blueberry
20-jul-2008, 22:08
Ayer sábado, al llegar a un risco a 2.800 metros de altitud me encontré con un grupo de rebecos del Pirineo, conocidos con el nombre de sarrio en el aragonés o isard en el catalán. Es un animal muy especializado en el medio en que vive, y basa su éxito en la eficiente explotación de los recursos que le ofrecen estas montañas, por cuyos acantilados y neveros se mueven con increíble seguridad gracias a sus particulares adaptaciones anatómicas. Algunos investigadores opinan que la presencia del isard en las cumbres más altas no es más que una consecuencia de la presión del hombre, que le ha obligado a refugiarse en estos lugares inaccesibles.
Cuando me asomé al risco y los vi se produjo una sorpresa mutua, yo al verlos y ellos al verme. Hubo un momento de vacilación en el que me miraron como diciendo “jor, hasta aquí has de venir tú, puto humano, a molestarnos con tu presencia?” e inmediatamente después echaron a correr. Me supo mal porque yo quería alcanzar un pico y disfrutar de la vista, no pretendía cortarles el rollo. Pero ya que corrían decidí al instante dispararles con mi cámara digital.
Yo ya me había encontrado con isards, generalmente machos solitarios, en otras ocasiones subiendo a los picos, pero nunca había visto un grupo tan numeroso de hembras con sus crías. Eran por lo menos una veintena.
El espectáculo que me brindaron fue fascinante. Una carrera de saltos entre los riscos maravillosamente bella. ¡Qué energía!
He aquí la foto que más me gusta. Puede distinguirse como las hembras adultas tiene el pelaje más rojizo.
http://fotos.subefotos.com/9bc199efe5bbf1b5eee5b3fd278a95d3o.jpg
Entre disparo y disparo tuve un subidón de adrenalina. Vi a una hembra con su cría corriendo al lado, pegado a ella. Me pareció que era el cabrito más chiquitín de todos. No me salieron en ninguna de las cuatro fotos que eché porque iban un poco rezagados respecto al grupo, quizás porque el pequeñín no tenía la destreza en los saltos que los demás. Su madre no se separó de él ni un instante mientras duró la carrera. Fue una imagen enternecedora. Me sentí emocionado. Me sentí feliz, a pesar de que era consciente de que mi presencia era la causa de su susto. Era tan bonito… La naturaleza me estaba premiando con la visión de una gracilidad y una elegancia sublimes en aquel lugar tan alto, en pleno Pirineo, tocando el cielo…
He aquí una foto con más perspectiva para hacerse una idea del lugar
http://fotos.subefotos.com/ecad8e56cbcbbe9125e5096a32ca1364o.jpg
Detrás de mí llegó mi colega de ascensión (vegano como yo), justo para ver desparecer los isards detrás del roquedal. Se había perdido casi todo el espectáculo.
Yo me quedé preguntándome ¿cómo puede haber humanos que “disfrutan” asesinando animales tan bellos? ¿qué deseo les impulsa a abatir estas elegantes siluetas recortadas en las crestas? Un placer en la destrucción, sin duda. Si se destruye la belleza en la naturaleza, es que no se la ama, y si uno es incapaz de amarla es que es incapaz de amar nada. Ni a sí mismo. ¿No habrá en el cazador un problema de autoodio? Yo me emociono disparando fotos, no balas. ¿Qué diferencia hay entre mi emoción y la del cazador? ¿Tan difícil es cambiar un arma por una cámara? En fin…
Además de la sensación vivida tuve la satisfacción de comprobar que aún quedan isards por esa zona. Fue allí, precisamente (Vall de Cardós) donde se detectaron los primeros casos de BDV o Enfermedad de la Frontera que diezmó la población de isards en los últimos años.
Cuando me asomé al risco y los vi se produjo una sorpresa mutua, yo al verlos y ellos al verme. Hubo un momento de vacilación en el que me miraron como diciendo “jor, hasta aquí has de venir tú, puto humano, a molestarnos con tu presencia?” e inmediatamente después echaron a correr. Me supo mal porque yo quería alcanzar un pico y disfrutar de la vista, no pretendía cortarles el rollo. Pero ya que corrían decidí al instante dispararles con mi cámara digital.
Yo ya me había encontrado con isards, generalmente machos solitarios, en otras ocasiones subiendo a los picos, pero nunca había visto un grupo tan numeroso de hembras con sus crías. Eran por lo menos una veintena.
El espectáculo que me brindaron fue fascinante. Una carrera de saltos entre los riscos maravillosamente bella. ¡Qué energía!
He aquí la foto que más me gusta. Puede distinguirse como las hembras adultas tiene el pelaje más rojizo.
http://fotos.subefotos.com/9bc199efe5bbf1b5eee5b3fd278a95d3o.jpg
Entre disparo y disparo tuve un subidón de adrenalina. Vi a una hembra con su cría corriendo al lado, pegado a ella. Me pareció que era el cabrito más chiquitín de todos. No me salieron en ninguna de las cuatro fotos que eché porque iban un poco rezagados respecto al grupo, quizás porque el pequeñín no tenía la destreza en los saltos que los demás. Su madre no se separó de él ni un instante mientras duró la carrera. Fue una imagen enternecedora. Me sentí emocionado. Me sentí feliz, a pesar de que era consciente de que mi presencia era la causa de su susto. Era tan bonito… La naturaleza me estaba premiando con la visión de una gracilidad y una elegancia sublimes en aquel lugar tan alto, en pleno Pirineo, tocando el cielo…
He aquí una foto con más perspectiva para hacerse una idea del lugar
http://fotos.subefotos.com/ecad8e56cbcbbe9125e5096a32ca1364o.jpg
Detrás de mí llegó mi colega de ascensión (vegano como yo), justo para ver desparecer los isards detrás del roquedal. Se había perdido casi todo el espectáculo.
Yo me quedé preguntándome ¿cómo puede haber humanos que “disfrutan” asesinando animales tan bellos? ¿qué deseo les impulsa a abatir estas elegantes siluetas recortadas en las crestas? Un placer en la destrucción, sin duda. Si se destruye la belleza en la naturaleza, es que no se la ama, y si uno es incapaz de amarla es que es incapaz de amar nada. Ni a sí mismo. ¿No habrá en el cazador un problema de autoodio? Yo me emociono disparando fotos, no balas. ¿Qué diferencia hay entre mi emoción y la del cazador? ¿Tan difícil es cambiar un arma por una cámara? En fin…
Además de la sensación vivida tuve la satisfacción de comprobar que aún quedan isards por esa zona. Fue allí, precisamente (Vall de Cardós) donde se detectaron los primeros casos de BDV o Enfermedad de la Frontera que diezmó la población de isards en los últimos años.