se extrañó al verle dejar atrás las últimas casas, camino del monte, al tranquilo paso que marcaba la lechera.

Durante varios días, el Ruso se alimentó de la leche de la vaca. Cazaba lagartos, pescaba truchas y bebía leche. No era mala vida aquella. Pero, igual que sucedió tiempo atrás con Cuqui, el cordero, llegó un día en que hubo de matarla. Él jamás había matado a un animal tan grande y no sabía cómo hacerlo. Así que agarró un peñón enorme y se lo estampó en la cabeza. La vaca ni se inmutó.

El Ruso estaba nervioso, porque la vaca le miraba, ella también, con ojos humanos. Se decía a sí mismo que aquel era un mundo cruel, porque a él no le quedaba más remedio que matar a un animal que, grande como una mole, se reía en su cara, como un humano de mayor fuerza, de sus torpes intentos de asesinato.

Después de varias pruebas fallidas, llevó a la vaca a un terraplén. Él subió al borde del precipio y, moviendo rocas de gran tamaño con sus débiles músculos, intentó aplastarla. Pero la lechera esquivaba los golpes con gran habilidad y bastante desinterés, como si aquellas rocas no pudieran más que hacerle cosquillas, como si espantara moscas con el rabo.

Harto de fracasos, el Ruso acabó bajando al pueblo, descerrajó una cantina, robó el cuchillo más grande que encontró, subió al monte y degolló a la vaca, no sin antes mirarla a los ojos y decirle: "Tienes mala suerte, como Cuqui".

Calimero
15-mar-2009, 11:14
Cuarta historia (la mejor):

El Ruso era ya el hombre más buscado de la provincia, de manera que hubo de adentrarse en los bosques más que nunca en busca de refugio. Allí que se echó con una escopeta al hombro, como un delincuente. Allí que empezó a vivir como una bestia salvaje, sin contacto alguno con los hombres que tan mal le habían tratado durante toda su vida.

Con un arma en las manos el Ruso se sentía importante. Le gustaba cazar, pues gracias a aquellos divinos cartuchos podía comer carne a diario. Sin embargo, él mismo había comprobado de sobra que el hombre era el animal más cruel del universo. Y él, aunque asalvajado, era un hombre más. Quizá por eso disparó un mal día contra un gato montés que llevaba un sapo entre las fauces. Se dijo a sí mismo que no quería comerse al gato, pero que él, al fin y al cabo, era un hombre, un animal despiadado, y que le apetecía matar a aquel otro animal.

De manera que el Ruso abatió al gato montés, que resultó ser una madre con cuatro bebés gatos que alimentar. Cuando se dio cuenta de lo que había hecho, el Ruso se llevó a su cueva a los gatitos y trató de alimentarlos, sin leche a su alcance, con carne desmigada en agua y latas de conservas. Dos de los cuatro gatitos murieron por desnutrición.

Pero los otros dos vivieron. El Ruso no tardó en amaestrarlos y en quererlos como a verdaderos hermanos. María, la hembra, y Petroni, el macho, salían a cazar con el humano, comían con el humano y protegían al humano con su propia vida. Así lo hizo María un día que una serpiente entró en la cueva. La serpiente huyó, pero maría recibió una picadura venenosa bajo su ojo izquierdo. Petroni y el Ruso cuidaron de la pobre María. Éste utilizó su cuchillo para abrir más la herida y así facilitar su sangrado y, con él, la expulsión del veneno. El primero, Petroni, asustado por la idea de perder a su hermana-compañera, jamás se separaba de ella, la lamía constantemente y le demostraba su inquebrantable amor. María sufrió, pero sobrevivió como una valiente.

Así que la familia volvió a estar unida. María y Petroni, aunque hermanos, acabaron teniendo tres gatitos hermosos. La familia había crecido, pero pronto volvió a menguar: un día en que María, Petroni y el Ruso habían salido apenas un momento de caza, los gatitos desaparecieron. María y Petroni, como locos, se pusieron a buscar en su desesperación por todos los rincones. Llamaban a sus hijos, pero éstos jamás respondieron. Los tres, María, Petroni y el Ruso, supusieron que alguna bestia del bosque los había cazado.

Otro mal día, estando de nuevo de caza, el Ruso disparó de manera irresponsable contra un matorral en el que había notado que algo se movía. Ese algo resultó ser María. ¡El Ruso había matado a su propia amiga! Moribunda, la recogió como pudo y se la llevó a la cueva. Esta vez la agonizante María no pudo sobrevivir.

Desde ese momento, Petroni se propuso vengar a María. Su abatimiento inicial dio paso a una fiereza inusitada. El orgulloso gato montés comenzó a atacar al Ruso cuando éste estaba descuidado. Por las noches, a traición, Petroni se lanzaba al a cara de su antiguo amigo con la intención de sacarle los ojos. ¿Por qué había tenido que matar a María?

Al Ruso no le quedó más remedio que matar a Petroni. Habían pasado varios días desde el desgraciado disparo al matorral donde se escondía agazapada María. El Ruso salió a la puerta de la cueva y, sin querer mirar, disparó a Petroni. En la cueva se había acabado la carne, pues el Ruso no había tenido fuerzas para volver a cazar. Tenía hambre y un animal muerto a sus pies, de manera que despellejó a Petroni y, obligándose a pensar que era el mismo animal cabrón que había intentado sacarle los ojos, se lo comió.

Pero el Ruso jamás olvidó que se había comido a su amigo Petroni.